Un año más laFundación Música Abiertalo ha conseguido. Se trata de una iniciativa solidaria,
creativa, socialmente integradora, repleta de sensibilidad y buen gusto. Esta
tarde ha inaugurado su exposición en el Palacio de Pimentel,en la Corredera de San Pablo, en la parte alta de lo que hoy llaman calle de las
Angustias, en Valladolid.
Rosa Iglesias, presidenta de la Fundación Música Abierta; e Ignacio Foces, subdirector de "El Norte de Castilla"
Animo a visitarla, porque no defraudará. Pero, si no
se puede, contemplen lo que en ella se expone a través de su páginaweb,
aprecien, real o virtualmente, las obras que tapizan los muros de la sala,
observen la variedad de lo que se ofrece, piensen por un momento cuál es el fin
que se persigue.
Conozcan los nombres de quienes generosamente brindan lo que
saben y lo que pueden, que no es poco. Todo para demostrar y llegar a la conclusión de que es bueno
colaborar con gentes que se esfuerzan por un mundo mejor en este mundo necesitado de confiar en personas que lo hagan más habitable, más justo, lejos del lucro, de la
vanidad y de la ostentación. Simplemente movidas por el deseo de participar en una causa noble: la de facilitar el aprendizaje de la música y de la danza a quienes presentan algún tipo de discapacidad.
No importa la calidad de la foto, muy deficiente
como se ve, sino lo que ella testifica como recuerdo del entrañable, emotivo y
brillante acto de homenaje celebrado ayer en el Aula Magna de la Universidad
Carlos III de Madrid, y al que asistí porque sinceramente creo que Gregorio Peces-Barba se lo
merecía. Concurrido y representativo del apoyo ofrecido por un sector relevante
de la Universidad, de la política y de la cultura españolas, personalmente lo
considero como uno de los encuentros académicos más interesantes y mejor
organizados de cuantos he conocido. Cosas muy interesantes se dijeron sobre la
historia universitaria, sobre la política, sobre las relaciones
interpersonales, sobre las evocaciones compartidas y, especialmente, sobre los
Derechos Humanos, sobre lo que dignifica al intelectual crítico que defiende,
con su libertad la libertad de los demás y se enfrenta, con las solas armas de
su inteligencia, a la intolerancia, al sectarismo y al estigma de quienes lo
ven como un adversario sin que él sea consciente de lo que esa animadversión
significa. Fue muy agradable volver a oir a Elias Diaz, a Luis Arroyo, a
Eusebio Fernández, a Carmen Barranco, a Antonio Peces Barba, hijo del
homenajeado... también lo fue saludar a amigos y conocidos de toda la vida,
conocer en persona a otros hasta ahora virtuales, como Esteban Greciet. Y todo
ello en ese entorno tan grato que siempre brinda al visitante la Universidad
Carlos III, en esta ocasión en su Campus de Getafe, en esa ciudad del Sur de
Madrid en la que la implantación de esa Universidad no solo contribuyó al
equilibrio territorial del sistema universitario madrileño, como bien se dijo,
sino a forjar una estructura de docencia e investigación que la situa entre las
más prestigiosas de España y de Europa. Recuerdo a Gregorio la primera vez que
lo vi en Valladolid a comienzos de los ochenta, cuando en España comenzaba a
despejarse la niebla. Comenzó hablando de los Derechos Humanos. Recordándole,
ayer también se habló de eso. Una coherencia inquebrantable.
La toma de conciencia sobre el paso del tiempo
depende de la experiencia que la alimente. No es sólo el aumento de la edad lo
que contribuye a ello, sino la percepción de que los sucesos, sobre todo los
más próximos y entrañables, transcurren en momentos en los que los recuerdos alcanzan ya una
amplia perspectiva, que hace a muchos de ellos demasiado remotos. Pocas
experiencias tan gratas he tenido como la que en esta apacible tarde de
comienzos del otoño, del día 4 de octubre de 2011, me ha permitido ver el
nacimiento de mi primera nieta. No me explayaré en detalles emocionales porque
no merecen la pena ni tampoco tienen nada de original. Mi hija Ana ha sido
madre, todo ha ido bien, sus abuelos maternos hemos observado el panorama en
una posición próxima, aunque discreta, mientras atisbamos las tareas que,
también discretamente, habremos de asumir hacia el futuro. Para nosotros se ha
abierto también, en las murallas de nuestras vidas, una ventana a la esperanza.
¿Qué ocurría en el mundo el día en que nacimos?
