15 de julio de 2010

El fútbol da mucho juego: Reflexiones futboleras de Eduardo Galeano

Soccer city Stadium de Johannesburgo, donde la selección española de fútbol ganó la Copa del Mundo. "El clamoroso silencio del estadio vacío" (E. Galeano)


Mi buen amigo Rubens Ferreira, el ingeniero uruguayo de Montevideo que hace años nos llevó a Luis Pastor y a mi a descubrir ese país y sus gentes, y a descifrar sus ilusiones mientras recorríamos su finca de Caraguatá, en el Departamento de Tacuarembó - donde dicen que nació Carlos Gardel - me envía este texto que acaba de escribir Eduardo Galeano sobre el Mundial de Fútbol. Lo incluyo aquí por admiración al autor de “Las heridas abiertas de América Latina”… y porque no tiene desperdicio. Con esta referencia concluyo mis entradas sobre el Mundial de Fútbol 2010. Creo que en este caso merece la pena.... ¿o no?
También aprovecho la ocasión - con algo de fatiga acumulada, ahíto de fútbol, atónito y desconcertado tras el debate sobre el estado de la nación que acaba de celebrarse en el Parlamento español (mon dieu, qué cosas se pueden llegar a decir sólo por el placer de hacer daño y de dar rienda suelta a ambiciones y resentimientos inconfesables) y necesitado de ordenar ideas y papeles que bullen, erráticos, a mi alrededor - para señalar que mis entradas se harán hasta los primeros días de septiembre más espaciadas, con paréntesis dedicados a tiempos más relajados y abiertos a otras tareas que precisan de momentos de calma que echo de menos, incluyendo las que me pondrán en contacto con otros horizontes. Vaya por delante, y hasta pronto, un afectuoso saludo para quienes de cuando en cuando os acercáis por aquí.


