Retrocedamos en el tiempo y escuchemos sus sonidos,
nos advierten de que algo grande va a pasar.
Los Alpes nos envuelven con su calma amenazante,
praderas inmensas enriquecen la mirada.
Todo es posible ante esa perspectiva.
La ciudad se engalana cuando el sol la ilumina,
es ciudad de acogida, de paso y de emociones.
Las calles son cortas, sinuosas, elegantes,
ordenan plazas que invitan al reposo,
las casas se engalanan porque se saben hermosas.
Al fondo se yergue la imponente fortaleza
el acceso no es fácil, desafía el equilibrio, fuerza la respiración.
Mas, cuando se llega, la impresión sobrecoge,
la importancia de la iglesia, la alerta permanente,
el gusto por la altura, los horizontes sin límite.
Allí está el poder
En ese escenario estalla la creatividad del genio,
impregna la memoria y brilla sin buscarlo.
Todo es mínimo ante su talento, mínimo y grande a la par.
Los sonidos emergen sin apenas darse cuenta,
tejiendo la armonía más bella que imaginarse pueda.
Allí está el placer.
El placer de saberse en el lugar donde Wolfgang Amadeus vio la luz.
Y comenzó a andar el mundo de su época.
Ya no se detendría jamás el aire sonoro que destilan las calles de Salzburgo.
Amigos, ¿pero es que hay alguien en el mundo que pueda sustraerse al placer de escuchar el Concierto para Piano nº 21 o el Coro cantando la Lacrimosa y Domine Jesu del Réquiem?