El inicio de nuestra vida está asociado a un determinado momento histórico y a
los acontecimientos que lo identifican. Hasta que nos damos cuenta de ello
pasan muchas lunas, los ciclos solaresse repiten sin
cesar, las estaciones se suceden mientras transforman sensiblemente el entorno
que nos rodea. "Panta rei", como el gran Heráclito nos explicó. Pero,
al cabo del tiempo, surge quizá esa pregunta que suscita nuestra curiosidad y
que apetece responder. Es la razón que me ha llevado a preparar para mi nieta
Lara un primer obsequio que le entregaré cuando tenga edad para entenderlo: dos
ejemplares de la prensa diaria, publicados en el día en que nació. Uno
nacional, otro local. Para entonces el papel estará amarillento, pero podrá
leerse y ser comparadas sus noticias con las que entonces ocurran. Llegado ese
momento, y con la perspectiva necesaria, ¿volverá a hacer la señal de la
victoria que inconscientemente dibujó su mano al día siguiente de nacer? ¿Llegará
así a tener la sensación de que el mundo ha mejorado? Ojalá
No son necesarios espacios lujosos ni grandes manjares para disfrutar del placer de la buena mesa. Cualquier lugar acogedor, no importa que sea modesto, sirve para satisfacer el objetivo que realmente se pretende: disfrutar de la compañía apetecida para, al amparo de ella, dar rienda suelta al sinfín de temas que pueden aflorar en una tarde lluviosa de enero, sin guión previo ni tiempo tasado. Así ha sucedido hace unos días en la villa de Urueña, ese lugar vallisoletano bien conocido por el recinto amurallado que lo distingue en la lejanía, nítidamente destacado, al borde de los Montes de Torozos, sobre la campiña imponente de la Tierra de Campos. En ella se ha puesto en marcha una interesante experiencia cultural (La Villa del Libro), generosamente apoyada en dinero público y, sobre todo, alimentada por la iniciativa de un grupo activo, ilusionado y emprendedor de personas que, amantes del libro y de las artesanías más auténticas, han arriesgado su esfuerzo y su peculio en la instalación de establecimientos comerciales caracterizados por el denominador común de la cultura basada en el libro de toda la vida y en el buen gusto.
Lo desapacible del día no impidió el encuentro con Diego Fernández Magdaleno, Rosa Iglesias Madrigal y Borja Santos Porras. Les cito así, siguiendo un orden alfabético, pues absurdo sería establecer prelación entre quienes son merecedores de igual reconocimiento y admiración. Compartimos mesa y mantel durante varias horas, en buena medida trabadas por el gusto y la afición en torno a la música, en la que todos ellos han tenido y tienen mucho que decir, por más que sus sensibilidades amplíen con creces los horizontes de los sonidos que conmueven.
Sobremesa en Urueña. Huelga decir quién es quién
Véamoslo brevemente. Diego, profesor de piano en el Conservatorio de Valladolid, acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Música 2010, en su modalidad de interpretación. Creo que fui uno de los primeros en felicitarle y no he dejado de hacerlo desde entonces. Sorprende que un riosecano tan joven haya logrado tal nivel de excelencia en el impresionante oficio del pianista consumado y de una calidad que apabulla. Su mérito no consiste sólo en el dominio de la técnica, que manifiesta con espectacular brillantez, sino en su empeño por dar a conocer a los compositores contemporáneos, de los que el gran público apenas sabe nada y que, gracias a Diego, se han incorporado a los repertorios que enriquecen las salas de los lugares más diversos. Encima Diego es poeta y escritor de textos que rezuman una sensibilidad digna de ser valorada. Y además rumboso donde los haya: llevó regalos para todos.
En esta velada conocí a Rosa Iglesias, amiga de Diego. Y la verdad es que ha sido un descubrimiento. Pronto me dí cuenta de lo que significaba, a poco de saber de lo que ha hecho y de lo que hace. Licenciada en Medicina, su ámbito de actividad e ilusiones se proyecta en el desarrollo de una iniciativa cultural que no debe pasar desapercibida. Es artífice e impulsora de la Fundación Música Abierta, que tiene su sede en Urueña, y que ha concebido con unos fines más que loables, entre los que destaca el propósito de facilitar el aprendizaje musical para personas con problemas de discapacidad. Al tiempo, edita cuidadosamente documentos musicales que son auténticas joyas. Es el caso de “The Little Horses”, una recopilación de canciones de cuna con Enrique Bernaldo de Quirós al piano y la voz de la mezzosoprano Ana Hässler, y en la que confluyen obras de Chopin, Listz, Richard Strauss, Manuel de Falla y Federico García Lorca, entre otros de primerísimo nivel. Vive en Urueña, en una inconfudible casa construida en adobe y donde ha instalado y gestiona una tienda de juguetes tradicionales que recibe el nombre de la calle (Oriente 9) donde reside.
