Ni siquiera ya nos quedará Paris, amigo Bogart, ni Roma, e ignoro si podremos sentirnos a gusto en Nueva York. ¿Dónde encontrar ese espacio de bienestar, encuentro y creatividad que necesitamos? ¿Volver al pueblo de la infancia? Si ya no hay nadie ¿Regresar a aquel lugar, de montaña o junto al mar en el que en alguna ocasión logramos tocar el cielo? Si ya no están aquellos con los que lo compartimos. Nadie nos espera donde quisimos.
Vayamos donde vayamos la sensación de vacío se agravará bajo la losa de la frustración histórica que nos acompañará de ahora en adelante. Pero habrá que tratar de superarla. Como sea. Y ya no habrá ciudad mítica predeterminada. Será aquélla donde logremos construir ese espacio de bienestar que se necesita para sobrevivir.
La relectura de los textos que en momentos críticos nos han reconfortado volverá a ser una buena terapia, del mismo modo que la recuperación del cine de calidad, de la música de siempre y los paseos con amplios y apetecibles horizontes que nos devuelvan por un momento a la juventud de la que no queremos desprendernos, aunque esté lejos. Bastará que todo ello venga acompañado, con las amistades que nos queden y con las que descubramos, de una conversación abierta y enriquecida por las experiencias vividas en torno a un café y un buen libro de poemas para contrarrestar la sensación de que Paris, Roma o Nueva York ya no nos pertenecen. Se trata de edificar espacios de futuro con lo mejor que quede del pasado.
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