Ciertamente España no es una República, sino una Monarquía parlamentaria, en la que quien la ostenta no gobierna sino que desempeña una función representativa del Estado, sujeta al control y la supervisión plenos del Gobierno. ¿Es compatible este modelo con unas directrices constitucionales adscritas a la defensa de los principios republicanos, que, en esencia, se identifican con las ideas básicas de libertad, igualdad, solidaridad, protección de los derechos humanos, separación de poderes y mecanismos parlamentarios sancionadores de la gestión gubernamental? ¿Sí o no? Yo creo que sí.
Hace años, Francisco Tomás y Valiente escribió, y proclamó a viva voz en muchas ocasiones, que el sistema de principios, derechos y deberes contemplados en la Constitución - más allá de los incumplimientos o limitaciones, de los que también adolecen muchos países - podía identificarse plenamente con los que rigen en las constituciones republicanas más avanzadas del mundo, entre ellas las europeas.
Si bien es verdad que la Jefatura del Estado no es electiva, ¿parece correcto centrar el objetivo de la acción política en la desaparición de esta Institución, políticamente testimonial, en connivencia con los intereses de quienes tratan de romper el Estado, utilizando un discurso en el que se entremezclan la ambigüedad con el galimatías terminológico, todo ello en aras de provocar un proceso desestabilizador tan innecesario como contraproducente?
No hay comentarios:
Publicar un comentario