Confieso que siento simpatía por Don
Jesús Caldera Sánchez-Capitán, el que fuera Ministro de Trabajo y Seguridad Social en el Gobierno socialista español durante la anterior legislatura (2004-2008). Natural de Béjar, donde laboriosamente se fabricaban los rudos y buenos paños de lana que durante siglos han resguardado de los fríos y las intemperies a los soldados españoles y de Ultramar, se ha mostrado siempre como un hombre curtido en ese ambiente tan característico de los ilustrados salmantinos

en el que los buenos modales y la campechanía van a la par con la tozudez propia de quien sabe lo que quiere, aunque tenga dificultades para ello. Son cualidades que dan esa tierra y muchas otras, pero en este caso les sorprendería saber de lo que son capaces las gentes honestas y trabajadoras (de las otras, mejor no hablar) de
la Sierra de Salamanca y de la villa bañada por un río al que llaman Cuerpo de Hombre.
Creo que su balance ministerial fue positivo (Ley de la Dependencia, Acuerdos de Inmigración con países africanos, Acuerdos entre agentes sociales, Ley de Igualdad, etc), de modo que hasta cierto punto es de lo más sólido que se recuerda del primer cuatrienio del Sr. Rodríguez Zapatero, cuyo ascenso al poder y su proyección política tanto deben al esfuerzo y a la compañía del ilustre bejarano cuando el PSOE pugnaba por salir de la oposición. El tandem Zapatero-Caldera estaba tan omnipresente por entonces en la vida política española que no resultaba fácil entender lo que intentaba decir el primero sin oir previamente, y muchas veces después para aclarar las cosas, la opinión del otro elemento del binomio, es decir, del que habia asumido la función de fiel escudero y muñidor para lo que fuese.
En la segunda legislatura, el Sr. Caldera ha salido del gobierno sin perder la sonrisa, cesado ante la sorpresa de muchos, que luego, a la vista del rumbo que están tomando los acontecimientos, no se han sorprendido tanto. Salió Jesús Caldera, salió Cristina Narbona, Ministra de Medio Ambiente, salió Soledad Murillo, brillante Secretaria de Estado de Igualdad y a cuya categoría no se ha hecho justicia. Antes había salido ya Jordi Sevilla, acompañado en su retirada por el Plan de Modernización y Mejora de la Administración pública, del que se nunca más se supo. Salieron, a mi modo de ver, algunos de los mejores componentes del equipo socialista, que se fueron para no volver y de los que apenas se ha vuelto después a saber nada. Se inició una nueva etapa en la que éstos ya no tenían cabida, porque soplaban tiempos de cambios, que, por lo que se ve, apuntan más a los fuegos de artificio y a los impactos mediáticos de calado, embebidos en un discurso efectista en el que lo que se dice y lo que se hace no suele encontrar fácil correspondencia, cuando se trata de afrontar los problemas reales de la ciudadanía.
Son mensajes optimistas para tiempos de crisis, con la figura del eficaz Pedro Solbes cada vez más desvaída y venida a menos. Mensajes de renovación juvenil hacen acto de presencia en la escena mientras las políticas a favor de los jóvenes brillan por su ausencia, abandonados a su suerte. Carreras meteóricas de políticos y políticas profesionalizados, en las que la lealtad prima sobre el mérito y fraguadas más en la aquiescencia del líder que en la preparación y solvencia acreditados al servicio de la cosa pública. Tiempos de sonrisas permanentes, de abrazos entusiastas y de frases superdivertidas, propias del pensamiento “light”, en el que el medio es, más que nunca, el mensaje.
Don Jesús Caldera decía hace poco que algunos le llamaban “
el pensador de Rodin”,

por aquello de que, alejado del poder que proporciona un lugar en el Consejo de Ministros, va a hacerse cargo de una Fundación para elaborar ideas, propuestas, sugerencias y aportaciones sin cuento a la causa de la socialdemocracia. Un retiro en toda regla para asumir una responsabilidad etérea que nadie sabe para qué va a servir, henchido como está nuestro panorama de Fundaciones que piensan o creen pensar, sin que sirva para mucho el fruto de sus desvelos y devaneos intelectuales.
Si varias hay ya en el panorama del pensamiento socialista (Alternativas, Pablo Iglesias, Progreso Global y quizá alguna más), ¿qué espacio le corresponde ocupar a la Fundación que ha de regir el señor Caldera?, ¿tendrá líneas de reflexión específicas que la identifiquen y singularicen respecto a las demás?, ¿y si esas ideas entran en contradicción con las que propugnan sus fundaciones hermanas?, ¿en cuál de ellas se apoyarán el pensamiento y las estrategias del gobierno, en el que todas tienen puestas sus complacencias?, ¿será sensible éste a lo que le sugiera el think tank dirigido por Don Jesús Caldera frente a los dicterios que emanen de los grupos de presión, normalmente más atendibles desde la acción de gobierno?.
Preguntas como éstas afloran por doquier, como hongos en otoño. Pero hay una que las resume de perillas: ¿se limitará el conspicuo hijo de Béjar a permanecer en la actitud pensativa, aunque silente, del fornido pensador de Auguste Rodin, que parece estar pensando aunque nadie sabe lo que piensa, o despertará de su silencio, abandonando su sonrisa de circunstancias, para decir lo que quizá decía antes con demasiada convicción y que, a la postre, ha sido posiblemente una de las razones de su salida del verdadero centro de poder del Estado?. Se admiten apuestas.