Leo una frase que invita a la reflexión e, interesado en conocer la opinión ajena, creo que no está de más plantearla en este foro virtual, concebido precisamente para el fomento de la comunicación. Es de Jorge Freire:
"Como el paseante baudelairiano, que deambula entre las turbas sin mezclarse con ellas, nos rodeamos de cientos de amigos virtuales, pero seguimos solos. Lo que nos conecta nos aísla. Hoy estamos sintonizados en tiempo real; soliloquiamos simultáneamente, sin llegar a escucharnos."
Inevitablemente surgen algunas preguntas, que lanzo al viento por si a alguien le interesa: ¿Estamos tan solos como parece? Qué valor asignamos a este tipo de comunicación mediatizada? ¿De cuántas formas puede manifestarse la soledad? ¿La relación presencial queda eclipsada por la virtual? ¿La conexión no directa difumina el sentimiento de apego y solidaridad? ¿Cómo modifica todo ello la percepción de los espacios de vida y de relación?
Comento la frase con la pareja con la que he tomado café en una terraza de mi barrio, acompañado también por la prensa nuestra de cada día. Su reacción ha sido confusa. Tal vez todas las reacciones lo sean cuando la idea expuesta suscita inquietud. Hace calor. Mejor caminar. Sin rumbo. De pronto, me viene a la memoria la visita que hice a la planta de Cerealto Siro en Toro, actualmente afectada por una profunda crisis. Ayer hizo siete meses, a punto de finalizar el año. Esa Zamora del alma. Nada allí era virtual; todo real como la vida misma.
Qué principios fundamentarán los comportamientos humanos en los días que vendrán? Un nuevo escenario se abre ante nosotros tras las lecciones aprendidas y conscientes de que en adelante muchas actitudes y posturas han de cambiar. La dureza de la experiencia no permite afrontar el futuro como si nada hubiera pasado o con la idea de que lo ocurrido es un mero paréntesis en nuestra singladura por la vida.
Es probable que, cuando volvamos a la calle, veamos de nuevo a nuestros amigos, recuperemos la cercanía de la familia, coincidamos con el vecino, entremos en el establecimiento de proximidad que siempre nos acogía - el único apetecible para mí - o acudamos a una consulta médica, tres nociones claves sobrevolarán nuestros pensamientos. A saber, reconocimiento de la extrema vulnerabilidad en que vivimos, sentido de pertenencia a un espacio de riesgos y solidaridades compartidos, afianzando la conciencia de que no estamos solos, la ponderación inequívocamente positiva de los servidores públicos y de los oficios dedicados a atender las necesidades de la ciudadanía... y apoyo sin fisuras a los investigadores que ayudan a que las sociedades sobrevivan a la catástrofe.
Todo se resume en la valoración de quienes menos reciben, de los peor pagados, de quienes están sumidos en el anonimato sin otra compensación que la que aporta el orgullo por la labor cumplida. Toda una lección laudatoria de la humildad y la honradez profesional, que quizá trascienda al modo de entender el ejercicio de la política.
¿No les parece? ¿O será acaso un sueño, afectado por la atmósfera de la peste?
Leo en Le Monde Diplomatique un artículo que
induce a la reflexión. Los impulsores y partícipes del movimiento Occupy WallStreet (OWS)parecen estar "amoureux de lui même". Es decir, tras
una etapa de eclosión, clamor en la calle, reivindicaciones justificadas en
pro de una "democracia real", repletos de eslóganes y frases que en
algunos rozaban la genialidad, parecen recluidos en sus nichos
autocomplacientes. Da la impresión de encontrarse en un impasse, en
una especie de laberinto sinuoso cuya salida, coherente con las pretensiones
que lo animaron, no parece visible ni se atisba por dónde puede transcurrir.
¿Pasa lo mismo, pasará lo mismo, con el 15-M, que convirtió a las plazas
españolas en los testimonios ostensibles de una nueva época? ¿Dónde están en estos
momentos? ¿Hacia qué derroteros se dirigen? ¿Qué conexiones le vinculan con esas mareas multicolores que, organizadas sectorialmente, claman contra los recortes y los brutales desmoches de lo público? ¿Qué tiene que ver con ese Partido X, enfáticamente autocalificado como Partido del Futuro, e identificado con una incógnita que se aviene mal con el valor y la
importancia pretendidamente otorgados a la transparencia como principio
incuestionable de la toma de decisiones y de la participación ciudadana?
