lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra".
Vigentes como siempre, estas ideas de Blas de Otero cobran plena fuerza cuando el insulto y el boicot dominan el ambiente impidiendo que aflore el poder inmenso de la palabra y del argumento sagaz y contundente. Si la protesta tiene sentido, si la crítica resulta necesaria y saludable, si la indignación parece justificada... ¿cómo entender que no se recurra a la palabra para exponer las ideas propias que permitan exponer tales actitudes y rebatir con inteligencia los argumentos del adversario? ¿Qué credibilidad tienen los que cierran esa posibilidad, y desaprovechan la oportunidad del debate, amparándose en la máscara, en el grito y en el primitivismo de la embestida? ¿Qué respeto merecen los que así actuaron y los verborreicos insufribles que lo calificaron como una simple protesta, escamoteando lo que no fue más que un boicot indigno y miserable en la misma puerta del Aula dedicada al profesor Francisco Tomás y Valiente en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid?