Ayudar es, en principio, propio de mentes y actitudes solidarias, altruistas. Son muchos los que, carentes de medios o en una situación trágica, necesitan en un determinado momento ser ayudados, pues es la única manera de superar una situación crítica y de lograr, mediante su esfuerzo, capacidad e inteligencia, ese nivel que les permite adquirir autonomía propia y campar por sus fueros. Es la ayuda sincera y generosa, a la par que circunstancial y no indefinida.
Pero cuando la ayuda es un mero paliativo, que se concede con el fin de aliviar un problema estructural o de intensificar los lazos y dependencias que unen a quien la recibe respecto del que la da, es evidente que las cosas cambian. Disfrazada de filantropía, y con la envoltura de la buena voluntad y de la generosidad desinteresada, la ayuda elude el corazón mismo, el fundamento real, de las causas que la justifican. No las resuelve, simplemente las mitiga, cuando no las elude, lava la mala conciencia y, a la postre, explica la dilación en la puesta en marcha de medidas realmente correctoras de la necesidad, que no cesa de agravarse. "No queremos ayuda - dijo Lula en una Cumbre América Latina-Unión Europea - , queremos que nos compren nuestros productos".
No se convierte así la necesidad en virtud, sino en pesada losa. Es pura y simplemente el resultado de una grave situación estructural, motivada por reglas del juego diseñadas al servicio de los que ayudan y cuya gravedad se agudiza al compás de esa especie de "quiero y no puedo" en que parecen instalados quienes a la par que envían sus aportaciones económicas y sus consejos, y de ello bien que presumen, hacen bien poco o, mejor aún nada, cuando de corregir los factores que explican la agudización de las necesidades, que obligan a ayudar, se trata. Y todo ello sin pasar por alto las situaciones en que sus pretendidos efectos se ven condicionados por la corrupción o por el mal uso de quienes la gestionan o, por desgracia tan a menudo, de quienes la reciben.
Viñeta: El Roto. Abajo: Tremenda escena, ocurrida en Somalia y recogida en la exposición fotográfica de los 30 años de "Le Figaro Magazine", que se ha exhibido entre Abril y Julio de 2008 en los Jardines de Luxemburgo de Paris. Se reparte un saco de ayuda humanitaria, destinado al famélico individuo que lo necesita. Se lo birla y lleva un sujeto más fuerte, al que el pobre impedido por el hambre jamás podrá dar alcance. Nadie lo impide.
¡El Roto es genial! Y qué razón tienes, querido Fernando, sobre la filantropía sin ton ni son. Lo importante es ayudarles a levantarse solos, a levantar sus economías locales, ayudar a sus exportaciones sin cobrarles tantísimas tasas, a razón de las cuales, la exportación de sus productos se vuelven inviables. Todos los gobiernos deberían dar el 0,7% a los países muy necesitados del tercer mundo. Besotes, M.
ResponderEliminar¿Cuántos países promueven la instalación de industrias, de talleres artesanales en zonas de menor desarrollo? Quizás ahí había que hacer hincapie. Sé que algunas entidades fomentan este tipo de actividades, pero no son suficientes ni contribuyen a la mejora económica y social de toda la población que lo necesita. ¿No deberían de ir en esa dirección las ayudas? Es el viejo dicho de darle al necesitado una caña en vez de un pez para que se lo coma.
ResponderEliminarEn 2006 las ayudas europeas a la agricultura supusieron 5 veces más que el flujo mundial de ayuda al desarrollo
ResponderEliminarLa imagen que incluyes es suficiente para darse cuenta de lo que es esa ayuda que la mayor parte de las veces solo sirve para beneficiar a los que no lo necesitan. Mientras tanto, los que ayudan, lo hacen con el convencimiemnto de que asi salvan su mala conciencia, lo que les permite tomar decisiones que perjudican gravemente a los que dicen ayudar. Unos cínicos y unos mangantes.
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