Enamorarse de sí mismo, como parece ocurrirles a
los de NYC, no es bueno porque, al final, se acaba en la irrelevancia y en el
desencanto. Hace unos días falleció Stéphane Hessel, el autor del famoso manifiesto a favor de la protesta. "Indignáos" se tituló la obra que canalizó la lectura durante algún tiempo de mucha gente. Con él se fue una voz rotunda que supo sintonizar con las sensibilidades de una época. Dada su lucidez, nada lesionada por la edad, es muy probable que su opinión habría arrojado alguna luz en el panorama de incertidumbres y nieblas que nos invaden. Un legado intelectual póstumo así lo avala.
Solamente sobre la base de una información veraz, objetiva, rigurosa y libre es posible cimentar la calidad
democrática que precisan las sociedades contemporáneas. En torno a la información
planteada en estos términos se despliega
un amplio abanico de posibilidades asociadas a la interpretación rigurosa de lo que
sucede en la realidad, a la formulación de opiniones que estimulen el debate mediante el
conocimiento de los diferentes enfoques y perspectivas que un tema encierra y, lo que es más importante, a la creación de un pensamiento crítico, bien fundamentado, refractario a la
simplificación y al adocenamiento a que a menudo conducen los modelos
informativos al servicio de los grupos de poder y de los intereses sesgados que
defienden.
Por esa razón siempre hay que felicitarse cuando un grupo de
profesionales de la información decide con tanta ilusión como esfuerzo poner en marcha una iniciativa orientada
a promover un órgano de difusión de las noticias y de las ideas, relacionadas
con los sucesos y los fenómenos que interesan a los ciudadanos, con el propósito de
estimular esa conciencia reflexiva capaz de permitirles afianzar su fuerza y sus posiciones en un contexto histórico ante el que no
pueden permanecer indiferentes.
Tal es la finalidad pretendida por la
plataforma periodística “Último Cero”, que ayer se dio a conocer públicamente en Valladolid,
y en cuya promoción confluyen algunas de las personas más sensibles e
intelectualmente más sólidas de la sociedad vallisoletana. Haciendo suyo el
amplio margen de capacidades de difusión favorecidas por la comunicación en
red, tratan de mostrar lo mucho que da
de sí el pensamiento crítico aplicado a los hechos de nuestro tiempo sobre
todo cuando este empeño se acomete con honestidad, abierto a una gran
diversidad de temas y con la coherencia
que anima la adscripción a un proyecto culturalmente integrador. "Para garantizar esa independencia frente a los
poderes políticos y económicos,- señala Pedro Vicente en sublog- "Último Cero" se
financiará a través de un sistema de suscripciones, similar al que han adoptado
otros medios emergentes como eldiario.es que dirige Ignacio Escolar. Una
fórmula que por otra parte otorga al proyecto un carácter participativo y
refuerza el compromiso social con la información veraz y la opinión
plural".
Basta prestar atención a las palabras de Fernando Valiño, periodista de toda la vida, afanado con seriedad en todos los frentes y batallador incansable en pro de las causas más nobles, para darse cuenta de por dónde se encamina la idea. Personalmente, la deseo la mayor de las fortunas, es decir, la de que sea aceptada por la sociedad - la de aquí y la de todo el mundo, pues la Red lo hace posible - como una referencia informativa útil y necesaria.
Lecciones y advertencias que de pronto aparecen y que invitan a detener la mirada. Testimonios anónimos de una sensibilidad a flor de piel que se resiste a la ocultación. Reflexiones contundentes y a la vez contradictorias. ¿Ocurren las cosas tan deprisa -como señala el texto de arriba - que, al
final, lo olvidamos todo? Si así fuera, si el peso apabullante de la actualidad
acabase diluyendo en la memorialos sucesos que, pese al
tiempo, deben quedar indelebles, qué gran satisfacción tendrían los
responsables de las malas prácticas, los corruptos y los mentirosos, sabedores
de que el tiempo acaba eclipsando todo.
Sin embargo, al tiempo aflora la idea de que
el mundo puede cambiar, de que los procesos y las decisiones adquirirían otro
rumbo cuando los elementos más conscientes de la sociedad se empeñan y se
esfuerzan para que así sea.
