16 de enero de 2008

La mirada valiente de Kapuściński


En este artículo, publicado el 24 de Diciembre de 2007 en "El Norte de Castilla", Maria Antonia Salvador quiso dejar constancia del valor de las imágenes que sobre África nos legó Ryszard Kapuściński

"La Asociación de Periodistas Europeos ha brindado a la sociedad vallisoletana la excepcional oportunidad de contemplar la exposición de fotografías sobre África (“África en la Mirada”) realizadas por el afamado periodista polaco (1932-2007). No es sólo un merecido homenaje a su autor, sino a la par a todo un continente, en su mayor parte sumido hoy en la miseria y la desesperanza. Recordar lo que son África, sus gentes, sus paisajes y sus costumbres aporta una sensación que el europeo no puede eludir por dos razones tan imperiosas como palmarias: porque nos son cercanos en el espacio y en el tiempo y porque, pese a la resistencia en admitir la contundencia de los hechos, no son pocas las responsabilidades que conciernen a Europa en el rumbo de los acontecimientos que lo han convulsionado hasta nuestros días. “L’Afrique noire est mal partie” (“África negra ha empezado mal”) es el título de la obra, ya clásica, que René Dumont, uno de los artífices del movimiento ecologista europeo, publicó en 1962 cuando en el continente cobraron entidad propia los sueños de independencia a partir del entramado de países cuyas fronteras habían quedado sancionadas definitivamente en la Conferencia de Berlín (1885), que consagró el reparto colonial. Pretendieron en los sesenta del siglo XX “tomar el destino en su mano”, en expresión del propio Dumont, pero poco a poco las ilusiones creadas por una emancipación meramente formal se irían desvaneciendo, ante la indiferencia del mundo, para dar lugar a un panorama desolador, devastado en numerosos lugares por la guerra, la crisis, la explotación irracional de los recursos, la corrupción, el tribalismo y la casi desaparición del Estado. Poca atención se ha prestado desde España a cuanto sucede en África, no obstante la proximidad a que se encuentra y las numerosas tensiones que de ello se derivan. De ahí que cuando se nos brinda la oportunidad de acercarnos, siquiera sea con la curiosidad de la mirada, a las imágenes que evidencian los múltiples matices y desgarros de una realidad insoslayable, la oportunidad no puede ser desatendida so pena de incurrir en la banalidad de la indiferencia, a la que tan propensa es nuestra sociedad. Una oportunidad que, irrepetible, se acrecienta cuando lo que a nuestros ojos se ofrece es el resultado de las percepciones y vivencias que Kapuściński tuvo en su impresionante y admirable experiencia africana. Basta leer “Ébano” (Anagrama, 2000) para darse cuenta de lo que realmente significan la sensibilidad sin reservas de un intelectual comprometido con los problemas y los conflictos de su época. Expresarlos por escrito no es, desde luego, tarea fácil cuando las dificultades se acumulan, las privaciones son abrumadoras y el ambiente de incomprensión descorazonador. Aun así, la peripecia de Kapuściński en África se remonta al año 1957, cuando el “sol de las independencias” de que tan brillantemente habla Dumont comenzaba a surgir por el horizonte y las vivencias se enmarcaban en el contexto de las zozobras propias de la transición del modelo colonial a la nueva geopolítica a que se abrían los nuevos Estados con más entusiasmos que posibilidades. Durante cuatro décadas, el periodista polaco viajó reiteradamente a lo largo y ancho del continente “evitando las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política”. Por el contrario, los mensajes aportados por la realidad, y que recoge en descripciones excepcionales, le vendrían dados por el contacto directo con las gentes, por la vida vivida con las penalidades ocasionadas por todo tipo de carencias, por la inmersión sin paliativos en “la tela multicolor”, “el tapiz abigarrado” que el autor identifica con cuanto sucede en el turbulento entorno que le rodea. Sólo una experiencia tan dilatada en el tiempo le permitirá asistir vigilante a la trayectoria del África contemporánea, hasta el punto de que no es fácil encontrar en el panorama cultural de Occidente testigos tan cualificados y convincentes, a los que recurrir, con la confianza y credibilidad necesarias, para entender situaciones y acontecimientos difícilmente comprensibles. Ya se trate de dar explicación a la emergencia de la identidad política en Ghana, de describir la singular experiencia golpista de Zanzíbar, de interpretar las brutalidades del régimen de Idi Amin en Uganda o de Charles Taylor en Liberia, de encontrar una explicación al fracaso de los programas socializantes en Tanzania, de denunciar las atrocidades del apartheid sudafricano o las sinrazones bárbaras de las catástrofes de Ruanda o Sierra Leona…. siempre emerge la conciencia de quien siente todo lo que ve como propio, como entrañablemente afín, como algo que le incumbe más allá de la coyuntura o de la sensación momentánea de fracaso histórico que la comprobación fehaciente de los hechos proporciona. Nada le es ajeno, porque nada es trivial ni invita al desdén. En todos los casos, y de forma reiterada, cual constante enriquecedora de las perspectivas utilizadas, gentes y paisaje se entreveran en una simbiosis que en África resulta indisociable. Y lo dice con palabras que no admiten réplica: “¡cómo encajan las gentes en ese paisaje, en esa luz, en ese olor!, ¡cómo se convierten el hombre y la naturaleza en una comunidad indivisible, armónica y complementaria!, ¡cómo se funden en un solo cuerpo!”. Todas estas sensaciones, experimentadas en primera persona y sin intermediación alguna, se transmiten a las imágenes registradas por la cámara que Kapuściński utilizará sin cesar. Cuarenta años dan para mucho cuando de plasmar en fotografía lo vivido se trata, y sobre todo cuando coinciden con la época en la que se fragua el África de nuestros días con todas sus contradicciones e incertidumbres. Sentirlas como próximas no es un ejercicio de mera retórica: es la obligación de una sociedad como la nuestra, empeñada en vivir de espaldas a lo evidente".

