Manuel Marchena, el juez Marchena del Tribunal Supremo, ha logrado dignificar el funcionamiento de la justicia y la imagen del Estado, dentro y fuera de España. Con solvencia, con educación, con seriedad y con sentido de la autoridad ha presidido el juicio del llamado procés, demostrando que el Estado de Derecho existe de manera efectiva en España. No me cabe duda de que la sentencia estará a la altura del procedimiento seguido. Ignoro el impacto que el juicio haya tenido en Cataluña, aunque sin duda ha servido para demostrar que el Estado existe y que la Constitución establece unas reglas de convivencia que hay que respetar.
Magnifica y habilisima ha sido también la acción de Manuel Valls para reorientar el sentido de la alcaldía de Barcelona a favor de la opción que más beneficia al Estado. Sin esperar nada a cambio y recibiendo como toda respuesta la indiferencia de Inmaculada Colau, pese a que le debe la alcaldía, ha sabido Valls hacer frente a la marrulleria política de los de Rivera y demostrar ese sentido de Estado y de la decencia política de la que Albert ha carecido. Gracias a su actitud, el lunático Ernest Maragall ha quedado aparcado para siempre, el independentismo xenófobo no gobierna en Barcelona y, lo que no es menos importante, ha dado una lección de sensatez a Jaume Collboni y al conjunto del Partit dels Siocialistes de Catalunya (PSC), que posiblemente contribuya a reforzar las coherencias de este partido, a veces incomprensible. Es mucho y valioso lo aportado por Valls, amén de la demostración de sentido de la decencia demostrado al negar el saludo a un sujeto infame y en declive como es Joaquim Torra, a quien solo le espera ya el reconocimiento de su estrepitoso fracaso como President de la Generalitat de Catalunya.
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