(Mensajes en la calle. Barrio de Brooklyn en NYC.
1.12.12.)
La crisis está
transformando el espacio, ya sea público o privado. Imágenes y sensaciones
diferentes, a las que no estábamos acostumbrados, de pronto irrumpen en los
escenarios apacibles de la vida cotidiana, modificándolos por un momento e introduciendo en ellos ideas, palabras y
un punto de tensión que no tienen otro propósito que el de poner al descubierto
los matices dolorosos de una realidad crítica de la que se ven afectados
sectores de la sociedad a los que no queda otro recurso que la palabra. La
diversidad de la denuncia es tan grande como plurales pueden ser el enfoque y
el acento que cada cual quiera darla. El clamor se presta a la escenografía
variopinta que vemos por doquier enseñoreándose de la calle, porque la calle no
es de nadie y es de todos a la vez. Con frecuencia, y cuando uno menos se lo
espera, surge la manifestación que reclama ser oida porque el mensaje que
encierra no es producto de la improvisación sino del esfuerzo organizado por
dar de sí lo que no sería posible de manera aislada e inconexa. Se podrá estar
o no de acuerdo con la forma de presentar las cosas y con la imaginería
utilizada, pero de lo que no cabe duda es de que, sea cual sea el impacto
visual y sonoro ofrecido, los ciudadanos, y no precisamente marginales, sienten
imperiosamente la necesidad de expresar públicamente su voz dolorida y
desencantada. Ocurrió hace unos días en una concurrida playa del Norte de
España. Como en el verso de Cervantes, la marcha "caló el chapeo, miró al
soslayo, fuese y no hubo nada".
Es la primera vez en la historia de Europa que
una jornada de defensa de la Educación Pública convoca y reúne en España a
miembros de toda la comunidad educativa, desde la Enseñanza Primaria hasta la
Universidad. No existen precedentes de un acontecimiento así; de un acontecimiento que hay que
destacar por lo que representa de movilización integral y coordinada de grupos
profesionales muy heterogéneos, que han decidido aunar sus esfuerzos y sus
voces para denunciar las gravísimas maniobras encaminadas al debilitamiento de
la calidad formativa y de la cohesión social que desempeña uno de los grandes
pilares sobre los que se sustenta una sociedad avanzada como es la Educación
Pública.
Masiva y contundente en sus reivindicaciones, no ha sido una jornada
políticamente sesgada. Ahí estaban las centrales sindicales representativas de
todas las sensibilidades existentes en el sector; en ella han estado presentes
profesores que jamás habían participado en una huelga y asistido a una
manifestación contra la política gubernamental. Un poderoso clamor ha salido de
las aulas, de los laboratorios y de los despachos reclamando la preservación de
un sector que no puede ser debilitado so riesgo de empobrecimiento colectivo,
de deterioro de la formación y de pérdida de la solidaridad que entraña una
educación al servicio de toda la ciudadanía.
Ha ocurrido en primavera, mientras
el color verde que identifica la movilización se confunde con las tonalidades
de los jardines que engalanan la plaza pública. Seguramente los procuradores
comuneros que en 1518 se reunieron en las Cortes celebradas en la Iglesia de
San Pablo en Valladolid ( a la izquierda) para expresar su rechazo a las
pretensiones del emperador, que trataba de anular sus derechos (y que se vio
obligado a respetar), se mostrarían complacidos varios siglos después al
observar que enseñantes, investigadores y alumnos reclamaban en ese mismo
espacio la defensa de lo que en justicia les pertenece: el derecho a una
Educación Pública de calidad y debidamente financiada.
He aquí un debate que no cesa de cobrar fuerza en este mundo nuestro dominado por la sobreinformación, por el desarrollo espectacular de las redes sociales y por los cambios y readaptaciones permanentemente observados en la opinión pública, con la consiguiente incidencia en los comportamientos políticos. Un debate que además se justifica cuando no son pocos quienes en el panorama ciberespacial aluden al impacto creciente de Internet en la política, al considerarlo un instrumento de movilización masiva, capaz de articular las reacciones de personas dispersas geográficamente y que, de manera instantánea, unen sus posiciones y sus voluntades en un empeño compartido que también de inmediato se proyecta, en ocasiones con gran resonancia, en el espacio público. No sorprende, por tanto, que Abdur Chowdhury, uno de los responsables del equipo de investigación de Twitter, haya llegado a afirmar que sería muy difícil entender las tendencias que rigen en el mundo sin la ayuda de Twitter.