¿Y qué decir de Borja Santos, a quien he aludido ya varias veces en este blog? Confieso que es una de las personas más impresionantes que he conocido y al que considero, desde la perspectiva que me proporciona la experiencia, uno de los ejemplos más acreditados de lo mejor de nuestra juventud. Ingeniero de Telecomunicaciones, ha orientado su vida al servicio de las causas más nobles. Supe de él cuando trabajaba para Naciones Unidas en Ecuador, como experto en riesgos naturales, lo que le llevó a conocer a fondo ese país para transmitirlo en imágenes extraordinarias e impactantes como corresponde a un enamorado, a la par que cualificado profesional, de la fotografía. Cuando regresó a España, organizó una exposición sobre su experiencia ecuatoriana que tuve el honor de presentar, convencido de que estaba ante una muestra que sobrepasa con creces una exhibición fotográfica convencional. Su compromiso con las causas de los desfavorecidos permanece incólume. Tras una etapa de actividad en la Agencia Española de Cooperación, en breve partirá a Etiopía, al país indómito del oriente africano. Una nueva vida y vivencias sin cuento aún por descubrir. Le he aconsejado que escriba un diario, que redacte unas notas, que ponga negro sobre blanco todo lo que allí va a observar y descubrir. Seguiré de cerca la peripecia etíope de Borja, porque presumo que va a dar mucho de sí. Y si además de lo que haga a favor de aquella sociedad, que será muchísimo, lo embarnece con una colección de fotografías que cortan la respiración, qué más se podrá pedir a alguien que es consciente de los problemas de su tiempo aunque nunca se le vaya la sonrisa de la cara.
Fotografía de Borja Santos
De todo ello, y de mucho más, se habló en la velada de Urueña. Llovía a mares en la villa amurallada, mientras, en medio del silencio del entorno, nos acercamos a visitar por un momento la Librería Alcaraván antes de entrar en ese recinto mágico que Rosa ha construido repleto de juguetes de madera y de artesanías de mil colores que cobran vida cuando ella les habla. A la salida, Borja inmortalizó un lienzo de muralla, bajo las sombras de aquel atardecer del 4 de enero de 2011, apenas comenzada la segunda década del siglo XXI.
Hace unos días, y tras algún tiempo de silencio sobre su persona, apareció en los medios la imagen de José Antonio Labordeta con motivo de la entrega en su domicilio de una condecoración – la Cruz de Alfonso X el Sabio – otorgada por el Gobierno en función de sus aportaciones a la cultura, a la educación y al entendimiento entre los pueblos. Sin embargo, su figura no era ya aquella a la que nos ha tenido acostumbrados a lo largo de muchos años. Se le veía gravemente enfermo, con dificultades para moverse, casi inexpresivo, con la voz entrecortada y apenas balbuciente cuando se limitó a agradecer el reconocimiento ante el ministro de Educación, responsable de la entrega de los símbolos que acreditan el galardón recibido, y el presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Aragón que le acompañaba.
La escena me retrajo la memoria a años atrás cuando descubrí las canciones de Labordeta, que he disfrutado siempre y que me han acompañado y estimulado en multitud de ocasiones. Particularmente en mis viajes. La primera vez que le oi fue descendiendo por carretera, en un inestable y renqueante Seat 127, las arriesgadas cuestas de Ragudo, con su antiguo trazado, en el trayecto que va de Teruel al Mediterráneo. Había comprado poco antes una cassete de audio en una tienda de Albarracín, donde me recomendaron la escucha del personaje. Corría, lo recuerdo bien, el año 1979. Era verano y nuestro destino, las playas de Alcocéber (así se llamaba entonces esa villa castellonense). Nunca he entendido mis recorridos por Aragón, desde el Pirineo hasta el Maestrazgo, desde el Moncayo a Fraga, sin la voz potente y rotunda de José Antonio Labordeta. Poco a poco me he ido haciendo con su discografía y, casi sin darme cuenta, he aprendido gran parte de sus canciones que me sé de memoria y tarareo cuando me apetece.
Y alguna experiencia he tenido de ello. En el verano de 1999, en el dia del eclipse ocurrido a comienzos de agosto, mi mujer y yo recorriamos, con la calma y la curiosidad debidas, las tierras de la vega del río Matarraña en la provincia turolense, para llegar al atardecer a Valderrobres, pueblo espectacular cuya visita recomiendo encarecidamente. Mientras paseábamos por la antigua villa episcopal, de un bar salían, nítidos y elocuentes, los sones de una canción de Labordeta, que la parroquia entonaba con especial pasión. Se trataba de “Cantes de la Tierra Adentro”, de aquella que dice “Somos de la tierra adentro / somos de la piedra y cal/ somos de la ontina rota/ del viento y la soledad/ somos gentes que no piden/ y que tampoco le dan”. Animados y conocedores de la letra (aunque con algunos paréntesis), nos incorporamos de inmediato al coro de paisanos que entonaban, con mayor seriedad que regocijo, esa melodía, que rezuma rabia, reivindicación y una enorme dosis de sensibilidad.