15 de enero de 2008

Ciudadanía activa

Reproduzco aquí, integro, el artículo publicado por Miguel Angel Pérez Martín en el diario vallisoletano El Norte de Castilla (11 de Enero de 2008). Como hombre de cultura y de gran sensibilidad que es, Miguel Angel ha tratado en este texto de reconocer lo que con tanta frecuencia permanece oculto en un panorama donde la "cultura" del relumbrón eclipsa la callada labor de cuantos la dignifican en el buen sentido del término


"RESULTA simplemente doloroso, a las 6.30 de la mañana, camino de la estación de Campo Grande a mediados de diciembre -donde todavía cogeré el tren burra que nos lleva actualmente a los vallisoletanos a trabajar en Madrid, rompeolas de todas las españas; hay más de dos- leer algo como 'Valladolid es sabor' -cuando el sabor nos está dando problemas de propiedad intelectual con los cocineros 'giputxis'- frente a 'Valladolid es SABER', que es lo que han pretendido en estos años un puñado de conciudadanos nuestros a los que las instituciones y la sociedad deben un homenaje, una mención... no placas, ni columnas basálticas en el Calderón Teatro, ni una calle siquiera , un sencillo homenaje y recuerdo. Caminamos a hombros de gigantes, como en la ciencia, pero en este caso no miramos a los que nos han sostenido intelectual, cultural y artísticamente. Nadie pone en duda la contribución a la vida cultural, educativa y social de Valladolid de personas como Millán Santos, Pedro Gómez-Bosque o Antolín de Santiago.

Pero otros por suerte siguen en activo y lo seguirán estando, espero, por el buen de esta ciudad. Entre ellos están personas que hace muchos años dejaron la ciudad, como Rafael González Yáñez y Germán Losada, que junto a Fernando Herrero -al que nunca agradeceremos lo suficiente lo que hace por las artes escénicas de Valladolid- revivieron una Seminci, ya cadáver social, político y cultural. No es menor la contribución a esta empresa de Carmelo Romero, delegado de Cultura de la época, después director general de cine en el Ministerio de Cultura. Aquellos años de hierro y bajos presupuestos tuvieron una cabeza tractora de programas y actividad en la persona de Pilar García Santos, ella impulsó muchas instituciones, programas y actividades que aún sobreviven -algunas precariamente, como la Fundación Municipal de Cultura, y otras dando sus últimos alientos, como la Escuela de Arte Dramático-, otras sucumbieron a la piqueta popular cuando llegó al poder municipal, como la Muestra Internacional de Teatro. Discutí mucho con ella por temas teatrales, pero era un placer poder debatir e intercambiar respetuosamente puntos de vista con quien considero una amiga desde los tiempos de la prehistoria de la radio musical en Valladolid: Disco Clan de Radio Valladolid en los 70 , alta edad media para la ciudad actual. En aquellos años nos dejó Emilio Salcedo, escritor unamuniano y crítico teatral de EL NORTE DE CASTILLA. Fundó la librería que llevó Manuel Cambronero, a quien muchos vallisoletanos debemos lecturas muy influyentes y sigue al pie del tajo de la cultura como el primer día, recomendando los mejores libros, el mejor alimento.