Sin embargo, ¿hasta que punto podemos afirmar que reacciones en cadena como la que tuvo lugar con motivo del debate y votación de la Ley Sinde el pasado 21 de diciembre, cuando la página web del Congreso de los Diputados sufrió un ataque insólito de denegación de servicio, pueden repercutir, con la intensidad que sus protagonistas desearían, en la orientación de las mentalidades ciudadanas? ¿Hasta qué punto iniciativas como la de Anonymous AB, que utiliza Facebook, pueden llegar a modificar la percepción de un problema, o su forma de interpretarlo con fines reactivos a través de sus protestas virtuales, como ha pretendido en el caso que comentamos? ¿Qué grado de efectividad tienen, a la postre, esas densísimas tramas de flujos de información en las que confluyen miles de amigos y de seguidores, y que al tiempo se convierten en poderosas fuentes de información sobre quienes las integran, sin olvidar el hecho de que con frecuencia limitan, cuando no suplen, los contactos y las relaciones personales?
Tema delicado y con numerosos claroscuros, el referido a la opinión publica sigue siendo motivo de controversia, aún no resuelta. Tal vez la cuestión pudiera zanjarse afirmando, como hace Pierre Bourdieu, que “la opinión publica no existe”, pero lo cierto es que los comportamientos sociales y políticos sí reflejan en la práctica orientaciones mayoritarias, sesgos opciones en un sentido u otro, a medida que la democracia transforma la opinión publica -llámese así o de otra manera - en voluntad popular, dotada de verdadera incidencia política o, cuando menos, dotada de la posibilidad de repercutir en su configuración.
La realidad demuestra, en efecto, que esa opinión se construye sobre bases consistentes, apoyadas en las grandes corrientes de información y opinión cuyo origen no tiene nada de fortuito o circunstancial sino que, más bien, aparece como el resultado de un proceso gradualmente construido a partir de mensajes, reflexiones, ideas, debates y contenidos, cimentados tanto en la experiencia particular de cada cual como en los mecanismos responsables de la carga informativa, en buena medida controlada por lobbys mediáticos que la manipulan a su antojo u orientan en la dirección que más interesa a los grupos dominantes. Y es que la importancia de la opinión pública es tan relevante que cuantos tienen intereses que defender se afanan para influir en ella mediante estrategias de comunicación cada vez más sofisticadas y sutiles.
Frente a esta modalidad dominante de intervención en el sistema informativo, poderosamente organizado y estructurado a gran escala, entiendo - es un simple punto de vista - que las redes sociales ocupan un papel menor; un papel que en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas (al menos hasta ahora) se ha limitado a convocar campañas de movilización más o menos exitosas, con un fuerte impacto en la capacidad reactiva de la sociedad, pero con débil repercusión a medio plazo en la formación de los criterios que configuran la opinión pública con auténtica, y eso es lo importante, dimensión política.
Con todo, no cabe duda de que estamos asistiendo a un fenómeno que en cierto modo marca con rasgos poderosos una tendencia característica de nuestra época. Me refiero a la magnitud alcanzada por las protestas sociales, que adquieren una extraordinaria resonancia a partir de 2008 hasta alcanzar una magnitud considerable con el estallido de la llamada primavera árabe en 2011. A la vista de la trascendencia alcanzada no está de más reflexionar sobre el alcance real de estos movimientos que ocupan el espacio público, logran una extraordinaria repercusión informativa, obligan a reaccionar a los poderes instituidos, todo ello como consecuencia, según afirma Lluis Bassets, del efecto que en tal sentido aportan "redes sociales como el instrumento organizativo mejor adaptado a las características de los nuevos tiempos".