Fue una experiencia muy grata y memorable, que traigo hoy aquí en homenaje al artista que se va, al profesor respetado y convincente, al político que se ha retirado con dignidad y con el aplauso de sus compañeros aunque con un cierto desencanto de la política, al viajero incansable y animoso, al baturro irreductible y socarrón, al hombre que cantó a Aragón con la mirada puesta en España y en el mundo y, sobre todo, al intelectual honesto, sencillo, coherente y comprometido con su tiempo y con su espacio. Pocas personas me suscitan en la España actual tanta admiración como José Antonio Labordeta. Le deseo, sinceramente y con todo afecto, ahora que sufre, lo mejor. Se lo deseo a ese representante de los “árboles indómitos” a los que con tanto acierto cantó, como lo testimonia este video. Estoy seguro que Luis Antonio, de sólidas raices turolenses e interesante compañero de la blogosfera, comparte tales ideas.
He vuelto, después de muchos años, a la villa coruñesa de Padrón. Y lo he hecho, en principio, para evocar aquella tarde de abril de mediados de los setenta cuando en compañía de mi maestro, Jesús García Fernández, y de algunos compañeros de fatigas nos detuvimos en ella para resguardarnos de un día muy desapacible, de fuerte lluvia y rabiosa ventolera, encontrándonos de pronto frente a la estatua que se yergue al fondo de un bello paseo junto al Sar, que llaman del Espolón, erigida a la excelente poeta Rosalía de Castro (“A nosa Rosalia”) por los “padroneses do Uruguay”. Aquella imagen me quedó grabada para siempre tanto como la conversación que, a propósito de la dedicatoria, mantuvimos esa tarde sobre la importancia de la emigración de los gallegos a América, mientras procurábamos vencer el frío en torno a una placentera infusión en una cafetería que todavía existe.
Padrón ha cambiado mucho, pero aún conserva ese encanto especial de las ciudades gallegas que han permanecido fieles, al menos en sus centros históricos, a las edificaciones y a las plazas que han marcado su personalidad (¿cómo no recordar el paseo por la Pontevedra histórica?) Sin embargo, en esta ocasión no se ha tratado de un viaje profesional, sino de una visita orientada- en ese afán que mantengo para conocer de vez en cuando cómo han ido evolucionando los pueblos y los paisajes de España - al llamado “turismo literario”, que tanta profusión ha adquirido, aunque no siempre ofrezca la calidad deseable. Por eso, y al estar a tiro de piedra de la villa, Maria Antonia y yo decidimos conocer in situ el lugar donde radica la Fundación creada para perpetuar la memoria de Camilo José Cela Trulock, natural de Padrón y Premio Nobel de Literatura 1989.
Es un espacio singular, que impresiona por su magnitud y por su espectacularidad. Mucho dinero ha sido invertido, en efecto, en la compra y rehabilitación de las casas “de los canónigos” que en una sucesión de edificaciones a lo largo de la carretera configuran un recinto diseñado para enaltecer la figura de Cela a partir del ingente caudal de testimonios acumulados, en función de su obra, a lo largo de la vida. Frente al cementerio donde el escritor reposa, bajo un bello olivo, en una tumba sin flores (que, en cambio, sí embellecen las de alrededor) se abre, franqueada la carretera, el conjunto de instalaciones acondicionadas con ese fin.
La afabilidad de los anfitriones (un amable conserje y una guía tan culta como solícita) invita al recorrido por las diferentes estancias, organizadas de manera secuencial y temática. El inventario de los elementos allí recogidos debe ser inmenso: ediciones de sus obras (impresionante el número de las realizadas sobre La familia de Pascual Duarte), honores recibidos, diplomas de todo tipo, referencias de prensa… y un impresionante epistolario, en el que se clasifican más de 90.000 cartas, cuidadosamente ordenadas por orden alfabético para que quien lo desee pueda investigar aprovechando tan copioso y valioso bagaje documental.
No obstante, tanta densidad de bienes y recursos no se ve correspondida por la atención y el interés de la gente. Sólo cuatro personas en hora punta de una tarde de agosto formamos la expedición de que constó la visita guiada. Una vez asumida la magnificencia y megalomanía del conjunto, impera de inmediato la sensación de soledad, de vacío humano, de silencio….seguramente motivados por el desinterés que suscita. Incomoda la falta de vida en ese entorno concebido a mayor gloria de quien presumía de desaforado vitalismo. Todo ese acondicionamiento, costoso y abrumador, debe servir de poco cuando se observa la llamativa infrautilización de las instalaciones, totalmente desmesuradas para el uso que parecen tener. No hay alusiones a un programa de actividades que justifique el enorme salón de actos, que haría las delicias de muchos lugares y centros culturales en España; tampoco se destacan las referencias sobre los patronos que integran la Fundación, y a quienes se destina en teoría una sala de reuniones de gran empaque que rezuma, empero, soledad y muy poca frecuentación.
