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16 de enero de 2025

Qué gran verdad

 "La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde."

Inmenso y eterno Cervantes. Aleccionador El Quijote

18 de agosto de 2019

¿Interesa a los políticos la opinión de los intelectuales?

Tengo la impresión de que la opinión de los intelectuales incide en nuestros días poco o nada en la formación de la opinión de quienes se dedican al ejercicio de la política. No sabría decir desde cuándo se ha producido esa desconexión, pero creo que ha sido a partir de los años noventa cuando política y pensamiento circulan por raíles inencontrables. La dicotomía se ha ido agudizando con el tiempo hasta el punto de que el engarce entre ambos parece ya imposible. Simplemente porque el político ya no necesita al intelectual, al investigador de la realidad sobre la que se proyecta la acción política.

Me baso en un simple elemento de juicio: las ideas, las propuestas, las líneas de actuación planteadas por los políticos parecen huérfanas de fundamentación teórica que las respalde, por más que la haya con creces. Las aportaciones realizadas desde el complejo científico no sustentan prácticamente ningún enfoque solvente aplicado a la toma de decisiones. No se alude a referencias argumentales extraídas del estudio y la investigación. Nunca se muestra una apoyatura que avale la orientación programática. Todo se supedita a los efectos cortoplacistas o al simple cálculo de su impacto electoral.

Mas lo peor es cuando este desentendimiento, conscientemente asumido, se adoba de menosprecio explícito. Se ha visto claramente en algunos de los debates parlamentarios habidos recientemente. Las alusiones a la arrogancia de los intelectuales, a su vanidad intrínseca y a su soberbia congénita forman parte de un argumentario minusvalorativo que ufanamente se contrapone a la campechania de los candidatos, que incluso llegan a acreditar con la finalidad de hacer gala de su flamante ignorancia como carta de presentación en la que apoyar, ya libres de complejos y sin necesidad de leer una línea ajena, su vinculación con el pueblo al que dicen representar.

No les parece?

15 de marzo de 2014

De cómo era la mejor España hace un siglo







Haz entender que la patria no es un dios ni un rey, ni un culto, ni una clase o corporación sino,  como yo la pienso, una cultura

Manuel Azaña, 1912


Mientras, a pesar de los progresos culturales, no se vea en un tranvía a una mujer con un periódico o un libro en la mano será inútil soñar con que desaparezcan  de nuestras mujeres  los sentimientos impuestos 

Margarita Nelken, 1921 

Estas son algunas de las frases que, destacadas en los paneles, definen los contenidos que ilustran y justifican los propósitos de la Exposición que en la Biblioteca Nacional evoca lo que significó para España la "Generación del 14". Es una cita obligada para quienes se interesen por conocer aspectos esenciales del pensamiento español hace un siglo, cuando el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial suscita tantas evocaciones que obligan a despertar la memoria adormecida. No solo apetece descubrir de cuando en cuando los testimonios de los momentos en los que la sociedad española ofreció lo mejor de sí misma para avanzar en el difícil camino que conduce al desarrollo cultural y científico, a la expresión libre del pensamiento, a la proyección sin restricciones de la creatividad cultural, a la denuncia de las servidumbres en las que estaban sumidos sus sectores más desfavorecidos, al reconocimiento del papel desempeñado por la mujer y de su dignidad postergada. 

Bien es cierto que a comienzos del siglo XX muchas eran las manifestaciones de retraso, depauperación, miseria y fanatismo de que adolecía un país que había permanecido al margen de las grandes transformaciones vividas por los países europeos donde la libertad y la industrialización contribuyeron a sentar las bases de estructuras sociales y comportamientos culturales más modernos y evolucionados. 

Sin embargo, no fueron pocos los síntomas que pusieron en evidencia a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX una voluntad decidida a favor de la configuración de un país más moderno, abierto a los vientos de la renovación  intelectual que soplaban en Europa. Se alude, como uno de los motivos inductores del proceso, a la conferencia impartida por José Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia de Madrid sobre el tema "Vieja y nueva política", con el que presentó su Liga de Acción Política.  Fue quizá un episodio importante, pero la muestra revela que aquella etapa supuso muchísimo más que la figura del pensador madrileño. 


Particularmente, y a medida que la mirada del visitante - al menos es la experiencia que tuve ayer al recorrerla sin tiempo tasado - se detiene, ante todo, en las referencias bibliográficas, en los instrumentos de uso científico, en los textos y diseños alusivos a los descubrimientos técnicos, en las expresiones artísticas, en la emergencia cultural de Cataluña, el País Vasco y Galicia, en los retratos de los personajes que dignificaron la imagen de España en el mundo, uno tiene la impresión de que hay gran desconocimiento de lo que personas ilustres aportaron tanto en beneficio del país como en el mundo difícil, y a menudo incomprensivo o refractario, que les tocó vivir.  

Asombro y gratitud es lo que se siente, en efecto, al conocer en detalle la contribución a la ciencia y a la tecnología de Santiago Ramón y Cajal, de Leonardo Torres Quevedo, de Blas Cabrera o de Pío del Rio-Hortega. Se reaviva el sentimiento de admiración ante la obra de Antonio Machado, de Juan Ramón Jimenez, de Ramón Pérez de Ayala, de Gregorio Marañón. Y, por supuesto, no cabe otra que la actitud de respeto y admiración también cuando se comprueba la ingente labor de las mujeres que en la España sórdida y cerrada de la época hicieron oír su voz, con la intención de que quedase viva para siempre. Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita Nelken son, entre otras más, las que demostraron que en España comenzaba a brillar una luz que se prolongaría, más allá de las intermitencias provocadas por la política, hasta que quedó extinta con la catástrofe que supuso la rebelión facciosa y criminal de julio de 1936. Por eso, alumbrarla de nuevo, siquiera sea en el recuerdo, es una iniciativa bienvenida o, más aún, una necesidad. 

Estará abierta en la Biblioteca Nacional de España hasta el 28 de Mayo de 2014



15 de diciembre de 2013

La necesidad del pensamiento crítico



No sé si es un placer leer lo que dice Noam Chomsky, pero si una necesidad o, el menos, algo pertinente, que nadie con curiosidad intelectual puede pasar por alto. Necesitamos intelectuales honestos, pensadores críticos, él entre otros, que  nos ayuden a entender lo que sucede, porqué sucede y de qué manera repercute. La toma de conciencia de los problemas aproxima a la claridad de las soluciones o al menos despeja los caminos hacia su descubrimiento. 