EL REINO MÁGICO
Por Eduardo Galeano (13/7/10)
Pacho Maturana, colombiano, hombre de vasta experiencia en estas lides, dice que el fútbol es un reino mágico, donde todo puede ocurrir.
El Mundial reciente ha confirmado sus palabras: fue un Mundial insólito.
Insólitos fueron los diez estadios donde se jugó, hermosos, inmensos, que costaron un dineral. No se sabe cómo hará Sudáfrica para mantener en actividad esos gigantes de cemento, multimillonario derroche fácil de explicar pero difícil de justificar en uno de los países más injustos del mundo.
Insólita fue la pelota de Adidas, enjabonada, medio loca, que huía de las manos y desobedecía a los pies. La tal Jabulani fue impuesta aunque a los jugadores no les gustaba ni un poquito. Desde su castillo de Zurich, los amos del fútbol imponen, no proponen. Tienen costumbre.
Insólito fue que por fin la todopoderosa burocracia de la FIFA reconociera, al menos, al cabo de tantos años, que habría que estudiar la manera de ayudar a los árbitros en las jugadas decisivas. No es mucho, pero algo es algo. Ya era hora. Hasta estos sordos de voluntaria sordera tuvieron que escuchar los clamores desatados por los errores de algunos árbitros, que en el último partido llegaron a ser horrores. ¿Por qué tenemos que ver en las pantallas de televisión lo que los árbitros no vieron y quizá no pudieron ver? Clamores de sentido común: casi todos los deportes, el básquetbol, el tenis, el béisbol y hasta la esgrima y las carreras de autos, utilizan normalmente la tecnología moderna para salir de dudas. El fútbol, no. Los árbitros están autorizados a consultar una antigua invención llamada reloj, para medir la duración de los partidos y el tiempo a descontar, pero de ahí está prohibido pasar. Y la justificación oficial resultaría cómica, si no fuera simplemente sospechosa: El error forma parte del juego, dicen, y nos dejan boquiabiertos descubriendo que errare humanum est.
Insólito fue que el primer Mundial africano en toda la historia del fútbol quedara sin países africanos, incluyendo al anfitrión, en las primeras etapas. Sólo Ghana sobrevivió, hasta que su selección fue derrotada por Uruguay en el partido más emocionante de todo el torneo.
Insólito fue que la mayoría de las selecciones africanas mantuvieran viva su agilidad, pero perdieran desparpajo y fantasía. Mucho corrieron, pero poco bailaron. Hay quienes creen que los directores técnicos de las selecciones, casi todos europeos, contribuyeron a este enfriamiento. Si así fuera, flaco favor han hecho a un fútbol que tanta alegría prometía. África sacrificó sus virtudes en nombre de la eficacia, y la eficacia brilló por su ausencia.
Insólito fue que algunos jugadores africanos pudieran lucirse, ellos sí, pero en las selecciones europeas. Cuando Ghana jugó contra Alemania, se enfrentaron dos hermanos negros, los hermanos Boateng: uno llevaba la camiseta de Ghana, y el otro la camiseta de Alemania. De los jugadores de la selección de Ghana, ninguno jugaba en el campeonato local de Ghana. De los jugadores de la selección de Alemania, todos jugaban en el campeonato local de Alemania. Como América latina, África exporta mano de obra y pie de obra.
Insólita fue la mejor atajada del torneo. No fue obra de un golero, sino de un goleador. El atacante uruguayo Luis Suárez detuvo con las dos manos, en la línea del gol, una pelota que hubiera dejado a su país fuera de la Copa. Y gracias a ese acto de patriótica locura, él fue expulsado pero Uruguay no.
Insólito fue el viaje de Uruguay, desde los abajos hasta los arribas. Nuestro país, que había entrado al Mundial en el último lugar, a duras penas, tras una difícil clasificación, jugó dignamente, sin rendirse nunca, y llegó a ser uno de los mejores. Algunos cardiólogos nos advirtieron, desde la prensa, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos uruguayos, que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles del país fueron una fiesta. Al fin y al cabo, el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al placer que algunos sienten por la desgracia ajena. Terminamos ocupando el cuarto puesto, que no está tan mal para el único país que pudo evitar que este Mundial terminara siendo nada más que una Eurocopa. Y no fue casual que Diego Forlán fuera elegido mejor jugador del torneo.
Insólito fue que el campeón y el vicecampeón del Mundial anterior volvieron a casa sin abrir las maletas. En el año 2006, Italia y Francia se habían encontrado en el partido final. Ahora se encontraron en la puerta de salida del aeropuerto. En Italia, se multiplicaron las voces críticas de un fútbol jugado para impedir que el rival juegue. En Francia, el desastre provocó una crisis política y encendió las furias racistas, porque habían sido negros casi todos los jugadores que cantaron “La Marsellesa” en Sudáfrica. Otros favoritos, como Inglaterra, tampoco duraron mucho. Brasil y Argentina sufrieron crueles baños de humildad. Medio siglo antes, la selección argentina había recibido una lluvia de monedas cuando regresó de un Mundial desastroso, pero esta vez fue bienvenida por una abrazadora multitud que cree en cosas más importantes que el éxito o el fracaso.
Insólito fue que faltaran a la cita las superestrellas más anunciadas y más esperadas. Lionel Messi quiso estar, hizo lo que pudo, y algo se vio. Y dicen que Cristiano Ronaldo estuvo, pero nadie lo vio: quizás estaba demasiado ocupado en verse.
Insólito fue que una nueva estrella, inesperada, surgiera de la profundidad de los mares y se elevara a lo más alto del firmamento futbolero. Es un pulpo que vive en un acuario de Alemania, desde donde formula sus profecías. Se llama Paul, pero bien podría llamarse Pulpodamus. Antes de cada partido del Mundial, le daban a elegir entre los mejillones que llevaban las banderas de los dos rivales. El comía los mejillones del vencedor, y no se equivocaba. El oráculo octópodo influyó decisivamente sobre las apuestas, fue escuchado en el mundo entero con religiosa reverencia, fue odiado y amado y hasta calumniado por algunos resentidos, como yo, que llegamos a sospechar, sin pruebas, que el pulpo era un corrupto.
Insólito fue que al fin del torneo se hiciera justicia, lo que no es frecuente en el fútbol ni en la vida. España conquistó, por primera vez, el campeonato mundial de fútbol. Casi un siglo esperando. El pulpo lo había anunciado, y España desmintió mis sospechas: ganó en buena ley, fue el mejor equipo del torneo, por obra y gracia de su fútbol solidario, uno para todos, todos para uno, y también por las asombrosas habilidades de ese pequeño mago llamado Andrés Iniesta. Ello prueba que a veces, en el reino mágico del fútbol, la justicia existe.
* * *
Cuando el Mundial comenzó, en la puerta de mi casa colgué un cartel que decía Cerrado por fútbol.
Cuando lo descolgué, un mes después, yo ya había jugado sesenta y cuatro partidos, cerveza en mano, sin moverme de mi sillón preferido.
Esa proeza me dejó frito, los músculos dolidos, la garganta rota; pero ya estoy sintiendo nostalgia.
Ya empiezo a extrañar la insoportable letanía de las vuvuzelas, la emoción de los goles no aptos para cardíacos, la belleza de las mejores jugadas repetidas en cámara lenta. Y también la fiesta y el luto, porque a veces el fútbol es una alegría que duele, y la música que celebra alguna victoria de ésas que hacen bailar a los muertos, suena muy cerca del clamoroso silencio del estadio vacío, donde ha caído la noche y algún vencido sigue sentado, solo, incapaz de moverse, en medio de las inmensas gradas sin nadie.