Justino Duque dejó la universidad y se dedicó a participar como ciudadano sabio y desinteresado en los acontecimientos culturales y educativos en los que se precisó de sus conocimientos y experiencia. Fernando Valiño y Concha Chamorro dejaron pestañas y entretelas económicas para que esta ciudad tuviera una programación de jazz a la altura de una capital de provincias de Europa. Fernando Urdiales, leonés de nacimiento y vallisoletano de corazón, no sucumbió a los cantos de sirena de la 'madrileñidad' teatral y se quedó en esta región creando espectáculos, por suerte consiguió el Premio de las Artes de Castilla y León, esa ventaja que lleva. María Calleja puso a Valladolid en el panorama de las artes plásticas de la época, en la que tuvo que gestionar los escasos recursos que las cajas de ahorros dedicaban a estos temas. Ahora las cifras de las cajas de ahorros son macroeconómicas, pero no sé si llegan las microeconomías que más lo precisan. Dúdolo. Juan González-Posada sigue en activo organizando exposiciones para el Ayuntamiento, pero anteriormente corrió riesgos con programaciones innovadoras en el panorama cultural español, la Muestra Internacional de Teatro fue la más conocida en lo municipal; y en el plano regional, el acierto de un programa como el Estival, que la Junta mantuvo unos años. ¿Riesgos en cultura? Ni hablar. Y lo dicen aquellos que no dejan de pregonar que el futuro está en la I+D+i. Eduardo Usillos murió hace unos años trabajando en Gijón. Impulsó el asociacionismo profesional de los actores y bailarines en Castilla y León, hoy una muestra de Teatro en Medina de Rioseco lleva su nombre; aquí nada, nunca, nadie. Manuel Sierra sigue calándose la gorra de ferroviario de la montaña leonesa y regalando a la ciudad murales, carteles, ilustraciones que hacen la delicia de muchos fuera de esta región, por suerte cada día está más solicitado dentro. Lo mismo que Luis Laforga, fotógrafo de muchas de nuestras ilusiones musicales, de paisajes y paisanajes cercanos a la vez que inimaginables. La lista sigue con personas como Fernando Manero cuyas contribuciones al conocimiento de la sociedad castellano y leonesa en sus implicaciones geográficas y sociodemográficas ponen cifras y ciencia a nuestras intuiciones. Carlos Blanco, 'tan lluny pero tan prop' analizándonos en la distancia y con una hora menos, qué suertudo.

¿Hay muchos más? Qué duda cabe, Javier Gutiérrez entra de lleno en esta categoría por su contribución al sentido común urbanístico y ecológico renunciando a una carrera universitaria para que el aire que respiramos sea, simplemente, más puro. Al igual que Manuel Saravia, que nos pregunta constantemente ¿qué ciudad queremos? ¿Quién toma las decisiones equivocadas? A otros nos toca todavía hacer méritos, pero como con la lotería, si no juegas no toca. Nos toca seguir jugando".

4 de enero de 2008

Catorce kilómetros: la tragedia de la inmigración africana

La inmigración como tragedia, como negocio, como engaño, como explotación. Muchas connotaciones convergen en torno un fenómeno que de pronto, y sin que nadie nos advirtiera de ello, hemos percibido en Europa en toda su magnitud y gravedad. Un entramado de rutas, conexiones y enlaces vertebran los flujos que desde el Africa profunda se dirigen hacia el Norte en búsqueda de horizontes que tienen más de quimera que de realidad.

Recientemente, el cine lo ha sabido captar en la excelente película - Catorce Kilómetros- dirigida por Gerardo Olivares (2007) y que fue galardonada con la Espiga de Oro en la Semana Internacional de Cine de Valladolid.
Y es que" 14 kilómetros es la distancia que separa África de Europa, pero también es la barrera que separa los sueños de millones de africanos que ven en Occidente su única salida para escapar del hambre y de la miseria. De la mano de tres jóvenes africanos -Violeta, Buba y Mukela- recorreremos un largo y peligroso viaje a través del Sahara para conocer lo que nunca enseñan los medios de comunicación.
Las repetidas imágenes en televisión de cayucos llegando a las costas de Canarias han acabado por insensibilizarnos ante un drama que solo muestra la punta del iceberg. Esas imágenes de rostros exhaustos dan buena fe de la dureza del viaje, un viaje que tiene su origen a miles de kilómetros de distancia y que puede durar años. Y esto es lo que pretende “14 kilómetros”. Esta película quiere ser un homenaje a los que triunfaron y a los que fracasaron, a los que viven y a los que murieron en el empeño. Para todos ellos nuestra admiración y respeto".
(Fuente: www.elmulticine.com)
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