Nada hay más pernicioso en estos momentos que el pensamiento banal, el conformismo resignado, la sustitución de la rebeldía por la fascinación que suscita la evasión hacia la gastronomía o el cultivo ensimismado del propio huerto, confortables refugios ambos silentes y elusivos.

12 de diciembre de 2013

La inutilidad de un "Congreso de Historia" con conclusiones predeterminadas



Oigo y veo a Jaume Sobrequés, el director del evento, y no salgo de mi asombro. He asistido a muchos Congresos científicos en mi vida pero jamás había observado ninguno en el que ya las conclusiones estuviesen fijadas de antemano. La propia formulación del enunciado sitúa el desarrollo del evento dentro de unas coordenadas que prejuzgan todo lo que en él se va a abordar, pues sus conclusiones ya están hechas. No ha lugar en ese contexto a controversia alguna. Me sorprende la animosidad de Sobrequés i Callicó a quien creía más ponderado y riguroso. Plantea el encuentro de forma enrabietada, dogmática, cerrada en sus perspectivas de análisis. Actitud acientífica donde las haya. Entre sus convocantes, la ausencia de la Universidad llama la atención, dominado el elenco de responsabilidades por órganos dependientes del Gobierno autónomo. Cuando se organiza un Congreso, todo está abierto a la discursión y a la confrontación racional de enfoques, métodos e ideas; de lo contrario, es una estafa. Y que conste que no me dejo llevar por la escandalera que, a juicio de García Montero, se ha montado sobre esta cuestión: simplemente me limito a constatar las anomalías que encierra un "simposio", ajeno a las reglas comúnmente asumidas para las reuniones científicas dignas de tal nombre, a no ser que no sea ese el propósito. Habrá que estar atentos a las conclusiones y valorar el rigor histórico con el que están planteadas. De momento, que se sepa, solo la Generalitat ha defendido el rigor científico de la reunión, pero resulta difícil otorgar credibilidad en este sentido a Artur Mas y sus consellers. No hay fundamento alguno que avale su formación y su solvencia como historiadores acreditados. Tampoco, que se sepa, se ha dado opción a historiadores no catalanes para intervenir en cuestiones que sólo los debates rigurosos y sosegados pueden clarificar. Cuando prevalece la identidad como soporte intelectual básico, ya sabemos lo que, a la postre, eso da de sí. 




Me detengo en el programa, que deriva por los mismos derroteros: "la inmigración, la acción de la Iglesia Católica, la persecución de la lengua y la cultura catalanas (sic), la falsificación de la Historia (sic), la censura sobre los medios de comunicación (sic), la educación". Los meros epígrafes anticipan, sin sentido de la opción de error, de qué va la cosa. Es la primera vez que lo veo planteado de esa manera. Al margen quedan, o muy minimizadas, las cuestiones económicas, las alusivas al desarrollo de Cataluña desde el siglo XVIII , cuando, como bien señala Rosa Castejón, de la UB, "el momento culminante estuvo representado por la nueva actividad comercial catalana del siglo XVIII; el puerto de Barcelona, junto con el de Palamós, constituyeron las dos principales aperturas catalanas al comercio maritimo. El comercio del azúcar y de las indianas determinó un fuerte aumento del tráfico maritimo barcelonés en esta centuria". ¿Nadie va a hablar de lo que supuso el despegue catalán en el Setecientos cuando el puerto de Barcelona arrumbó al de Sevilla y las manufacturas catalanas, "cautivas del arancel español" (Fuentes Quintana dixit), se expandieron en un mercado protegido, hundiendo, entre otros competidores, a los textiles de Béjar y otros muchos lugares del interior del país? Y, por lo demás, ¿aludirá también al apoyo de un sector de la burguesía catalana al franquismo, con representantes tan conspicuos como Porcioles, Gual Villalbí, López Rodó y los Godó de La Vanguardia, entre otros muchos? ¿También ellos lo pasaron mal? ¿Fue la dictadura una etapa en la que solo los catalanes se vieron sojuzgados? ¿Recuerdan, siquiera sea por un instante,  cuando en la transición fuimos legión los que salíamos a la calle cantando a Llach, a Pi de la Serra,  a Ribalta, fascinados por los aires de libertad que nos llevaban a reivindicar Libertad, Amnistía y Estatut d'Autonomía, pensando fundamentalmente en Catalunya? 


Y es que no hay que engañarse: a lo largo de la Historia siempre han sufrido los mismos, así en Catalunya como fuera de ella, al igual que los privilegiados lo han sido con independencia de donde vivieran. No son los territorios los que sufren, sino las sociedades, los pueblos, inmersos en estructuras sociales marcadas por la desigualdad, de lo que es fiel reflejo también la sociedad catalana. Por eso cuando oigo a Sobrequés, con pose de solemnidad excesiva, echar pestes como dardos contra la España donde viven los españoles o algunos llegan a hablar incluso de "genocidio cultural" y de "colonización", observo la tibieza de Josep Fontana, cuya postura no he entendido al oírle esta tarde exponer argumentos confusos, o veo silentes ante tanta manipulación a los miembros de la prestigiosa escuela que formara el gran Jordi Nadal, no puedo por menos de llegar a la conclusión de que una de dos: o el hechizo desplegado por la Generalitat actual se ha apoderado hasta de las conciencias más respetables o el dinero está corriendo a raudales para sojuzgar cualquier atisbo de pensamiento crítico. En estos momentos, cómo se echa de menos a figuras como Pau Casals. 


Junto a  la estatua erigida a Pau Casals en El Vendrell (Tarragona)



26 de octubre de 2013

El compromiso cívico de Saskia Sassen




Ha sido y es una de las intelectuales más brillantes sobre los impactos de la globalización. Profesora de la Universidad de Chicago, acuñó a comienzos del siglo XXI el concepto de "Global City", al que muchos hemos recurrido para explicar los procesos que transforman el mundo y nuestras sociedades. Ha sido una mujer comprometida con las causas que merecen el compromiso de quienes, con honestidad y fortaleza intelectual, se interesan por los problemas de nuestro tiempo y se esfuerzan por abrir horizontes a favor de una sociedad más solidaria, justa e integrada.

 Hace unos años asistí a una conferencia suya en la Universidad Autónoma de Madrid. Pronunció una frase que, al verla ayer en el Teatro Campoamor de Oviedo, he recordado, pues tomé nota de ella: "si nos nos esforzamos por luchar a favor de un mundo mejor, los que lo dominan acabarán por ahogarnos en la miseria". En Oviedo ha vuelto a demostrar lo que significan la coherencia, la ética y la dignidad de los intelectuales firmemente comprometidos.