Sigo con atención los debates que en España analizan las dimensiones de la crisis y los factores que la provocan. Muestro interés por las medidas que se proponen para atajarla. Me pierdo en los diagnósticos, en las advertencias y en las llamadas de atención. Atiendo con los cinco sentidos las declaraciones que desde el poder y la oposición se realizan sobre el tema. Atisbo en el plan previsto por el Gobierno el listado de leyes que se contemplan, hasta el final de la legislatura, con el fin de poner de manifiesto la voluntad de abordar problemas importantes. Leo con detenimiento, en fin, el resultado de la conversación mantenida por el Sr. Rodríguez Zapatero, y sus vicepresidentes, con lo más granado del empresariado español. Contemplo, sorprendido, cómo sólo cuatro de 37 (Anfac, Grifols, Inditex y C. Mondragón) pertenecen a la actividad industrial, es decir, la que crea innovación, empleo, valor añadido, exportación, mientras predominan los grupos financieros, las constructoras, la energía y el turismo. Empresas que en su mayoría obtienen la parte sustancial de sus beneficios en el extranjero. Preocupante panorama en un país que se ha ido desindustrializando, lo que justifica la ausencia en esa reunión de los responsables de los Ministerios de Industria y Ciencia y Tecnología. ¿No les sorprende también a ustedes?
Creo, en fin, saberlo casi todo, o al menos lo intento, de lo que los medios dicen sobre el principal problema global que actualmente afecta al país. A este pais, sumido en el desconcierto, asustado y sumiso. Y, sin embargo, en ninguna comparecencia, en intervención alguna ni en las conversaciones mantenidas con las grandes empresas, se dice nada, absolutamente nada, de una realidad social y económica que se ha convertido en tragedia de enorme dimensión. Nada se habla en esos foros donde se gestan las grandes decisiones del problema en que se encuentra el millón de ciudadanos afectados por los riesgos de desahucio de su vivienda como consecuencia de la imposibilidad de hacer frente a sus deudas hipotecarias.
Son ciudadanos olvidados, dejados a su suerte, pese a ser legión. Más de 230.000 expedientes de desahucio se han acometido en España desde mediados de 2008. El problema afecta a la mayor parte de quienes se sumergieron en la vorágine irracional del crédito hipotecario en los últimos cinco años, atraidos por los bajos tipos de interés, el atractivo de acceder a una vivienda propia al amparo de la proliferación inmobiliaria e inducidos asimismo por los bancos, que se mostraron dispuestos a respaldar con su crédito las operaciones más arriesgadas, implicando en ellas a los avalistas de los solicitantes hasta configurar una trama tupidísima en la que se vió apresado, casi de por vida, un sector importante de la juventud española y de los inmigrantes llegados al señuelo del empleo pretendidamente asegurado.
Mas ese tinglado se ha venido abajo y con el estallido de la burbuja ha sobrevenido un drama humano de colosales dimensiones. La gente pierde sus casas sin remedio ni paliativo, aunque ello no suponga la cancelación de la deuda, ya que el compromiso hipotecario se mantiene hasta su amortización definitiva. Y es que el procedimiento de dación en pago, por el que la entrega de la vivienda supone la eliminación de la deuda, no se aplica en España. La deuda no desaparece con la entrega del inmueble, que además pierde valor frente al que tenía en el momento de ser adquirido, por lo que la deuda mantenida es superior con frecuencia al valor tasado de la vivienda. Así se explica la situación trágica en la que se desenvuelven numerosas personas jóvenes, y no tan jóvenes, que han debido buscar refugio en el entorno familiar, mientras el problema se muestra irresoluble en el caso de los inmigrantes que, afectados por la misma situación, carecen, en cambio, del resguardo familiar que les acoja y proteja. De ahì su desesperación y las protestas de sus gobiernos, como contundentemente ha hecho el ecuatoriano. Se ha registrado, en ambos casos, situaciones terribles, que están en la mente de todos. ¿Puede haber algo más terrible en la vida de una persona, de una familia, que la pérdida de la vivienda para quedarse sin remisión en la puta calle?
Mas de ese tema apenas se habla en los medios y, lo que es más grave, se ignora en los ámbitos de la decisión que podría introducir medidas que contuviesen la gravedad del problema. Una palabra de reconocimiento de su tragedia también sería pertinente. En Estados Unidos hay movilizaciones muy fuertes contra los desahucios, que han logrado éxitos importantes, e incluso el Gobierno federal ha habilitado una linea de ayuda a los damnificados por la insolvencia y donde, en cualquier caso, la devolución de la vivienda al Banco libera de la carga contraida. En España la situación deriva a la actitud resignada del sálvese quien pueda. No ha habido reacciones colectivas contra el fenómeno que comento. Apenas solidaridades aisladas, manos irritadas en el rostro, algún insulto que otro y miradas al suelo.