¿Y qué decir de las ausencias? No hay alusión alguna a quien durante años fue la esposa de Cela, Rosario Conde, que tanto le ayudó cuando empezó a darse a conocer, y a su hijo, de nombre Camilo y prestigioso profesor de Literatura en la Universidad de las Islas Baleares. Ni tampoco a su nieta. Como si no hubieran existido en una vida cuajada de experiencias y relaciones personales sin cuento, de las que se informa selectivamente como dando la impresión de que, a su muerte, la imagen de Cela queda mediatizada por la discriminación impuesta entre afines y desafectos. Al final del recorrido, que se reconoce con el obsequio de un libro, uno tiene la sensación de que, parafraseando aquella novela de García Márquez, Don Camilo José Cela no tiene quien le visite. Alguien, en cuya forma de gestionar las cosas confluyen el resentimiento con la mediocridad, se ha debido encargar de que, al final, tan impresionante legado haya quedado, al fin, sumido en la indiferencia.
La situación crítica por la que atraviesa la Fundación ha llevado a solicitar ayuda a la Xunta de Galicia, dispuesta a ofrecerla a cambio de llevar parte de los fondos a Santiago de Compostela. La sociedad padronesa no está de acuerdo, por lo que se ve, con que eso ocurra.
Ya que lo que sucede no es por desconocimiento de su figura, sino simplemente por desdén, máxime cuando en la misma ciudad la casa donde vivió Rosalía de Castro es objeto de significativa atención. Ese mismo día, una hora más tarde, la modesta vivienda donde “A nosa Rosalía” pasó varios años de su vida era visitada, las conté ex profeso, por 52 personas. Pero de eso ya hablaré otro día.
Antonio García Quintana, alcalde de Valladolid (1932-1934 y 1936)
La biografía de Antonio García Quintana revela las características de un hombre bueno, sensible, de un político honesto, sencillo y obsesionado con un objetivo que marcó esencialmente su vida pública: el desarrollo de la educación. La tarea realizada en este sentido fue ingente y hoy se reconoce en el mundo de la enseñanza como una de las más activas de las llevadas a cabo en España. Baste señalar que en 1931 había en Valladolid 13.500 niños entre 6 y 11 años, de los que solo asistían a clase 3.000. Para afrontar este grave problema de falta de escolarización, impulsó la creación de nuevas escuelas, cuyo número se elevó, durante su mandato, de 59 a 127 centros, al tiempo que impulsó los comedores escolares en los que se atendía diariamente a 886 niños sin recursos. Conocido como el programa de “la gota de leche”, fue la primera vez en España que se puso en marcha una iniciativa de estas características.
Fue alcalde de Valladolid por el Partido Socialista entre 1932 y 1934, para presidir de nuevo el Ayuntamiento tras las elecciones de febrero de 1936. Al estallar la rebelión militar, que en la ciudad de Valladolid, sumidero del falangismo más brutal, se tradujo en una represión atroz, el alcalde García Quintana fue depuesto y durante algún tiempo permaneció escondido hasta que se produjo su detención, por delación, el 27 de febrero de 1937. Mediante un juicio farsa, realizado con pretensiones humillantes y de escarnio en el salón de plenos del Ayuntamiento y presidido por un tal Fajardo, fue condenado, por los sicarios de la rebelión golpista, por “delito de rebelión militar”, con pena de muerte. Su asesinato por fusilamiento el 8 de octubre de 1937, a las 6,30 horas, fue concebido de modo ejemplarizante por el matonismo falangista que atemorizaba la vida de la ciudad bañada por el Pisuerga. Ajusticiar al alcalde se convirtió en un ejercicio de insania calculada con el único fin de sembrar el terror y demostrar lo que los rebeldes, profesionales de las amanecidas sangrientas, eran capaces de hacer. He conocido testimonios personales del pavor provocado por aquella salvajada. La ciudad quedó durante mucho tiempo traumatizada por el hecho.
Setenta y tres años después, su nieta, Carmen Cazurro García Quintana, catedrática de Literatura y residente en Puerto Rico, ha viajado a Valladolid para presentar la obra en la que narra la vida de su abuelo, centrándola en la experiencia de su madre, Teresa, hija del alcalde, y que aún vive. Asi se titula la obra – La Hija del Alcalde – editada en Puerto Rico.
El acto de presentación de la obra, celebrado en el Paraninfo del Instituto de Enseñanza Secundaria Zorrilla de Valladolid ha sido un acontecimiento cultural particularmente emotivo en el que se trató de recuperar, en un salón abarrotado, la memoria del último alcalde republicano de Valladolid y de una de las figuras emblemáticas del municipalismo democrático en España.