6 de marzo de 2013

¿Qué queda de aquel liberalismo digno?




"No pueden florecer largo tiempo el comercio y las manufacturas en un Estado que no disponga de una ordenada administración de la justicia, donde el pueblo no se sienta seguro en la posesión de su propiedad, en que no se sostenga y proteja, por imperativo legal, la honradez en los contratos, y que no se dé por sentado que la autoridad del gobierno se esfuerza en promover el pago de los débitos por quienes se encuentran en condiciones de satisfacer sus deudas. En una palabra, el comercio y las manufacturas solo pueden florecer en un Estado en que exista cierto grado de confianza en la justicia y el gobierno".

Lo escribió Adam Smith en La Riqueza de las Naciones, el libro fundacional del capitalismo moderno y del liberalismo económico, que vio la luz en el siglo XVIII. ¿Qué ha quedado de aquellos principios en la mente y en los actos de quienes, presumiendo de liberales, entienden su modelo de gestión y de gobierno de lo público como algo al servicio del enriquecimiento propio y de las huestes que los secundan sin atreverse impúdicamente a reconocerlo? ¿No somos víctimas de un proceso de degradación de colosales dimensiones? Ay, si Adam Smith, Alfred Marshall y David Ricardo levantasen la cabeza y vieran a la tropa que se reclama descarada y obscenamente como sus herederos.

25 de agosto de 2012

En reconocimiento a la persona y a la obra de Francisco Fernández Buey



Pocas personas he conocido a lo largo de la vida tan inteligentes, honestas, coherentes y sensibles como Paco Fernández Buey. Ha fallecido en Barcelona, el 25 de agosto de 2012, a los 69 años. Le conocí hace muchos en Palencia, su ciudad natal, con motivo de unas jornadas, algo surrealistas, sobre el significado político y cultural que podrían tener en la España franquista los acontecimientos que convulsionaron París en la primavera de 1968. Compartí frecuentes reuniones en Valladolid, donde participábamos en sesiones maratonianas que hoy recuerdo con cierta nostalgia, y casi siempre que iba a Barcelona trataba de encontrar el momento para saludarle y comentar los hechos que a ambos nos interesaban sin evocaciones excesivas al pasado pero sin abandonar lo que supusieron aquellas vivencias de la juventud.

Paco era un analista riguroso del presente y un entusiasta pensador sobre las perspectivas del futuro, lo que conseguía mediante la fortaleza intelectual que le proporcionaba una sólida formación en el método marxista, que había heredado de su maestro Manuel Sacristán, a quien profesó verdadera admiración y profundo reconocimiento. Nunca se sintió abatido, nunca aceptó que las tragedias de nuestro tiempo debieran ser asumidas resignadamente, jamás tiró la toalla en defensa de un mundo mejor, más solidario y más respetuoso con el medio ambiente. Le vi por última vez en Madrid hace aproximadamente dos años, precisamente en el acto cuyo video incluyo, como recuerdo y sentido homenaje. Aunque la salud no le acompañaba desde hacia tiempo, en ningún momento pensó que su tiempo y su compromiso podían terminar tan pronto. No sólo nos queda su memoria indeleble sino también el testimonio y las lecciones de una obra necesaria. 




8 de junio de 2012

La manipulación mediática: un riesgo permanente


Maestro no es aquel que se limita a describir aséptica, neutralmente, lo que ve y a trasmitirlo con la sensación de que se encuentra "au dessus de la mêlèe". Maestro es el que, en cambio, enseña a interpretar la realidad, a analizarla críticamente, a plantear preguntas que no siempre tienen respuesta inmediata, pero cuya búsqueda constituye un permanente desafío que ayuda a avanzar en el conocimiento y a asumir la responsabilidad que ello conlleva. No me interesa el intelectual que carece o minimiza el sentido del compromiso que le compete frente a los problemas que le ha tocado vivir. Tampoco me atraen las posiciones de rebeldía aparente, habitual en aquéllos que se autoproclaman "políticamente incorrectos" para, en esencia, ofrecerse como los adalides de las posiciones más reaccionarias, al servicio del mejor postor. "Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales..." dejó escrito en versos indelebles el gran Gabriel Celaya. 

Por eso admiro a Noam Chomsky y a lo que representa en la sociedad norteamericana y en el panorama intelectual de nuestro tiempo. Visitando la prensa internacional me he encontrado con esta reflexión - sobre las técnicas de la manipulación mediática - que considero pertinente dar a conocer. Más aún, necesaria. Y ¿porqué? Por la sencilla razón de que nos sitúa, con enorme clarividencia, ante uno de los mayores riesgos a que nos enfrentamos en nuestra vida cotidiana y que, de no reparar en él, nos acabará engulliendo en su poderosa tela de araña. ¿Cómo ejercer entonces el derecho a la libertad? 





12 de mayo de 2012

La indignación frente al miedo como estrategia disuasoria


Siempre he recomendado la obra de Paul Virilio. Se sitúa en el panorama de la mejor tradición intelectual francesa, en la línea de Baudrillard, nada chauvinista, profundamente crítica y en los antípodas de esa pléyade de sicarios del poder que, al estilo de Bernard Henry Lévy o Andrés Gluckmann entre otros, no cesan de cantar las excelencias de los que mandan y que son al tiempo los que les nutren con largueza. Qué bien los ha identificado Pascal Boniface. Nada que ver con ellos. Virilio defiende a capa y espada su independencia, martillea sin cesar contra el pensamiento único, disecciona a fondo los tópicos que merodean en el ambiente e impregnan la mente de quienes sumisamente se prestan a ellos. 

Desde los temas que profesionalmente me interesan, Virilio tiene el mérito de enraizar sus reflexiones en un sólido tratamiento de la realidad territorial, particularmente de la urbana, como reflejo de su condición también de arquitecto. De ahí que en estos tiempos en los que los ciudades constituyen escenarios de conflicto y esperanza, de desasosiego y encuentro, de miedo y movilización social tenga pleno sentido recurrir a las ideas que mejor nos permiten entender la realidad en la que nos desenvolvemos.  Una realidad que deliberadamente aparece envuelta en esa atmósfera enrarecida que surge en función de los temores y ansiedades a que induce la falta de horizontes alternativos y la preocupación obsesiva por lo que pueda ocurrir en un momento imposible de controlar. José Luis Sampedro lo resume bien con la clarividencia que le caracteriza y la autoridad que le procura la experiencia y un riguroso sentido de la crítica inherente al compromiso del intelectual responsable y sensible hacia cuanto ocurre a su alrededor. 