13 de julio de 2010

¿Euforia momentánea o necesidad psicológica? ¿Y qué han opinado los grandes del fútbol patrio?



Sólo el paso del tiempo aclarará cuál va ser el verdadero significado del triunfo de la selección español en el Campeonato Mundial de Fútbol 2010, el primero celebrado en África. Es necesario comprobar la entidad del poso que finalmente quede en la memoria para darse cuenta de lo que verdaderamente suponga un acontecimiento que ha logrado rebasar, como parece, su estricta dimensión deportiva. Pero a falta de tener esa perspectiva, no estaría de más reflexionar sobre lo que ha representado o puede representar un hecho excepcional, inédito hasta ahora en España y que, como todo el mundo ha podido comprobar, ha tenido una resonancia insólita, que ha desbordado con creces todas las previsiones. Y eso que no es, desde luego, el primer gran éxito alcanzado por los deportistas españoles. Conquistas memorables en baloncesto, en tenis, en deportes de motor, en natación sincronizada, en waterpolo, en atletismo… engrosan un palmarés espectacular, todos logrados casi de manera simultánea en ese período mágico para el deporte español que se abrió con fuerza a partir de las Olimpiadas de 1992 y que se ha mantenido casi invariable hasta nuestros días.

Sin embargo, en ningún momento el país se ha movilizado como en esta ocasión. Para un observador de los sucesos sorprendentes que ocurren a su alrededor, y que precisamente llaman la atención por las connotaciones que pudieran ofrecer, no pueden pasar desapercibidos tres hechos singulares: el impresionante seguimiento del Campeonato, que ha ido in crescendo a medida que las expectativas de triunfo se iban haciendo mas firmes; la profusa utilización de la bandera del Estado, omnipresente en todos los sitios y de las más diversas maneras, y las manifestaciones de júbilo que, tras la merecida conquista de la Copa, resonaron de una punta a otra de la península, sin restricciones ni falsos prejuicios. Me detendré brevemente en los dos últimos.

Jamás la bandera española ha ocupado con tanta reiteración el espacio público. Un símbolo comúnmente poco utilizado, salvo en determinadas manifestaciones de sesgo conservador, de pronto se ha convertido en la enseña de todos o, al menos, de una abrumadora mayoría de ciudadanos que deseaban expresar, a través de ella, su identificación con los colores institucionales del país cuya selección de fútbol, y de la mano de ese excelente entrenador y persona que siempre ha sido el salmantino Vicente del Bosque, tan buen papel estaba haciendo en el extremo sur de África. Cabe preguntarse si la exhibición masiva de ese trozo de tela, de todos los tamaños y formas y cuya significación a muchos disuadía hasta hace bien poco, es atribuible únicamente al deseo circunstancial de reafirmar su solidaridad con “La Roja” o en el fondo no encierra el propósito de poner de manifiesto, siquiera sea como reacción favorable al sentimiento colectivo, una afinidad con la idea de pertenencia a ese ámbito de relaciones, convivencia e intereses que se llama España y que, como tal, es reconocida internacionalmente con todos los derechos y obligaciones que ello comporta.

Quizá en la mentalidad de no pocos esta asimilación no aparezca tan clara y quede circunscrita a la sensación de que solo así es posible incorporarse de lleno al mundo de satisfacciones y zozobras que provoca - ¿inevitablemente? - la adicción futbolística en la mas impresionante competición deportiva del mundo. Pero, a la vista, de cómo han ido las cosas y de qué manera se ha exteriorizado ese sentimiento de alegría y complacencia, a que ha inducido una afición sentida y plenamente asumida, cuesta pensar que no esté presente también una postura que no muestra incomodidad cuando esgrime como imagen, a través de una escenografía que en ocasiones llega a ser apabullante, la que proporciona un estandarte que no es otro que el que representa a un Estado, llamado España, que con sus luces y sus sombras ha conseguido hacerse un lugar en el mundo, y no solo en el plano deportivo. Un espacio con capacidad para integrar proyectos compartidos, fraguados por gentes de la más diversa procedencia.

¿Euforia momentanea? ¿Jolgorio efímero y sin más trascendencia? Quizá, aunque está por ver. Porque lo que también parece claro es que el triunfo en Johannesburgo ha traido la sonrisa y la voz entusiasta a una sociedad que se sentía, y se siente, acongojada por el panorama sombrío que late a su alrededor. Un panorama no solo de crisis y de agobios económicos, sino también de hartazgo ante problemas institucionales irresueltos, ante discursos políticos tediosos y no exentos de cinismo, ante orates tertulianos que rezuman odios, mentiras y resentimientos, ante las desvergüenzas que emanan de una corrupción que no cesa, y que manipula los hechos con la pretensión de sentirse impune, ante visiones catastrofistas que lesionan la confianza en el futuro y empobrecen la autoestima en el corto plazo….

Y es que la psicología colectiva, como destacó tantas veces el maestro Castilla del Pino, se aferra de manera instintiva a hechos y circunstancias que pueden facilitar subjetivamente la supervivencia del ánimo en medio del desencanto y la desolación. Es una herramienta de salvamento frente al pesimismo, un recurso obligado frente a la negrura. ¿Y qué hay de malo en ello cuando basta un triunfo deportivo, conseguido en buena lid y con un equipo admirable, en el que todos los españoles, sean de donde sean, se sienten representados si se trata de recuperar la confianza y la percepción de que no todo es cieno y que algo de esperanza cabe en un pais que, al socaire de una proeza deportiva, se siente, al fin, solidario con valores sustentados en el espiritu de equipo, en el esfuerzo y en la ilusión?
Mientras tanto, estaremos atentos al día después. Cuando los focos de la fiesta se apaguen, cuando el ruido amaine, cuando el entusiasmo ceda paso a la realidad, cuando el trofeo quede definitivamente instalado en la vitrina, tiempo vendrá de escuchar las declaraciones serias y de saber el destino de las suculentas recompensas pecuniarias prometidas a los jugadores, que seguirán siendo famosos de por vida pero al tiempo ciudadanos, aquí y ahora, de un pais donde mucha gente lo está pasando mal. Será el momento de comprobar la sinceridad que encierran las muestras de generosidad recíproca. Con todos y para todos.

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A modo de conclusión, una curiosidad aflora. Tras seguir con cierto detenimiento cuanto se ha dicho en los distintos medios sobre el resultado conseguido, llama la atención el silencio clamoroso mostrado por grandes figuras nacionales del mundo balompédico. Quizá se me ha pasado, y de ahí la pregunta, que desearía despejar. ¿Alguien ha oido la opinión autorizada de personajes que sin duda mucho tenían que decir sobre el resultado conseguido como es el caso de Luis Aragonés, Florentino Pérez, Jorge Valdano, Pep Guardiola o Rafa Benítez, entre otros grandes del fútbol patrio? Silencio, desprecio, indiferencia.... cualquier cosa menos ignorancia. Los que tanto saben de fútbol en este país de envidias irreversibles han callado ante la gesta o estaban fuera de órbita. Menos mal que sí hemos oido la opinión de ese gran maestro del buen estilo en todos los órdenes, dentro y fuera de la cancha, que es Johan Cruyff. Un hombre que compone con Alfredo Di Stéfano y Pelé el trío que, en mi opinión, representa lo mejor de la historia del fútbol.

8 de julio de 2010

El fútbol, más que un deporte, es “una metáfora de la condición humana”

Niños sudafricanos simulando un Mundial. La foto es de Jerôme De Perlinghi y ha sido publicada en el diario francés Libération 


Cuando Richard Kapuscinski escribió “La guerra del futbol” para profundizar en las causas de la guerra que enfrentó a Honduras y El Salvador en la fase clasificatoria para el Mundial de1970, lo hacía consciente, como él mismo señala, de encontrarse ante uno de los sucesos más insólitos de cuantos hasta entonces habían atraído su interés como periodista. No hay que escarbar demasiado para encontrarse en el panorama intelectual a ilustres personajes de la literatura, del arte o del pensamiento que no sienten apuro alguno a la hora de dejar constancia de sus pasiones por el balompié. Casi siempre lo hacen mientras miran para otro lado cuando se habla de la trama de tejemanejes que rodea ese deporte en el que se mueven cifras astronómicas, se prima con recompensas que, al conocerlas, provocan el sonrojo y se acomete sin recato operaciones especulativas que inciden sobre aspectos esenciales de la actividad económica, de la vida política, de los comportamientos sociales o de la gestión territorial.

Si se analiza bien, pocas vertientes de la vida contemporánea permanecen ajenas, directa o indirectamente, a las implicaciones concatenadas que en ella provoca el fútbol, tanto en relación con quienes lo admiran como de cuantos lo rechazan. Baste señalar que las inversiones publicitarias movilizadas por el Mundial de Sudáfrica 2010 supondrán – estima la Gazzetta dello Sport – 5.000 millones de euros, en tanto que la FIFA ingresará en sus arcas una cantidad superior a los 2.500 millones por los derechos abonados por las televisiones y por contratos varios de esponsorización. Entrar en detalles respecto a lo que suponen los fichajes a los futbolistas o las operaciones inmobiliarias acometidas por los presidentes de los Clubes en armonía con los Ayuntamientos no haría si no elevar hasta niveles inimaginables la espectacularidad de la bola financiera y de intereses, ocultos o explícitos, creada en torno al fútbol.

Pero, más allá de sus implicaciones económicas, es evidente que las actitudes de indiferencia hacia ese deporte quedan eclipsadas, a la postre, por la magnitud de lo que significa un “hecho social total” como expresivamente lo ha calificado Norbert Elias. Con mayor énfasis Ignacio Ramonet, que acuñó el concepto "Planeta Fútbol", afirma que ese juego "constituye una metáfora de la condición humana”, en la medida en que favorece una reflexión sobre el papel del individuo y del trabajo en equipo, permite debates apasionados sobre el valor, la camaradería, el espíritu de lucha, el descubrimiento de las ambiciones soterradas, lo arbitrario y la injusticia, mientras pone en evidencia los azares de la fortuna y el destino no previsto y, lo que no es menos importante, alienta complicidades y pasiones compartidas en la confianza de que quien participa de esta afición colectiva nunca se encuentra solo. "You’ll never walk alone" ("Nunca marcharás solo") : con esta frase se consuelan y animan en todos los encuentros los hinchas del Liverpool FC, un club representativo de los trabajadores en Gran Bretaña. Si en todos los deportes son más numerosos los que pierden que los que ganan, en el fútbol la crudeza de la derrota, más aún que en el caso de la victoria, sólo es soportable en un clima de solidaridad y consuelo masivos y sin fisuras.

Vehemente y apasionado manifiesto colocado en el entorno del Estadio Mestalla de Valencia, llamando a la solidaridad e incluso a la defensa de la identidad "racial", mientras sus autores dejan bien claro que la directiva puede hacer lo que le de la gana. Fotografía realizada el 30 de octubre de 2008 en la Avenida Blasco Ibáñez de Valencia.