De izquierda a derecha: Maria Antonia Salvador (profesora de Geografía e Historia del IES Zorrilla de Valladolid), Carmen Cazurro García de Quintana (nieta del alcalde republicano fusilado), Carlos Duque (Director del Instituto anfitrión) y Pedro Martín (poeta y actor)
Coordinado por el director del Centro, Carlos Duque, contó con la intervención, como presentadora de la obra, de Maria Antonia Salvador, Profesora de Geografía e Historia del IES Zorrilla y autora de varias investigaciones de gran resonancia sobre procesos de depuración del profesorado de Enseñanza Secundaria durante la guerra civil, de Pedro Martín, excelente actor y poeta, que leyó las cartas que García Quintana dirigió a cada uno de sus tres hijos dias antes de ser ejecutado, y de la autora del libro, Carmen Cazurro García de Quintana, que en la actualidad es profesora de Literatura en la Universidad de Puerto Rico.
Fue un acto de gran emotividad y de extraordinario valor como homenaje al último alcalde democrático de Valladolid antes de la guerra civil. Fue también la oportunidad, inédita hasta ahora en la historia de la ciudad, de rendir el reconocimiento que merece a la figura de su hija pequeña, Teresa, presente en la sala y en la que basan los recuerdos recogidos en un libro necesario para que una figura clave del municipalismo democrático español no quede relegada al olvido.
En segundo lugar por la izquierda, Teresa García Quintana, La Hija del Alcalde
Sin embargo, la inquina que deriva de la envidia continúa, promovida por quienes no admiten que la memoria de García Quintana siga vigente y permanezca asociada en la ciudad a una imagen ejemplar, que dista mucho de corresponderse con la que ofrecen sus debeladores. Obsesionado está con el tema el actual alcalde Valladolid, que en 1995 comenzó su mandato en el Ayuntamiento y al que le cuesta aceptar que otra forma de gobierno de la ciudad es posible. No entraré en detalles, pues la paranoia que le persigue aparece bien descrita en el texto que Orosia Castán ha publicado a propósito de unas declaraciones de dicho personaje tratando de desacreditar al último alcalde republicano, utilizando para ello la peor de las artes: la insidia, la descalificación velada, la sospecha sin explicación. Simplemente para hacer mella sobre el prestigio del padre de Teresa García Quintana, hoy residente en Puerto Rico, aunque es muy dudoso que lo consiga porque las sociedades - o la mayor parte de sus miembros - son refractarias a miserias morales o a resentimientos sectarios como el que nos ocupa. Enterada la familia de Don Antonio García Quintana de la insidia realizada por el sr. León de la Riva, me hace llegar el siguiente comunicado:
REACCIONES DE LA FAMILIA DEL
ALCALDE GARCíA QUINTANA A JAVIER LEÓN DE LA RIVA
Hasta Puerto Rico, lugar donde vive actualmente la
única hija viva de Antonio García Quintana, Teresa García Quintana, junto a la
nieta de éste, Carmen Cazurro García Quintana, han llegado estas declaraciones
del alcalde Javier León de la Riva: "Sería
bueno que no hablaran y no profundizaran en el fusilamiento de García Quintana
a ver si tienen que escuchar lo que no quisieran".
Este desafío al PSOE sobre el alcalde que perteneció
a este partido y que fue asesinado en la Guerra Civil se produjo en una rueda
de prensa el 3 de junio del 2013 como réplica del político popular al portavoz
del Grupo Municipal Socialista, Javier Izquierdo, molesto por las continuas
referencias de los populares no sólo al anterior presidente del Gobierno, José
Luís Rodríguez Zapatero, sino a Felipe González. Por eso Izquierdo dijo que
esperaba que no hubiera ninguna alusión al alcalde socialista que fue asesinado
en 1936.
Las declaraciones de la familia, por boca de la nieta,
en seria discrepancia con las de Javier de la Riva, se producen como era de
esperar.
Hay estilos de
gobernar una ciudad en plena democracia que abochornan a sus ciudadanos. Son
estilos de prepotencia e intimidación que si bien, a veces, acompañan a
acertadas decisiones admistrativas en el aspecto físico de Valladolid, van
creando una costra de insensateces e infundios propios de toda personalidad
que, cuando no tiene contestaciones claras sobre sus adversarios políticos,
responde con innuendos que tratan de ensombrecer el camino de luces que otros que le
precedieron en el cargo, como Antonio García Quintana, demostraron y pusieron a
prueba ante circunstancias tan fuertes como la Guerra Civil.
