8 de enero de 2011

¿Pueden las redes sociales modelar la opinión pública? ¿Quién la orienta realmente?



He aquí un debate que no cesa de cobrar fuerza en este mundo nuestro dominado por la sobreinformación, por el desarrollo espectacular de las redes sociales y por los cambios y readaptaciones permanentemente observados en la opinión pública, con la consiguiente incidencia en los comportamientos políticos. Un debate que además se justifica cuando no son pocos quienes en el panorama ciberespacial aluden al impacto creciente de Internet en la política, al considerarlo un instrumento de movilización masiva, capaz de articular las reacciones de personas dispersas geográficamente y que, de manera instantánea, unen sus posiciones y sus voluntades en un empeño compartido que también de inmediato se proyecta, en ocasiones con gran resonancia, en el espacio público. No sorprende, por tanto, que Abdur Chowdhury, uno de los responsables del equipo de investigación de Twitter, haya llegado a afirmar que sería muy difícil entender las tendencias que rigen en el mundo sin la ayuda de Twitter.

Sin embargo, ¿hasta que punto podemos afirmar que reacciones en cadena como la que tuvo lugar con motivo del debate y votación de la Ley Sinde el pasado 21 de diciembre, cuando la página web del Congreso de los Diputados sufrió un ataque insólito de denegación de servicio, pueden repercutir, con la intensidad que sus protagonistas desearían, en la orientación de las mentalidades ciudadanas? ¿Hasta qué punto iniciativas como la de Anonymous AB, que utiliza Facebook, pueden llegar a modificar la percepción de un problema, o su forma de interpretarlo con fines reactivos a través de sus protestas virtuales, como ha pretendido en el caso que comentamos? ¿Qué grado de efectividad tienen, a la postre, esas densísimas tramas de flujos de información en las que confluyen miles de amigos y de seguidores, y que al tiempo se convierten en poderosas fuentes de información sobre quienes las integran, sin olvidar el hecho de que con frecuencia limitan, cuando no suplen, los contactos y las relaciones personales?

Tema delicado y con numerosos claroscuros, el referido a la opinión publica sigue siendo motivo de controversia, aún no resuelta. Tal vez la cuestión pudiera zanjarse afirmando, como hace Pierre Bourdieu, que “la opinión publica no existe”, pero lo cierto es que los comportamientos sociales y políticos sí reflejan en la práctica orientaciones mayoritarias, sesgos opciones en un sentido u otro, a medida que la democracia transforma la opinión publica -llámese así o de otra manera - en voluntad popular, dotada de verdadera incidencia política o, cuando menos, dotada de la posibilidad de repercutir en su configuración.

La realidad demuestra, en efecto, que esa opinión se construye sobre bases consistentes, apoyadas en las grandes corrientes de información y opinión cuyo origen no tiene nada de fortuito o circunstancial sino que, más bien, aparece como el resultado de un proceso gradualmente construido a partir de mensajes, reflexiones, ideas, debates y contenidos, cimentados tanto en la experiencia particular de cada cual como en los mecanismos responsables de la carga informativa, en buena medida controlada por lobbys mediáticos que la manipulan a su antojo u orientan en la dirección que más interesa a los grupos dominantes. Y es que la importancia de la opinión pública es tan relevante que cuantos tienen intereses que defender se afanan para influir en ella mediante estrategias de comunicación cada vez más sofisticadas y sutiles.

Frente a esta modalidad dominante de intervención en el sistema informativo, poderosamente organizado y estructurado a gran escala, entiendo - es un simple punto de vista - que las redes sociales ocupan un papel menor; un papel  que en la mayoría de las ocasiones, por no decir en todas (al menos hasta ahora) se ha limitado a convocar campañas de movilización más o menos exitosas, con un fuerte impacto en la capacidad reactiva de la sociedad, pero con débil repercusión a medio plazo en la formación de los criterios que configuran la opinión pública con auténtica, y eso es lo importante, dimensión política.

Con todo, no cabe duda de que estamos asistiendo a un fenómeno que en cierto modo marca con rasgos poderosos una tendencia característica de nuestra época. Me refiero a la magnitud alcanzada por las protestas sociales, que adquieren una extraordinaria resonancia a partir de 2008 hasta alcanzar una magnitud considerable con el estallido de la llamada primavera árabe en 2011. A la vista de la trascendencia alcanzada no está de más reflexionar sobre el alcance real de estos movimientos que ocupan el espacio público, logran una extraordinaria repercusión informativa, obligan a reaccionar a los poderes instituidos, todo ello como consecuencia, según afirma Lluis Bassets, del efecto que en tal sentido aportan "redes sociales como el instrumento organizativo mejor adaptado a las características de los nuevos tiempos". 

