Recuerdo aquella exposición, magnífica, que tuvo lugar en Barcelona y que visité en la primavera de 2005. Evoco aquella referencia para valorarla en lo mucho que significa en estos momentos de incomunicación infranqueable
Cuando oigo hablar de nacionalismo o de identidades socio-culturales me vienen a la memoria las tragedias que a lo largo de la historia llevan asociados estos conceptos a hierro, dolor, odio y fuego. Sobre ello escribió palabras elocuentes Emmanuel Kant cuando aludía a los mensajes que invocaban en la sociedad alemana la fuerza de la patria como idea obsesiva, alienante y culturalmente tan sectaria como demoledora. Me cuesta encontrar algún ejemplo sobre la utilidad de estas nociones y sobre su contribución al desarrollo de las sociedades, de las mentalidades y de la persona. La experiencia ha demostrado que son una rémora y una antigualla, a menudo esgrimidas para enmascarar problemas y defectos de gestión de quienes las propalan para, embutidos en mensajes simplificadores, egoístas y excluyentes, sentirse ungidos por principios y soflamas que les permiten eludir sus responsabilidades, empobrecer y fracturar a las sociedades que dicen representar y ocultar sus corrupciones. Es lo contrario al legado político e intelectual de la Ilustración, ese asidero intelectual que tanto se echa de menos y cuyo fracaso en España ha sido la causa de una Historia tan llena de miseria moral y frustraciones. Frente a ello, defiendo el Estado integrador, multicultural, solidario y desmitificador de las ideas en las que se sustentan los axiomas elementales de la tribu ensimismada.
¿Consulta
en Catalunya? ¿Y porqué no? ¿Porqué eludirla o temerla? Fuera las murallas, que afloren y se abran las ideas, que los debates libres
prevalezcan sobre las consignas reductoras, que el Estado demuestre lo mucho de
que es capaz para garantizar el buen funcionamiento de un territorio plurinacional integrado, en el que
todos sus elementos han encontrado, y más aún en democracia, posibilidades de
desarrollo y cotas de poder que nunca pudieron imaginar. No hay en estos
momentos país más descentralizado en Europa. Cuando un Estado se organiza bien,
todas sus partes resultan beneficiadas, convirtiendo a la escala de colaboración entre
ellas en el factor que permite afrontar los problemas, como sucede en Alemania,
un Estado federal de impresionante solidez. En un mundo globalizado y al tiempo marcado por la dimensión de la diversidad, la configuración de un Estado bien articulado y fuerte constituye la mejor garantía de supervivencia de los derechos humanos. Los mensajes que enarbolan los de
CiU, ERC y comparsas, son
simples, primarios, elementales y febles ante la crítica seria, honesta
y contundente. ¿Aguantarían un debate riguroso, presentado ante la opinión
pública? ¿Porqué no se celebra ese cara a cara tan necesario como ilustrativo entre los políticos defensores
de las distintas opciones? Que se haga en la televisión, con datos, con informaciones objetivas, con ideas sólidas y consistentes. Con la verdad. Sin demagogias ni tergiversaciones. Al margen de los slogans sin explicación racional que los justifique.
Cuando
una Comunidad, como ocurre en el caso de la catalana, ha estado gobernada durante más de veinte
años por una banda mafiosa, que encubría o difuminaba la gravedad de sus prácticas bajo el manto fabricado de la identidad amenazada, los argumentos a favor de la ruptura soportan con dificultad la controversia
razonable. Posiblemente sea tarde ya para afrontar el proceso de enajenación
con la fortaleza y la capacidad de neutralización lógica y argumental que se
precisa, lo que, por otra parte, requiere una capacidad, un prestigio y una
fortaleza de la que tanto carecen los gobernantes españoles, enzarzados en su
maraña, en ese laberinto sin fin, de tópicos incesantes y tediosos en el que están sumidos. Sin embargo, cuando leemos reflexiones como la de Francesc de Carreras, prestigioso intelectual y jurista catalán,
solo cabe reafirmarse en el convencimiento de que la situación a la que se ha
llegado no es más que un monumental artificio, un inmenso tranpantojo...que es
preciso poner en evidencia a través de la confrontación inteligente de las
ideas y posiciones respectivas.