Javier León de
la Riva ha tenido múltiples oportunidades de profundizar en la gestión edilicia
de Antonio García Quintana, más conocido por “el alcalde de todos”: reconocimientos,
destaques y muestras de recuerdo y afecto popular que se han ido produciendo en
Valladolid, haciendo justicia a la temida Memoria Histórica. Momentos todos
ellos propicios para que una persona como él mostrara a la ciudadanía eso “que
deben escuchar sobre el fusilamiento de Antonio García Quintana”, pues si de lo
que se trata es de predominar hubiera sido la gran estocada para el PSOE develar
lo que le ronda en mente a Javier de la Riva. Pero el valor no acompaña
forzosamente la mentira que, siempre frente a la verdad, sale maltrecha tarde o
temprano.
¿Qué es lo que
le sucede ahora , tan tardíamente, al alcalde? Piensa quizá que disminuir la dimensión
de la eficaz y enérgica política de la
vivienda y la educación realizada en Valladolid por Antonio García Quintana -
como se vio en la Exposición del Centenario del Ayuntamiento- y no contestar la carta airada que Teresa García
Quintana le envió engrandecen su respetable figura; piensa quizá que con el
tiempo las cosas se olvidan y se le puede echar impunemente a un muerto no ya
tierra, sino lodo; piensa quizá que, ausente la familia más cercana del alcalde
socialista, será más fácil ensombrecer su figura…
Cualesquiera
que sean las razones de Javier León de la Riva para escoger como blanco de sus
dardos políticos a un gran servidor de los vallisoletanos ya muerto,
sacrificado y sepultado, pero consagrado en la memoria de toda la gente de bien y
exaltado en su gestión edilicia por rigurosas investigaciones históricas, es a
todas luces un acto ruin de Javier León de la Riva que perjudica la imagen de
su gestión y le resta la debida inspiración moral para arrastrar las
convicciones de los demás.
Dicho esto con
el ardor de todo corazón atacado en lo más profundo, el mensaje sincero de la
familia de Antonio Garcia Quintana a Javier León de la Riva es escueto y sencillo:
Moderación, señor
alcalde, gane prestigio laborando por la ciudad por encima de partidismos
políticos; busque el valor de la sinceridad y haga justicia con Antonio García
Quintana. Tiene usted la oportunidad de cerrar heridas, máxime cuando aún se
cierne la mancha persistente sobre la
sala de plenos, insultantemente convertida el 11 de mayo de 1937 en sala de
justicia militar para condenarlo a muerte. García Quintana siguiera siendo ese
imposible olvido; esa deuda pendiente que los hortelanos del recuerdo jamás se cansarán de abonar. Acepte la petición
del PSOE e instaure una placa dedicada a él con la debida inscripción de reconocimiento, no más, no menos, en la sala de plenos. Usted no perderá, ganará ¡y mucho! se lo
aseguro.
Acceso al Centro Cívico de Serrada. La escultura pintada es obra de Karla Frechilla. Racimo de Pintura 2009 (entregado en 2010)
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De nuevo, un año más, la villa vallisoletana de Serrada, de la que ya he hablado en 2008 y 2009, ha sido fiel a su compromiso con la cultura en sus diversas manifestaciones. Llama la atención que, edición tras edición, ese pequeño núcleo aparezca en la cartografia de la vida cultural española con una fuerza y una imagen que no dejan de sorprender tanto a los que vienen de fuera como a los que - es mi caso- asisten a esa convocatoria que en el penúltimo viernes de mayo de cada año se ha convertido en una cita obligada, a fuer de su atractivo, de su calidad y de su interés.
Allí, en el salón del Centro Cívico que en su día impulsara Luis Alonso Laguna, el alcalde tesonero que dio proyección a ese pueblo y le situó entre las referencias culturales más encomiables del medio rural, todo un mundo relacionado con la cultura, el buen gusto y el deseo de respaldar la iniciativa, se da cita en primavera para asistir a la entrega de los Premios Cosecheros y Racimo, que evocan la personalidad vitivinícola de la villa y en torno a los cuales se ha fraguado ya una prestigiosa nómina de galardonados. Jamás ha habido en ese acto petulancia alguna ni alardes de suficiencia ni vanidad. En sus intervenciones de agradecimiento afloran la sencillez, la satisfacción de sentirse reconocidos, la admiración por el pueblo que les acoge y el deseo de sentirse integrados en una realidad que - descubierta con este motivo para unos o ya conocida para otros - les es, al fin, tan propia como entrañable.
Luis Alonso Laguna (segundo por la derecha) departe con algunos de los actores del grupo teatral "El Racimo" mientras esperan a Pablo Viña
Son los premios anuales de Serrada. Los premios concedidos en un pequeño pueblo que se hace grande. No los pierdan de vista si se quieren sorprender por lo que de auténtico conserva el mensaje cultural de valor incuestionable que con ellos se trata de transmitir. No hay que esforzarse mucho para llegar a esa conclusión si se analiza la relevancia de quienes en esta ocasión han recibido el Racimo 2009. Karla Frechilla en Pintura, Feliciano Álvarez en Escultura, Carmelo Gómez en Cine, Pablo Viña y Ana Gallego en Teatro, Diego Fernández Magdaleno en Música, Eduardo Fraile en Literatura, Luis de Garrido en Arquitectura y Leandro Martínez en Fotografía. A ellos se suma el Racimo de Honor, concedido ahora a la Obra Social de la Fundación la Caixa.
Pablo Viña, de Nava del Rey (Valladolid): un actor polifacético, archiconocido y de enorme simpatía
Antonio Baciero ( !cuánto he disfrutado con sus interpretaciones de Antonio de Cabezón en Covarrubias¡) entregó el Premio a Diego Fernández Magdaleno
Luis de Garrido, el arquitecto valenciano que concibe la edificación con criterios de sostenibilidad
Entrar en detalles carece de sentido cuando muchos de estos nombres suenan con profusión. Indaguen sobre ellos y sabrán lo que es bueno. ¿Y qué decir del acto? Pues que lo bordan. La escenificación de la entrega, salpimentada por un grupo teatral (“El Racimo” de Serrada) realmente sorprendente y en momentos genial, tuvo un colofón espectacular en el concierto que brindó Diego Fernández Magdaleno. Me considero amigo suyo y no quisiera pecar de imparcial, pero no puedo por menos de admitir, con la sinceridad que trato de poner en los temas importantes, que Diego estuvo impresionante. Como siempre. Es uno de los mejores pianistas del momento y su recorrido en esa carrera de excelencia no ha hecho más que empezar.
Cuando Diego Fernández Magdaleno toca el piano el ambiente se transforma
Se lo dije al alcalde actual, José Antonio Alonso Gago, al finalizar el acto: “Enhorabuena. Lo habéis bordado y habéis logrado que se hable de Serrada con respeto y admiración”.
Se supone que la Unión Europea es un organismo serio, con dilatada experiencia y dotado de instrumentos capaces de advertir tanto de perspectivas como de riesgos. Con más de medio siglo de historia, cabría pensar que, con lo que ha llovido a lo largo de este tiempo y con lo mucho que ha pasado, las lecciones estarían aprendidas hasta el punto de que cualquier contingencia, por arriesgada fuera, podría ser afrontada con las herramientas que aporta la experiencia y esa voluntad de coordinación entre los Estados que se encuentra en la base de su misma razón de ser.
Acta Única, Tratado de Maastricht, Tratado de Amsterdam, Agenda de Lisboa, Agenda de Goteborg, Pacto de Estabilidad Económica, Moneda Única Tratado de Lisboa.... toda una retahíla de referencias claves emergen en la memoria para traer a colación lo que han significado unas reglas de juego que nos hacían presagiar que pronto íbamos a estar en el mejor de los mundos. Durante años he explicado en mis clases aspectos esenciales de la construcción europea, transmitiendo un mensaje de confianza que, no exento de crítica y cautela, trataba de subrayar lo mucho que se ha hecho para que un continente lacerado por las guerras acabase siendo un espacio de paz, un ámbito de desarrollo y bienestar, y, por supuesto también, una gran potencia en el mundo. Sabíamos que como estructura política dejaba mucho que desear, pero compensábamos esta frustración con el convencimiento de que, al menos, como entidad económica y como soporte de un modelo social solidario, su fortaleza estaba garantizada.
Sin embargo, de pronto todas esas sensaciones, esas certezas y confianzas , esa imagen de seguridad, se han visto desbaratadas. La crisis - esa crisis de cuya magnitud no nos hacemos idea todavía, esa crisis que responde a motivaciones mucho más complejas y brutales de las que nos habíamos imaginado, esa crisis que nos lleva a cuestionar los falsos mitos de la globalización, que se revela con su rostro más despiadado – ha puesto en evidencia las debilidades e inconsistencias del edificio europeo y revelado hasta qué punto los países que, como España, Portugal, Grecia e Irlanda, apenas habían comenzado a consolidar los cimientos como Estados de bienestar, se encuentran en el punto de mira de todas las descalificaciones mientras se ven sometidos a políticas de ajuste implacables, con una mella tremenda en los sectores que menor responsabilidad han tenido en el origen del desbarajuste.
Y así, mientras los postulados socialdemócratas se desvanecen en medio de la mala conciencia que provoca la dejación de sus principios básicos, los ciudadanos asistimos atónitos a un horizonte de incertidumbres mientras formulamos algunas cuestiones elementales, sin tener la esperanza de que puedan ser respondidas, al menos con la sinceridad y la honestidad que desearíamos:
Inevitablemente flotan en el ambiente varias preguntas, que vagarán en el aire sin respuesta:
¿por qué no nos han advertido de las tendencias críticas?
¿por qué no se han vigilado los comportamientos especulativos?
¿por qué no se han adoptado a tiempo las medidas destinadas a evitar el alto coste social que finalmente han acabado teniendo?