El olimpismo integrado, en su infinidad de formas y singularidades, en la ciudad donde la luz nunca se extingue. Ofrecido como la representación de un mundo sin fronteras. Multiculturalidad y diversidad de los seres humanos desplegados en plan de libertad total. Un antídoto contra la xenofobia. Un homenaje a la cultura y a las referencias ineludibles de la Révolution. Un recuerdo a las mujeres pioneras, presentadas a los acordes de La Marseillese cantada por una mujer negra. No sin antes reconocer el papel de la mujer en la figura de Carmen, a la que dio vida Bizet y aquí enaltecida en medio de las acrobacias desafiantes ante el cielo parisino.
He ahí también el gran río con su cohorte de puentes y la esbelta Dama de hierro como emblemas de acogida. La figura del caballo mecánico portando infatigable sobre el agua la bandera de los círculos multicolores en pos del "citius, altius, fortius". Ceremonia final al pie de la Tour y sobre la réplica de su silueta en el suelo.
La llama enarbolada por manos simbólicas que se iban entrelazando hasta el globo encendido como pebetero, abierto a un cielo que llora emocionado en la vertical del Louvre. Ha sido la ceremonia inaugural más original de la historia del olimpismo, no limitada, como hasta ahora al gran Estadio. Genial sentido del espacio y del tiempo histórico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario