Bien sabemos todos que el factor determinante de las tragedias naturales estriba en la debilidad o carencia de una cultura rigurosa del territorio por parte de una mayoría de los que ostentan responsabilidades públicas y también privadas. El territorio es concebido como un bien generador de beneficio a corto plazo y no como un recurso a preservar mediante la aplicación de las cautelas preventivas y con visión prospectiva.
En tiempos, expliqué en el Departamento de Geografía la utilidad de las tecnologías de Teledetección y Sistemas de Información Geográfica facilitadas por la disponibilidad de información permanente de lo que sucede en las superficies con riesgos potenciales y con experiencias previas de catástrofe. No he leído ninguna observación al respecto sobre ese uso de procedimientos de valor corrector contrastado, apoyados en herramientas tecnológicas de gran utilidad para la evaluación rigurosa del los niveles de riesgo, que son inherentes a los procesos espaciales.
El Gobierno de Castilla y León fue informado de estos métodos ya desde la época de Juan José Lucas, el presidente que sucedió a Aznar allá por los años noventa, aquel personaje cuyo legado en la región fue nulo pues nunca le interesó lo más mínimo. Aún recuerdo cuando mi maestro, Jesús García Fernández, le habló de sus investigaciones sobre el paisaje de las Loras, que después fue reconocido como un Geoparque de gran valor ambiental. La pregunta de Lucas aún resuena en mis oídos: "¿ Y eso para qué sirve?" Hubo respuesta lógicamente, pero enseguida me di cuenta de que caía en saco roto. El destinatario no daba ni dio más de si.
Y así nos va. En esas andamos.
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