Y, desde luego, no cabe duda de su dimensión sociológica y cultural. En torno a él gravitan y se entreveran actitudes capitales de la conciencia social e individual como son el sentimiento de pertenencia a unos símbolos y a unas referencias que sobreviven al paso del tiempo, el afianzamiento de la misma idea de identidad, las connotaciones pasionales en su grado más explícito, no exentas a veces de cierto misticismo casi religioso. No en vano los estadios se muestran como el escenario óptimo para la manifestación de ceremonias identitarias, para la exacerbación de los localismos o la materialización de comportamientos rayanos en lo tribal e incluso propensos a la violencia, amparada en tales santuarios para perder todo sentido cuando esos ámbitos se abandonan. Ya lo decía Eduardo Galeano: “podrás cambiar de profesión, de partido, de amigos o de cónyuge en la vida…. Pero nunca cambiarás de equipo de futbol". Es "la pasión", esa pasión que tan bien expresaba el curioso personaje, enamorado del futbol, que destaca entrañable en “El secreto de sus ojos”, la famosa película de Juan José Campanella, que recurre a la famosa frase de Galeano. ¿Lo recuerdan?

No hay espectáculo igual. Ningún otro evento, sea de lo que sea, es capaz de lograr, como se prevé en el Mundial de Sudáfrica, una audiencia acumulada de 21.000 millones de personas. Y, finalmente, la apoteosis ha llegado. Nunca hasta ahora un espectáculo ha sido visto al mismo tiempo por tanta gente. El domingo 11 de julio de 2010, cerca de 4.000 millones de personas, más de la mitad de la humanidad, han asistido expectantes a la final en que España, compitiendo con los Países Bajos en el Soccer City de Johannesburgo, ha logrado, al fin, hacerse por vez primera en la historia con la Copa del Mundo de Futbol. ¿ O es que alguien había puesto en duda que esto podía suceder?

7 de julio de 2010

Lo de Uruguay no es poca cosa


No se logró la victoria, pero la hazaña fue grande. Y debe ser destacada. Llegar a semifinales en el mayor espectáculo del mundo sólo está al alcance de cuatro equipos. El fútbol es así. La tensión en el rostro de los jugadores antes de salir a la cancha del Green Point Stadium de Ciudad del Cabo reflejaba lo mucho que representa ese deporte de multitudes, dinero, pasiones y simbologías inigualables en la cultura colectiva de un pueblo que, habitando un país pequeño, aspira a ser grande. A ser reconocido, a ser admirado, a merecer la atención que aparece desleída cuando la mirada se expande por los anchos horizontes de la América austral donde el Uruguay apenas es una cuña entre las inmensidades de sus vecinos.

Ya en el campo, la garra se enardece para dejar de lado el abatimiento y la sensación de que la victoria no es fácil objetivo, pero sí posible. La voluntad prima sobre el estilo, el coraje sobre la finura, mientras la astucia y la fortaleza del adversario, que calcula sus tiempos con la habilidad y precisión que en todo ponen los soberbios anaranjados de los Paises Bajos, cercenan el terreno que insistentemente los charrúas tratan de abrir para que el mundo aplauda la proeza de que son, o pueden ser, capaces los asesorados por Oscar Tabárez, cuyo parecido con José Gervasio Artigas, el héroe por antomasia de la Banda Oriental, resulta asombroso. Al final, 2 a 3. La menor de las diferencias.