La lectura de la obra es de todo punto recomendable, ya que no sólo esclarece el sentido y alcance de las implicaciones que en el comportamiento social provoca la transmisión del "miedo" con los efectos bloqueantes que desde el punto de vista psicológico provocan sino que al tiempo sirve como soporte de un interesante y necesario debate en torno al significado de los movimientos de indignación ciudadana, surgidos hace un año y que tuvieron en España su escenario de arranque y difusión para adquirir al poco tiempo proyección internacional. Y ahí siguen. 


Burgos, 18 junio 2011



1 de octubre de 2011

Un lúcido alegato contra "los intelectuales falsificadores"


Conocí personalmente a Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París, en la Fundación Ramón Areces en un Seminario sobre Prospectiva hará aproximadamente un año en su sede de Madrid. Hablé con él un momento porque estaba interesado en saludarle y comentar con él un par de cuestiones, relacionadas con las ideas vertidas en algunas de sus obras. Se trata de un intelectual riguroso, serio y coherente. No se prodiga demasiado pero cuando expresa una opinión lo hace con la solvencia de la persona comprometida con su época, sensible con los problema de la sociedad y, sobre todo, con una encomiable independencia de criterio, que hace aún más sólidos y justificados la atención y el reconocimiento que merece.
Los hay sin duda, pero no abundan intelectuales de este tipo en el contexto que nos ha tocado vivir, aunque seguramente eso ha ocurrido siempre. Por esa razón, conviene seguirles de cerca, escuchar sus opiniones y atender sus advertencias. Abundan, por el contrario, los que se sitúan interesadamente en los aledaños del poder, a la búsqueda de la recompensa a la que creen tener derecho merced a la pleitesía y a la sumisión que le ofrecen. Los rehúyo por principio, pero no es fácil dejar de toparse de cuando en cuando con sus pequeños – por significado y calidad – textos y columnas mediáticos, concebidos de antemano con la pretensión de que sean objeto del beneficio recíproco deliberadamente perseguido. Abusando de la pedantería, de la frase rebuscada, del elogio excesivo y con frecuencia de la manipulación de los hechos, responden en cierto modo a la figura que José de Cadalso identificó como “eruditos a la violeta”, aunque más bien cabría calificarles simplemente de escribidores a sueldo, dispuestos impúdicamente a venderse al mejor postor.
De todo ello, y de mucho más, se hace eco Pascal Boniface en una obra que acaba de llegar a mis manos, tras haber sabido de ella por un amable colega francés. Lleva el expresivo título de “Los intelectuales falsificadores: el triunfo mediático de los expertos en mentiras”. El documento no tiene desperdicio: analiza, disecciona y pone al descubierto, con la contundencia que dan los argumentos basados en las propias opiniones de sus protagonistas, el método utilizado por un grupo nada desdeñable de intelectuales franceses que utilizan la tergiversación, el engaño y las medias verdades como instrumentos para fundamentar sus juicios de valor sobre lo que ocurre a su alrededor y sobre los temas que les interesa pragmáticamente abordar. Es una práctica más habitual de lo que parece y, por lo lucrativa que se muestra, harto frecuentada por cuantos hacen de la información, de la comunicación o de los fenómenos históricos - pues la Historia es otra de sus aficiones más queridas, que cultivan con tan poco rubor como llenos de prejuicios - el motivo de sus desvelos “intelectuales” con la doble pretensión de forrarse económicamente y de mostrar una versión de los hechos afín a sus intereses y a los de quienes de una u otra manera les arropan.
Sirva un ejemplo para demostrar la veracidad de la opinión de Boniface. Se ha publicado en la prensa española un artículo de Bernard-Henry Levy, uno de los "enfants terribles" del pensamiento mediático francés, sobre la solicitud presentada en Naciones Unidas para la creación del Estado Palestino. Levy lo titula "Contra una demanda palestina". Es un prodigio de ambigüedad y de sesgo calculados, un ejercicio de cinismo vergonzoso amparado en la ocultación y en la argumentación selectivas de ideas intencionadamente proyectadas en la dirección que al articulista más interesa, es decir, el rechazo a la propuesta defendida por Abas utilizando los mismos argumentos que la contraparte que rechaza para siempre esa iniciativa. Ocurra lo que ocurra, jamás se darán las circunstancias que den cumplimiento a ese objetivo que el propio Levy dice hipócritamente defender. La técnica utilizada, por transparente y mezquina, le situa plenamente en la órbita de la grey - "los expertos en mentiras"- denunciada por Pascal Boniface.

¿Para cuándo en España una obra así?

17 de febrero de 2011

El pensamiento crítico... libre, pero ignorado


Acabo de leer “Postguerra” (Taurus, 2010), el monumental libro de Tony Judt, que analiza la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial hasta finales del siglo XX. Mucho podría decirse de esa obra, que constituye un sorprendente ejercicio de autocrítica, de desmenuzamiento sin concesiones de una historia repleta de sucesos aún desconocidos y de valoración detallada de lo que ha significado el proceso de reconfiguración europea para sus propios ciudadanos y para el mundo, pero me centraré de momento en un aspecto que me ha llamado bastante la atención. Me refiero a la importancia que a lo largo de buena parte del período estudiado se ha concedido al intelectual como referencia a tener en cuenta o, en todo caso, como destinatario de los reconocimientos o de los vapuleos que suscitaban sus opiniones por parte de la clase política, ya estuviese en el poder o en la oposición.

Las reflexiones de pensadores como Sartre, Camus, Huxley, Ortega, Gramsci, Malraux, Habermas, Bobbio, Rawls, Berlin... y tantos otros, todos ellos de primer nivel, no dejaban indiferentes a quienes se ocupaban de la cosa pública. Sus escritos se leían, se citaban, no había reparo en admitir la incidencia de sus observaciones en el discurso que después se transmitía en los Parlamentos, donde eran citados y con frecuencia reconocidos. Para bien o para mal, mas nunca olvidados, porque se entendía que lo que decían les podía ayudar. Una especie de vínculo valorativo se establecía entre ambos. Hubo incluso políticos relevantes que no dudaban en señalar lo mucho que les habían influido desde las modestas tribunas donde quienes con espíritu crítico llamaban la atención sobre lo que se estaba haciendo y cómo se estaba haciendo, sin obtener, salvo contadísimas excepciones, otra satisfacción que la de sentirse tenidos en cuenta.