6 de enero de 2011

La Velada de Urueña


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No son necesarios espacios lujosos ni grandes manjares para disfrutar del placer de la buena mesa. Cualquier lugar acogedor, no importa que sea modesto, sirve para satisfacer el objetivo que realmente se pretende: disfrutar de la compañía apetecida para, al amparo de ella, dar rienda suelta al sinfín de temas que pueden aflorar en una tarde lluviosa de enero, sin guión previo ni tiempo tasado. Así ha sucedido hace unos días en la villa de Urueña, ese lugar vallisoletano bien conocido por el recinto amurallado que lo distingue en la lejanía, nítidamente destacado, al borde de los Montes de Torozos, sobre la campiña imponente de la Tierra de Campos. En ella se ha puesto en marcha una interesante experiencia cultural (La Villa del Libro), generosamente apoyada en dinero público y, sobre todo, alimentada por la iniciativa de un grupo activo, ilusionado y emprendedor de personas que, amantes del libro y de las artesanías más auténticas, han arriesgado su esfuerzo y su peculio en la instalación de establecimientos comerciales caracterizados por el denominador común de la cultura basada en el libro de toda la vida y en el buen gusto.

Lo desapacible del día no impidió el encuentro con Diego Fernández Magdaleno, Rosa Iglesias Madrigal y Borja Santos Porras. Les cito así, siguiendo un orden alfabético, pues absurdo sería establecer prelación entre quienes son merecedores de igual reconocimiento y admiración. Compartimos mesa y mantel durante varias horas, en buena medida trabadas por el gusto y la afición en torno a la música, en la que todos ellos han tenido y tienen mucho que decir, por más que sus sensibilidades amplíen con creces los horizontes de los sonidos que conmueven.

Sobremesa en Urueña. Huelga decir quién es quién

Véamoslo brevemente. Diego, profesor de piano en el Conservatorio de Valladolid, acaba de ser galardonado con el Premio Nacional de Música 2010, en su modalidad de interpretación. Creo que fui uno de los primeros en felicitarle y no he dejado de hacerlo desde entonces. Sorprende que un riosecano tan joven haya logrado tal nivel de excelencia en el impresionante oficio del pianista consumado y de una calidad que apabulla. Su mérito no consiste sólo en el dominio de la técnica, que manifiesta con espectacular brillantez, sino en su empeño por dar a conocer a los compositores contemporáneos, de los que el gran público apenas sabe nada y que, gracias a Diego, se han incorporado a los repertorios que enriquecen las salas de los lugares más diversos. Encima Diego es poeta y escritor de textos que rezuman una sensibilidad digna de ser valorada. Y además rumboso donde los haya: llevó regalos para todos.

En esta velada conocí a Rosa Iglesias, amiga de Diego. Y la verdad es que ha sido un descubrimiento. Pronto me dí cuenta de lo que significaba, a poco de saber de lo que ha hecho y de lo que hace. Licenciada en Medicina, su ámbito de actividad e ilusiones se proyecta en el desarrollo de una iniciativa cultural que no debe pasar desapercibida. Es artífice e impulsora de la Fundación Música Abierta, que tiene su sede en Urueña, y que ha concebido con unos fines más que loables, entre los que destaca el propósito de facilitar el aprendizaje musical para personas con problemas de discapacidad. Al tiempo, edita cuidadosamente documentos musicales que son auténticas joyas. Es el caso de “The Little Horses”, una recopilación de canciones de cuna con Enrique Bernaldo de Quirós al piano y la voz de la mezzosoprano Ana Hässler, y en la que confluyen obras de Chopin, Listz, Richard Strauss, Manuel de Falla y Federico García Lorca, entre otros de primerísimo nivel. Vive en Urueña, en una inconfudible casa construida en adobe y donde ha instalado y gestiona una tienda de juguetes tradicionales que recibe el nombre de la calle (Oriente 9) donde reside.


