
¿Qué está ocurriendo con la cultura para que el futuro de la cultura suscite tanta preocupación? Quizá el problema pase desapercibido hasta que alguien lo advierte y lo pone en circulación como reacción casi instintiva ante un hecho que no se puede dejar de lado. Es un tema necesitado de un debate, pues no es posible eludir su trascendencia. La cuestión está en ver qué hay de verdad o de mera sospecha en las alarmas que de cuando en cuando se lanzan en los medios o en los foros de debate sobre el desinterés de los jóvenes por manifestaciones o formas de expresión cultural esenciales para el desarrollo intelectual de la persona.
Los datos no dejan de ser sorprendentes. Según el Ministerio de Cultura, menos de la tercera parte de los jóvenes españoles entre los 18 y los 30 años encuentra en la lectura un motivo de satisfacción capaz de motivarles el encuentro con al menos un libro al año. Tampoco es habitual ver gente de esta edad en los teatros o en los cines con cierta regularidad. Sólo cuando de espectaculares ofertas cinematográficas se trata es posible detectar un aumento de la demanda, que es normalmente muy esporádica. A modo de ejemplo, baste señalar que en la Semana Internacional de Cine de Valladolid, según muestreos realizados al efecto, apenas el 20 % de los asistentes han alcanzado la tercera década de su vida. Con los conciertos de música clásica o con la ópera ocurre más o menos lo mismo, por mucho que haya jóvenes que, como nuestro compañero de blogosfera, el admirable y bondadoso Javier Sanz, se apasionen con el tema y sepan lo que no está escrito.
¿Y qué decir del arte, quintaesencia también de la cultura imperecedera? No ha mucho Vicente Verdú se escandalizaba al comprobar que los jóvenes tampoco se dejan ver con la frecuencia deseable en las exposiciones de arte, y particularmente de pintura. “Los jóvenes pasaban y no entraban, miraban y pasaban” escribe a propósito de su experiencia durante la visita a la exposición Impresionismo en la fundación Mapfre de Madrid, donde en la larga cola en la que estuvo “no había a la espera una sola persona menor de 30 años”.
¿Qué está ocurriendo realmente con las inquietudes culturales de la gente joven? ¿Tan potente es el atractivo de lo audiovisual, de lo efímeramente satisfactorio, de lo impactante en un momento dado y que al poco se volatiliza sin dejar apenas rastro en el recuerdo que cualquier otro hábito diferente se antoja disuasorio más por tedioso que por menospreciado?
Es muy probable que el sentido del tiempo haya experimentado tal modificación en los jóvenes que hace perder atractivo a lo que requiere de consumo de tiempo y esfuerzo para ser asumido. También puede ser que la educación recibida no haya sabido transmitir las pautas de formación capaces de generar esas sensibilidades para las que no es incompatible el disfrute de las fuentes clásicas de aprendizaje cultural con el que a la vez suministran las aportaciones derivadas de las nuevas tecnologías.
Sin duda los docentes entusiastas y familiarizados con la enseñanza de la literatura o del arte - y ahí tenemos a Fuensanta Clares, a Yolanda, a Luis Antonio o a Miguel para ilustrarnos - podrán hacer diagnósticos más convincentes sobre lo que verdaderamente pasa, aunque tampoco cabría invalidar la afirmación del propio Verdú cuando en su artículo señala que “definitivamente, el mundo no regresará a la despaciosa lectura bajo la luz de gas, ni a los conciertos de cámara, ni a El castillo, de Kafka. La cultura es lo que es y no son ellos, los adolescentes y jóvenes adultos, quienes se están ahorcando en su posible ignorancia, sino los adultos quienes, rezagados, vagan como zombis entre la melancolía de la desaparición”. ¿Melancolía? ¿El hecho de observar un entorno diferente nos lleva a ser necesariamente melancólicos cuando la reacción adoptada no es sino reflejo de un interés y de una preocupación plenamente justificados?