Nada de eso ocurre hoy. Le falta quizá a Judt explicar, con la precisión con que lo hace en el conjunto del libro que comento, las razones que han llevado a la política a alejarse de los clamores provenientes de la intelectualidad crítica, hasta culminar en el desencuentro. No es que se haya producido un divorcio, sino simplemente el despliegue de una evolución por derroteros diferentes, cada vez más distanciados. Obviamente aludo al pensamiento de denuncia, al razonamiento incómodo e incorfomista que reclama una visión distinta de las cosas y la adopción de decisiones concebidas y planteadas de otra manera. El interés por la reflexión contraria o discrepante se ha desvanecido quizá en un proceso sin retorno, que posiblemente no se restablecerá nunca (o en muchísimo tiempo). Bien es cierto, sin embargo, que tampoco es un pensamiento perseguido, no hay en el poder afán alguno porque desaparezca, sencillamente porque acaba siendo subsumido en el magma de la opinión controvertida que el propio paso del tiempo se encarga de diluir. Es un pensamiento libre, pero sus perspectivas y posibilidades de incidencia se muestran cada vez más limitadas. ¿Alguien ha oído en los debates parlamentarios, sean del nivel que sean, arropar las argumentaciones con opiniones solventes extraídas de las ideas sustentadas en el rigor?


Prima, en suma, la indiferencia frente al hostigamiento, el desdén frente a la animosidad. Qué mas da. Se entiende que sus reflexiones no hacen daño, entre otras razones, porque la consistencia del pensamiento crítico riguroso aparece en nuestros días desvaída ante el apogeo adquirido por sus dos principales neutralizadores: el ensordecedor ruido mediático, que todo lo envuelve para tensionar el ambiente mediante un lenguaje tan elemental como corrosivo, del que muy pocos se escapan, pues la mayoría recurre al insulto, a la mentira y a la vulgaridad, aprovechando las zahúrdas de la TDT; y el pensamiento dócil, sumiso, el que se fragua en la cohorte de los “intelectuales” a sueldo, cuya función no es otra que la de avalar, con argumentos precocinados, lo que se hace desde el poder, ofreciendo gato por libre sin que la mayor parte de quienes los leen o escuchan reparen en ello.


4 de diciembre de 2009

Jordi Solé Tura: una lección permanente



Como no sobran las referencias en ese mundo de la política tan lleno hoy de turbulencias y decepciones justo es reconocer a quienes lo dignifican. Y lo hizo con creces Jordi Solé Tura, hoy fallecido. Fue un hombre inteligente, sensible, trabajador, riguroso, y ante todo muy honesto, un digno representante de ese espacio de creatividad politica que significó Catalunya en los años sesenta y setenta, años de grandes incertidumbres pero también de ilusionadas esperanzas, adobadas por la juventud que entonces teníamos. Político de otro tiempo, sus cualidades cobran fuerza en tiempos donde personas como él se muestran excepcionales. De origen humilde, personificó admirablemente el esfuerzo de cuantos en la “larga noche de piedra” (Castelao) de la dictadura franquista se empeñaron por fortalecer su formación y asumir, con el mejor de los bagajes intelectuales, el compromiso de lucha por las libertades en España, que tanto deben a quienes siempre, como es su caso, estuvieron dispuestos a sacrificar los mejores años de su vida por la democracia y la defensa de los derechos humanos.

Experto constitucionalista, abrió su pensamiento a las corrientes innovadoras de la conciencia crítica que propugnaba avanzar hacia el socialismo en un mundo de libertades garantizadas. En cierto modo, simbolizó la trayectoria de una buena parte de la izquierda en España. Representó al Partido Comunista en la Ponencia Constitucional, y las crónicas señalan lo mucho que contribuyó a resolver los momentos difíciles que entorpecían la búsqueda del consenso en un pais que hasta entonces había ignorado o despreciado esa palabra. No fue inmune a la crisis de su partido originario cuando el rodaje de la democracia y las insuficiencias de su capacidad representativa de la sociedad pusieron al descubierto sus contradicciones y carencias soterradas. Se sintió más cómodo en las filas del Partido socialista, que le llevó a ser ministro de cultura hasta que su carrera política quedó, al fin, desvanecida.

Pero nada nos hará olvidar sus momentos más fecundos, que son los que realmente le enaltecen, como uno de los artífices de la Constitución Española, la fortaleza de su pensamiento, su compromiso con los desfavorecidos, la bondad de su persona y el mensaje motivador que solía transmitir cuando se le planteaba una cuestión espinosa y complicada, que lograba resolver con voz pausada, mirada inteligente y sonrisa conciliadora, siempre con la mano tendida. ¿Cómo no resaltar en este ciberespacio sin restricciones la figura de Jordi Solé Tura, al que tanto debe el sentido y la dimensión de la convivencia entre los españoles?

13 de mayo de 2008

La importancia de conocer otras lenguas distintas de la propia

Vivimos en tiempos de comunicación en los que la distancia ha dejado de ser un condicionamiento. La "aldea global", aquel concepto atribuido a Marshall Mac Luhan y que fue formulado a finales de los años sesenta del siglo pasado para significar la importancia y la dimensión planetaria de los vínculos que relacionan a las personas y a las sociedades, adquiere en nuestros días una perspectiva que obliga a destacar el papel de la lengua como vehículo de enlace mucho más allá de nuestras fronteras convencionales, de nuestros marcos inmediatos de referencia. Se impone abrirnos a las posibilidades que permite el conocimiento de otros idiomas, de estructuras gramaticales diferentes, de expresiones no habituales en nuestra forma de comunicación cotidiana, aunque esta percepción de la necesidad de superar el monolingüismo ofrezca diferencias muy significativas, incluso desproporcionadas, entre unos paises y otros.

Sin duda sería interesante ampliar el ámbito espacial de análisis, pero de momento me limitaré a subrayar esta idea con el ejemplo - el único de que dispongo - ofrecido por los países que integran la Unión Europea, y que recientemente se ha dado a conocer en los círculos universitarios interesados por avanzar en ese empeño nada fácil y no exento de incertidumbres que se conoce como el Espacio Europeo de Educación Superior. El gráfico resulta muy elocuente. En la relación, España ocupa un lugar muy modesto dentro de una tabla, en la que los contrastes existentes en el conocimiento de lenguas no maternas son muy altos.

¿A qué se deben? ¿Tienen que ver con el desarrollo? ¿Responden a la necesidad de abrirse a otras formas de expresión oral cuando la lengua propia es minoritaria? ¿Refleja el grado de apertura y de predisposición a salir al exterior reconociendo la importancia que tiene la desenvoltura en el idioma del país de acogida? ¿O no será que el multilingüismo no es sino otra de las manifestaciones, y muy importante sin duda,  a que conduce un sistema educativo bien concebido y estimulante del esfuerzo que implica querer y saber expresarse en otro idioma? Saquen sus conclusiones

20 de abril de 2008

Una llamada a la reflexión y a la sensibilidad por los problemas de nuestra época


Hace aproximadamente tres años se celebró en Granada (España) un Congreso Mundial sobre Filosofia Jurídica y Moral, del que emanó la siguiente declaración, encabezada con la firma de Jürgen Habermas, a la que acompañaban las de dos centenares de prestigiosos intelectuales de todo el mundo. Lejos de perder vigencia, el texto mantiene su plena razón de ser en un momento en que la crisis económica, el encarecimiento de los bienes básicos y el deterioro del medio ambiente justifican esta llamada de atención, que no puede quedar desoida:

"El desarrollo de las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales ha adquirido en las últimas décadas una dimensión que se eleva por encima de las fronteras entre los Estados e ignora las divisiones administrativas y políticas que se han establecido entre los pueblos. Transportadas por los medios de comunicación, por las nuevas tecnologías de la información, por las redes económicas y los flujos de personas, las acciones y decisiones de cada uno, por remotas que sean, pueden llegar a afectar la vida y el destino de poblaciones lejanas en cualquier lugar de la geografía del planeta.
Sabemos que esa compleja multiplicación de los intercambios ha dado como resultado el incremento del bienestar económico y la riqueza cultural en grandes segmentos de la población mundial, pero somos también testigos de que, a su lado, una pavorosa realidad de sufrimiento, incultura y marginación atenaza a millones de seres humanos. La carencia de alimentos, la falta de acceso al agua potable, las enfermedades endémicas, el analfabetismo y las supersticiones conforman el horizonte vital de pueblos enteros.
Las relaciones económicas globales entre países, grandes corporaciones y agentes económicos de todo tipo van con frecuencia escoltadas por la especulación financiera sin control, la explotación inicua de los trabajadores, la persistencia y el incremento de la ocupación de niños en labores extenuantes, la discriminación de la mujer y el despojo a pueblos enteros de parte de su riqueza natural mediante corrupciones y sobornos a autoridades políticas ilegítimas. También observamos crecientes amenazas al medio ambiente, explotación irracional de los recursos naturales y un consumo incontrolado del patrimonio irremplazable del entorno natural.
El nuevo sistema de relaciones económicas, sociales y culturales demanda un orden internacional nuevo. La globalización es también un proceso social con falta de control y regulación, conducido frecuentemente por poderes de escasa o nula legitimidad democrática. Hasta ahora los poderes de los Estados nacionales, al menos los Estados desarrollados, habían logrado ciertos niveles de justicia social. El desbordamiento de las fronteras nacionales y la existencia de problemas humanos graves que ya no pueden encontrar solución en el marco estatal exigen una gobernanza y unos poderes más efectivos y, sobre todo, más legítimos. La globalización es un fenómeno nuevo que ha colocado otra vez a la sociedad internacional en una especie de estado de naturaleza que necesita ser sometido a regulación.
Hay que fortalecer y dotar de mayor legitimidad a las instituciones internacionales vigentes, tanto las estrictamente políticas como las económicas, y crear otras nuevas que sean capaces de aminorar las debilidades de los Estados democráticos ante estas nuevas situaciones sociales. Nos sentimos en el deber de hacer una llamada a nuestros gobiernos y nuestros conciudadanos, a las organizaciones internacionales y a las grandes instituciones globales, en favor de una actitud nueva y decidida para incorporar la libertad y la igualdad como valores básicos de los seres humanos, y para que todas las dimensiones de la globalización estén sometidas a las exigencias del imperio de la ley, de una ley que sea cada vez más voluntad general y no sólo voluntad de unos pocos. El gran reto de este siglo XXI es configurar un orden mundial nuevo en el que los derechos humanos constituyan realmente la base del derecho y la política".

16 de enero de 2008

La mirada valiente de Kapuściński


En este artículo, publicado el 24 de Diciembre de 2007 en "El Norte de Castilla", Maria Antonia Salvador quiso dejar constancia del valor de las imágenes que sobre África nos legó Ryszard Kapuściński