¿Y qué decir de Borja Santos, a quien he aludido ya varias veces en este blog? Confieso que es una de las personas más impresionantes que he conocido y al que considero, desde la perspectiva que me proporciona la experiencia, uno de los ejemplos más acreditados de lo mejor de nuestra juventud. Ingeniero de Telecomunicaciones, ha orientado su vida al servicio de las causas más nobles. Supe de él cuando trabajaba para Naciones Unidas en Ecuador, como experto en riesgos naturales, lo que le llevó a conocer a fondo ese país para transmitirlo en imágenes extraordinarias e impactantes como corresponde a un enamorado, a la par que cualificado profesional, de la fotografía. Cuando regresó a España, organizó una exposición sobre su experiencia ecuatoriana que tuve el honor de presentar, convencido de que estaba ante una muestra que sobrepasa con creces una exhibición fotográfica convencional. Su compromiso con las causas de los desfavorecidos permanece incólume. Tras una etapa de actividad en la Agencia Española de Cooperación, en breve partirá a Etiopía, al país indómito del oriente africano. Una nueva vida y vivencias sin cuento aún por descubrir. Le he aconsejado que escriba un diario, que redacte unas notas, que ponga negro sobre blanco todo lo que allí va a observar y descubrir. Seguiré de cerca la peripecia etíope de Borja, porque presumo que va a dar mucho de sí. Y si además de lo que haga a favor de aquella sociedad, que será muchísimo, lo embarnece con una colección de fotografías que cortan la respiración, qué más se podrá pedir a alguien que es consciente de los problemas de su tiempo aunque nunca se le vaya la sonrisa de la cara.

Fotografía de Borja Santos
De todo ello, y de mucho más, se habló en la velada de Urueña. Llovía a mares en la villa amurallada, mientras, en medio del silencio del entorno, nos acercamos a visitar por un momento la Librería Alcaraván antes de entrar en ese recinto mágico que Rosa ha construido repleto de juguetes de madera y de artesanías de mil colores que cobran vida cuando ella les habla. A la salida, Borja inmortalizó un lienzo de muralla, bajo las sombras de aquel atardecer del 4 de enero de 2011, apenas comenzada la segunda década del siglo XXI.


4 de enero de 2011

¿Qué periodismo nos espera?



Resulta difícil asumir el panorama que se cierne sobre el mundo de la información y todo lo que va a asociado a ella, sobre todo si se valora como un producto valioso y enriquecedor, abierto al debate plural y respetuoso de ideas, a la honestidad de los análisis, a la calidad en la forma de transmitirla. Quienes seguimos siendo adictos a la prensa diaria, a los programas de radio mantenidos por profesionales que huyen del insulto y la chabacanería o a los que desde la televisión nos acercan a la realidad para comentarla con conocimiento de causa, poco a poco vamos teniendo la sensación de que esas herramientas de placer intelectual y de disfrute satisfactorio del tiempo de ocio se nos están yendo de las manos. Y quizá, por desgracia, irreversiblemente. El cierre de una cadena de información y debate con la calidad que había logrado CNN + y su sustitución por un programa vulgar de “reality show” que roza la indecencia es un indicador tan trágico como elocuente de por dónde van las cosas.

Como cada cual es dueño de su tiempo y de sus gustos, no entraré a valorar aquí el grado de empobrecimiento y miseria que, de la mano de las TDT, se nos ha echado encima con la oferta televisiva que inunda las parrillas descendiendo a los infiernos de la ofensa, la vulgaridad y la miseria de quienes se deleitan con el insulto y la mentira. ¿Y qué decir de esas televisiones autonómicas, sumidas en el déficit que no cesa y concebidas exclusivamente como portavocías escandalosas del poder que las mantiene y como refugio en muchos casos de plumillas limitados a ser la voz de su amo? Lo mejor, por razones de salud, es pasar de esa patulea y procurar seguir alimentados de la información que mejor se atenga a los tres principios básicos de la deontología relacionada con la comunicación: el rigor, la tolerancia y el respeto.

Preocupa, sin embargo, la tendencia en que parece sumida la profesión periodística, como ha puesto de manifiesto la consultora Burson Marsteller, cuando afirma en un informe reciente que el periodismo atraviesa una crisis sin precedentes, como consecuencia de una serie de circunstancias concatenadas que en muy poco tiempo han ido creando un entramado de problemas de muy difícil solución. Entre ellas, se apuntan dos fundamentalmente: la crisis financiera, motivada por un descenso fortísimo de la cartera publicitaria, que opta por otras formas de promoción que los anunciantes consideran más efectivas, y el deterioro de la calidad informativa, en paralelo con la proliferación de “media” que rebajan el nivel de exigencia a la par que empobrecen y degradan el trabajo desempeñado por los profesionales.

Se señala que los periodistas tienen menos tiempo para actividades como la labor investigadora, la redacción sosegada, la profundidad en los análisis. Prima el sensacionalismo sobre la ponderación seria de lo ocurrido, el efecto mediático y oportunista sobre la visión global y crítica de los fenómenos. Corren malos tiempos para la información sin sensacionalismo y para la opinión sin condiciones. Analizar y profundizar en los hechos que nos afectan de verdad no está de moda; lo que priva son las miserias ajenas compensadas a tanto el minuto de pantalla.

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