Volverán, como los cuartos del Campeonato (¡qué lastima de larguero inoportuno en el últiimo minuto!), al aeropuerto de Carrasco, allá donde Montevideo se adentra mansamente en las enormes fauces del Paraná. Recorrerán las calles y las esquinas de la ciudad que tanto amaba Mario Benedetti. Serán objeto de comentarios sabrosos por parte de Eduardo Galeano, que, al fin, saldrá de ese recogimiento sobre sí mismo y su pantalla de televisión que siempre, como ha reconocido, le provocan los Mundiales. Se acercarán a la Plaza de la Independencia, o quizá a la inmensa esplanada que se abre ante el Parlamento, donde Pepe Mujica les obsequiará con su sonrisa característica y alguna broma inesperada para levantar el ánimo. Recibirán el saludo fraternal de los que en Paysandú, Paso de los Toros, Tacuarembó o Rocha, entre tantos otros lugares, se sientan identificados con los colores celestes que han brillado con luz propia en la tierra de los bafana-bafana. Y ya en la soledad que algunos de los jugadores sientan mientras paseen por Pocitos frente al Rio de la Plata, no les será infrecuente evocar las sensaciones infinitas emanadas de una experiencia inolvidable que asociarán al ruido ensordecedor de las vuvuzelas en aquellos estadios en los que la sombra de Nelson Mandela ha estado omnipresente a través de esa espectacular riqueza de colores engarzados que sólo Sudáfrica - "the Rainbow Nation" como la definió Desmond Tutu- logra aportar al mundo.

Enhorabuena, Uruguay. Enhorabuena, orientales. Enhorabuena a cuantos sienten como propios los éxitos y las frustraciones de ese pais tan admirablemente recogido y descrito en la voz de Alfredo Zitarrosa.

Nota: La fotografía que abre esta entrada fue realizada por mí en Montevideo el dia 1 de mayo de 2010. Forma parte de una colección de imágenes sobre el Primero de Mayo en esa ciudad, que espero publicar, con sus correspondientes comentarios, algún día. Si alguien sabe de alguien que pudiera estar interesado en esa publicación, le agradecería me lo comunicase.


6 de julio de 2010

¿Pragmatismo turístico o voluntad de cooperación sincera? Todos nos necesitamos para salir adelante

Playa de Zumaya (Guipuzcoa)

No es un hecho baladí lo que acaba de suceder en el País Vasco. En el marco emblemático del Museo Guggenheim de Bilbao se ha firmado un acuerdo de colaboración para promocionar la imagen turística del Pais Vasco en el marco de la campaña globalmente concebida y diseñada para el conjunto de España. Es la primera vez que algo así sucede en nuestro país, donde este tipo de iniciativas no suele formar parte de las preocupaciones o de las líneas estratégicas de las Comunidades autónomas, más empeñadas en demostrar el gran poder que tienen, y lo mucho que con él saben hacer y gastar, que en establecer puentes de acuerdo con la Administración Central de Estado para emprender proyectos que interesan a ambas partes, salvo que vengan obligados por la Ley y no haya más remedio que asumir formalmente la integración en el Estado.

Pero lo llamativo es que el lema principal de la campaña emprendida al amparo de este acuerdo responde al slogan “I need Spain”. Necesito España. Sabemos que todos los lemas que se eligen para actuaciones de este tipo no surgen por casualidad. Son el resultado de un proceso de elaboración lento, muy pensado, que a veces culmina en la genialidad aunque lo habitual es que sirvan simplemente como reclamo de algo que se ve respaldado y reconocido por la frase escueta pero muy expresiva con la que se promociona.

El hecho de que el acuerdo se centre en la consecución de objetivos turísticos que pueden verse incrementados en el marco de las extraordinaria dimensión y reconocida capacidad de arrastre que en este sentido posee el territorio español y la propia imagen de “España”, no merma un ápice la trascendencia del compromiso, cuya aplicación durará lo que resta de año. Si llama la atención el que la propuesta provenga del Pais Vasco – cuyo Presidente fue el único de los flamantes y superocupados gobernantes autonómicos que asistió el 27 de junio al acto de reconocimiento a las víctimas del terrorismo efectuado en el Congreso de los Diputados – constituye al tiempo una lección y una prueba fehaciente de lo que en estos momentos representa el rumbo emprendido por Euskadi en España que, sin merma alguna de su capacidad de autogobierno, ha sabido entender el valor del acuerdo, el alcance de la cooperación al servicio de proyectos de interés conjunto, la importancia de sentirse bien en un marco estatal en el que todas las partes pueden verse favorecidas si hay voluntad sincera de compartir el futuro sobre la base del respeto mutuo.
Cuando la violencia desaparezca definitivamente de la tierra vasca, ni imaginarme puedo lo que eso representará a la hora de visitar el espacio donde, como diría Raimon, se dan todos los colores del verde.





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