18 de abril de 2014

¿Qué hacia usted el día en que comenzó a leer "Cien Años de Soledad"?




Seguramente la conmoción producida por el fallecimiento de Gabriel García Márquez (1927-2014) nos ha devuelto a muchos de mi generación a la juventud. Aunque el seguimiento de la evolución de su obra ha sido una práctica habitual para cuantos nos hemos sentido atraídos por la creatividad literaria de uno de los más afamados escritores contemporáneos, difícilmente podremos sustraernos a la evocación de lo que en su momento supuso el descubrimiento de su obra más emblemática, la que espontáneamente y con actitud convencida llega a nuestra mente cuando recordamos el listado de sus títulos, de tan familiares como son y asumidos como están. Aludo a ello porque tal es mi caso.

Por esta razón, cuando ayer por la noche supe de su muerte, pensé que tal vez sería pertinente suscitar una pregunta, a sabiendas de que las respuestas obtenidas podrían ofrecer un marco interesantísimo para conocer las diferentes experiencias asociadas al hecho que motiva la siguiente pregunta: ¿cuáles son sus recuerdos del día, del momento, de la época en que comenzó a leer Cien años de soledad?

Me limitaré a comentar la mía porque sinceramente me ha dejado huella. Comencé a leer esa obra en el tren correo que utilizaba semanalmente para desplazarme - incluso hasta dos veces - de Valladolid a Burgos. Corría la primavera del año 1970, pocos meses antes de comenzar el servicio militar en Ceuta. Había comprado esa obra en la Librería Isis de Valladolid, que ya no existe. Desde entonces y durante muchas horas no podía entender el viaje en aquel tren de vapor que, con sus trece paradas, tardaba casi dos horas en hacer ese trayecto, mil veces realizado. Enfrascado en la obra y en la urdimbre de sus insólitos personajes, la travesía se hacía mucho más liviana. No había tiempo para otra cosa que para descubrir la historia de una familia, la de Aureliano Buendía, y de un espacio, la tierra de Macondo, que acabé ligando con fuerza a mis propias vivencias culturales.

Pero, al tiempo que el argumento invadía la escena y justificaba una dedicación a la lectura de novelas  superior a la que en aquella etapa yo podía permitirme, descubrí el impresionante arsenal de palabras, conceptos y términos que ampliaban el vocabulario mediante la correspondiente indagación. Un mundo de sorpresas e incógnitas se abrió al compás de la lectura de aquel libro, de letra menuda, que se mostraba grande e inagotable. Decidí tomar cuidadosamente nota de aquellos términos que o me eran desconocidos o encerraban una ambigüedad que era necesario resolver. La averiguación mediante el Diccionario de la Lengua aclaraba la duda...aunque no siempre. Por ejemplo, ¿alguien sabría decirme que es eso de la desnudez tarabiscoteada



Poco a poco fui confeccionando una especie de diccionario personal de Cien Años de Soledad. Desde entonces han transcurrido ya cuarenta y cuatro años. Esta tarde he vuelto a leer aquella libreta que todavía conservo. Está amarillenta por el paso del tiempo, algo ajada por la mala calidad del papel de entonces, pero para mí permanece viva, porque viva sigue siendo la figura de quien la propició. 


Al releer aquellas hojas marchitas he vuelto a la juventud, a los viajes en el tren, al recuerdo de aquellas páginas repletas de sensaciones que jamás se separaron  de mis ojos mientras la carbonilla entraba por las ventanas, tratando de dificultar, sin conseguirlo, la lectura de un texto que ha marcado indeleblemente la cultura literaria de nuestro tiempo.

3 comentarios:

  1. Lo del cuaderno con el vocabulario es genial. Supone un tesón, una paciencia y un interés extraordinarios. El día en que empecé la novela no lo recuerdo, claro, pero sí que estaba yo estudiando uno de los primeros cursos de la carrera y que no paré casi hasta terminarla. Creo que me hice de la familia Buendía. Salud(os).

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  2. La descubrí en una lectura que había en el libro de texto de tercero de bachillerato de Lengua. Me impresionó. Corría el año 1972. Años más tarde, ya con treinta años lo leí. Y volví a quedar impresionado.

    Un abrazo.

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  3. Fue el primer regalo en libros que me hizo mi padre. tenía yo apenas 14 años. Me pasó algo muy curioso porque a esa edad era muy complicado entender una lectura de esa talla, tantos nombres raros, tanta magia en un mundo como Macondo. Tuve que hacer anotaciones para no perderme y lo terminé. pero 10 años despues lo volvi a leer, ahi fue que lo disfrute.

    saudos
    carlos

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