"La Asociación de Periodistas Europeos ha brindado a la sociedad vallisoletana la excepcional oportunidad de contemplar la exposición de fotografías sobre África (“África en la Mirada”) realizadas por el afamado periodista polaco (1932-2007). No es sólo un merecido homenaje a su autor, sino a la par a todo un continente, en su mayor parte sumido hoy en la miseria y la desesperanza. Recordar lo que son África, sus gentes, sus paisajes y sus costumbres aporta una sensación que el europeo no puede eludir por dos razones tan imperiosas como palmarias: porque nos son cercanos en el espacio y en el tiempo y porque, pese a la resistencia en admitir la contundencia de los hechos, no son pocas las responsabilidades que conciernen a Europa en el rumbo de los acontecimientos que lo han convulsionado hasta nuestros días. “L’Afrique noire est mal partie” (“África negra ha empezado mal”) es el título de la obra, ya clásica, que René Dumont, uno de los artífices del movimiento ecologista europeo, publicó en 1962 cuando en el continente cobraron entidad propia los sueños de independencia a partir del entramado de países cuyas fronteras habían quedado sancionadas definitivamente en la Conferencia de Berlín (1885), que consagró el reparto colonial. Pretendieron en los sesenta del siglo XX “tomar el destino en su mano”, en expresión del propio Dumont, pero poco a poco las ilusiones creadas por una emancipación meramente formal se irían desvaneciendo, ante la indiferencia del mundo, para dar lugar a un panorama desolador, devastado en numerosos lugares por la guerra, la crisis, la explotación irracional de los recursos, la corrupción, el tribalismo y la casi desaparición del Estado. Poca atención se ha prestado desde España a cuanto sucede en África, no obstante la proximidad a que se encuentra y las numerosas tensiones que de ello se derivan. De ahí que cuando se nos brinda la oportunidad de acercarnos, siquiera sea con la curiosidad de la mirada, a las imágenes que evidencian los múltiples matices y desgarros de una realidad insoslayable, la oportunidad no puede ser desatendida so pena de incurrir en la banalidad de la indiferencia, a la que tan propensa es nuestra sociedad. Una oportunidad que, irrepetible, se acrecienta cuando lo que a nuestros ojos se ofrece es el resultado de las percepciones y vivencias que Kapuściński tuvo en su impresionante y admirable experiencia africana. Basta leer “Ébano” (Anagrama, 2000) para darse cuenta de lo que realmente significan la sensibilidad sin reservas de un intelectual comprometido con los problemas y los conflictos de su época. Expresarlos por escrito no es, desde luego, tarea fácil cuando las dificultades se acumulan, las privaciones son abrumadoras y el ambiente de incomprensión descorazonador. Aun así, la peripecia de Kapuściński en África se remonta al año 1957, cuando el “sol de las independencias” de que tan brillantemente habla Dumont comenzaba a surgir por el horizonte y las vivencias se enmarcaban en el contexto de las zozobras propias de la transición del modelo colonial a la nueva geopolítica a que se abrían los nuevos Estados con más entusiasmos que posibilidades. Durante cuatro décadas, el periodista polaco viajó reiteradamente a lo largo y ancho del continente “evitando las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política”. Por el contrario, los mensajes aportados por la realidad, y que recoge en descripciones excepcionales, le vendrían dados por el contacto directo con las gentes, por la vida vivida con las penalidades ocasionadas por todo tipo de carencias, por la inmersión sin paliativos en “la tela multicolor”, “el tapiz abigarrado” que el autor identifica con cuanto sucede en el turbulento entorno que le rodea. Sólo una experiencia tan dilatada en el tiempo le permitirá asistir vigilante a la trayectoria del África contemporánea, hasta el punto de que no es fácil encontrar en el panorama cultural de Occidente testigos tan cualificados y convincentes, a los que recurrir, con la confianza y credibilidad necesarias, para entender situaciones y acontecimientos difícilmente comprensibles. Ya se trate de dar explicación a la emergencia de la identidad política en Ghana, de describir la singular experiencia golpista de Zanzíbar, de interpretar las brutalidades del régimen de Idi Amin en Uganda o de Charles Taylor en Liberia, de encontrar una explicación al fracaso de los programas socializantes en Tanzania, de denunciar las atrocidades del apartheid sudafricano o las sinrazones bárbaras de las catástrofes de Ruanda o Sierra Leona…. siempre emerge la conciencia de quien siente todo lo que ve como propio, como entrañablemente afín, como algo que le incumbe más allá de la coyuntura o de la sensación momentánea de fracaso histórico que la comprobación fehaciente de los hechos proporciona. Nada le es ajeno, porque nada es trivial ni invita al desdén. En todos los casos, y de forma reiterada, cual constante enriquecedora de las perspectivas utilizadas, gentes y paisaje se entreveran en una simbiosis que en África resulta indisociable. Y lo dice con palabras que no admiten réplica: “¡cómo encajan las gentes en ese paisaje, en esa luz, en ese olor!, ¡cómo se convierten el hombre y la naturaleza en una comunidad indivisible, armónica y complementaria!, ¡cómo se funden en un solo cuerpo!”. Todas estas sensaciones, experimentadas en primera persona y sin intermediación alguna, se transmiten a las imágenes registradas por la cámara que Kapuściński utilizará sin cesar. Cuarenta años dan para mucho cuando de plasmar en fotografía lo vivido se trata, y sobre todo cuando coinciden con la época en la que se fragua el África de nuestros días con todas sus contradicciones e incertidumbres. Sentirlas como próximas no es un ejercicio de mera retórica: es la obligación de una sociedad como la nuestra, empeñada en vivir de espaldas a lo evidente".

6 de febrero de 2006

Un soñador para un pueblo

Publicado en El Norte de Castilla el 21 de Febrero de 1998

Confío en que Antonio Buero Vallejo no ponga objeciones a la utilización del título de una de sus obras más celebradas para encabezar la reflexión sobre el homenaje (6 de Febrero de 1998) que la Universidad de Valladolid acaba de ofrecer a Millán Santos Ballesteros, una de las figuras más relevantes del Valladolid contemporáneo, aunque su impronta haya rebasado con creces el horizonte de nuestra ciudad. Con el acto celebrado en su marco más emblemático, el Paraninfo, la institución universitaria ha sabido poner de manifiesto la sinceridad de sus vínculos con la realidad social que la rodea. Ha reconocido también hasta qué punto las iniciativas que tienen que ver con la formación y la cultura no se limitan sólo a las celebradas dentro de los límites de su propio recinto sino que a la par cobran en él dimensión y fuerza las que de forma aislada o en grupo surgen de la sociedad y se proyectan en el entorno, lo vivifican, lo enriquecen y lo dan ese valor añadido que sólo puede provenir de una labor hecha a conciencia, con la sensibilidad y con el tesón de quienes, con la mirada puesta en unas metas tenazmente defendidas, saben sobreponerse a los sinsabores y desalientos que una labor así realizada, a menudo en la soledad del corredor de fondo, suele llevar consigo.
Millán Santos personifica todas esas cualidades y sin lugar a dudas simboliza como pocos lo que toda una vida de dedicación puede dar de sí cuando se es consciente del mundo en el que se vive y de la alta dosis de entrega que es preciso aportar para la consecución de un proyecto o un ideal en el que se cree por encima de todas las cosas. De ahí que haya sido muy acertada esta coincidencia, y no casualidad, que los organizadores del acto, profesores de la Facultad de Educación, han querido establecer entre la evocación científica de la obra de Paulo Freire y el reconocimiento a la trayectoria de un hombre que ha sabido aplicar, con frecuencia en solitario y luchando denodadamente contra el tiempo o en medio de la indiferencia, muchos de los valores que, fieles a la enseñanzas del ilustre pedagogo brasileño, acreditan la trascendencia de esa mezcla de arte, sacrificio y honestidad intelectual que, en palabras de Francisco Ayala, confluyen en el admirable ejercicio de la enseñanza. Pero cuando se trata de enjuiciar lo que realmente supone hoy el balance aportado por Millán, la valoración desborda con amplitud el marco de un acto meramente académico, para abrirse a los tres horizontes hacia los que, a mi juicio, se ha encaminado una tarea de tantos y tantos años.

- En primer lugar, los perfiles de su obra se identifican con la defensa permanente, casi obsesiva, de algo tan en crisis en hoy, pero tan encomiable siempre, como es la dedicación a la enseñanza, al esfuerzo que implica la educación concebida al servicio del desarrollo integral del conocimiento y de la dignidad del ser humano. Luchando contra la corriente que prima la inmediatez, o los resultados a corto plazo y a toda costa, el mérito de Millán ha consistido en demostrar que pocos cometidos son tan meritorios como los que se relacionan con el afán de efectuar honestamente la transmisión organizada y coherente del saber, con ese interés que enaltece al buen profesional de la docencia y le aproxima al alumno a través de un proceso de comunicación mutua del que, a la postre, derivan tantas complacencias y satisfacciones.
Pero, lejos de ser una tarea mecanicista, sujeta a estereotipos o a meras fraseologías banales que tratan de enmascarar la inconsistencia del fondo mediante la estéril simplificación del método, la tarea del educador, sea del nivel que sea, desde la Escuela hasta la Universidad, se fundamenta en dos pilares que deben estar sólidamente asentados: de un lado en la propia solidez formativa de quien desempeña esta responsabilidad, apoyada en la reflexión serena y rigurosa de cuanto le concierne para saberlo transmitir con claridad y eficacia; y, de otro, en la firme convicción de que, educando, se fortalece el espíritu crítico del individuo, se le capacita para enfrentarse a la realidad, se le involucra en una sociedad con todas sus posibilidades, virtudes y contradicciones, se le prepara, en fin, para hacer de él un ciudadano testigo de la época que le ha tocado vivir y sensible al entorno social y cultural en que se inserta.
- en segundo lugar, y en perfecto encaje con este planteamiento, la obra de Millán sintoniza con la de quienes atribuyen a la educación la capacidad para hacer frente a los riesgos de la exclusión y la marginalidad. Son muchas, en efecto, las voces que tanto en el mundo de la opulencia como en el del subdesarrollo se alzan a favor de estas posturas, convencidos de que, parafraseando a Celaya, la formación Aes un arma cargada de futuro@. Un futuro contrario a la mayor miseria de todas, que es la de la ignorancia, la de la alienación, la del embrutecimiento, la de la ineptitud para la crítica consciente, la de la imposibilidad de acceder a algo tan gratificante como son las fuentes, plurales y siempre enriquecedoras, del conocimiento. Cuestionar las diferencias que el camino hacia el disfrute del saber impone a nuestras sociedades desde la cuna se convierte así en el testimonio más lúcido de las demandas a favor de la igualdad, pues es imposible que las sociedades evolucionen si no lo hacen en un contexto de educación para todos, y sobre todo de una buena educación para todos sin excepciones de ningún tipo. En un mundo lleno de conquistas y de avances científico-técnicos de toda naturaleza ésta sigue siendo todavía una reivindicación insatisfecha, una ilusión que algunas califican de utópica, otros de imposible, los más de costosa o ajena a los paradigmas de la rentabilidad. )Qué hacer en estas circunstan­cias?, )cómo oponerse a lo inexorable?. Millán, teniendo muy claro desde el principio lo que hacía, supo dar hace muchos años la respuesta correcta. Si, citando de nuevo a Machado, sólo se labra el camino cuando se anda o el ojo existe porque nos ve, la opción asumida no podía ser otra que la que le llevó con, decisión y firmeza, a afrontar el desafío, ligero de equipaje como el poeta pero, eso sí, con la mochila henchida de proyectos, de ideas, de ilusión y de entusiasmo, a sabiendas de la incomprensión y menosprecio al que se enfrentaba, pero también previsor de que, atento a la empresa o atraído hacia ella, no tardaría en contar con el respaldo de un pueblo que comenzaba a percibir la esencia de su realidad y las contradicciones en que podía quedar sumido su destino.

- ese era el pueblo que habitaba en el barrio de Delicias, en el profundo sureste de la ciudad de Valladolid, de la tremenda ciudad de Valladolid, de los años sesenta. Y aquí llegamos, para terminar, al tercero de los aspectos que otorgan significado a la obra de Millán. ¿Cómo entenderla al margen del tiempo en que se produjo y del espacio hacia el que se proyectó?. Nada hay de vago, de evanescente o de artificial en la labor comentada. Hijo de una época, será también vigía permanente y sin fisuras de su territorio. Tareas, desde luego, nada fáciles ni en la una ni en el otro. Valladolid sigue siendo hoy una ciudad compleja, bastante heteróclita en su estructura, no exenta de insuficiencias en la organización de algunos de sus elementos constitutivos. Mas nadie ignora la intensidad de su metamorfosis y el esfuerzo gigantesco de quienes desde 1979 la han gobernado y la gobiernan para hacer de ella un ámbito de convivencia, de calidad y de bienestar en provecho de una sociedad integrada y consciente de vivir en un espacio donde nadie deba sentirse forastero. Casi ninguno de estos rasgos definían a Valladolid cuando Millán decidió acometer la regeneración cultural en un barrio con raiz histórica pero inequívocamente marginal, como lo eran sin excepción todas las piezas urbanas que emergen por entonces en los bordes de la ciudad tradicional, marcando con ella una ruptura prácticamente absoluta. Tanto es así que la única posibilidad de integración pasaba necesariamente por la búsqueda de alternativas endógenas, sustentadas en la propia creatividad, capaces de sortear el abismo existente entre la ciudad y sus barrios, y sembrando la semilla que habría de germinar en una de las experiencias de educación de adultos más acreditadas de España. Lo sucedido me recuerda la frase de aquella estrofa de Zitarrosa cuando dice "el valor todo lo puede, hay que tener confianza, y lo que el valor no puede lo ha de poder la esperanza".
Pero lo cierto es que tampoco resultaba sencillo semejante empeño, pues la realidad social que comenzaba a emerger adolecería de falta de cohesión y de sentimiento de pertenencia a un espacio compartido. Era una sociedad atomizada, fragmentaria, atraída laboralmente por el señuelo de la gran ciudad y afanada en la búsqueda prioritaria de la vivienda. Con estos mimbres y en un contexto así, Millán, y con él quienes secundaron su iniciativa, emprendieron con tanta voluntad como falta de medios el proceso de dignificación del barrio de las Delicias, que no tardando mucho se convertiría en la iniciativa experimental que emularon otros espacios periféricos, hasta liderar un proceso de recuperación que en buena medida ha contribuido a cimentar las bases del Valladolid moderno, propiciado ya por el margen de expectativas que abre a finales de los setenta la democratización del Ayuntamiento y la serie de ventajas y sensibilidades que ello traerá consigo.

Sería largo analizar todo el proceso y seguramente muchos detalles quedarían en el olvido o tal vez minimizados. Pero de lo que no cabe duda alguna es de que la historia del barrio de Delicias, que es como decir la historia del Valladolid contemporáneo, no puede escribirse sin conceder un epígrafe destacado a la figura de Millán Santos y a cuantos como él supieron vencer las tinieblas y ayudar a muchas gentes, de todas las procedencias, edades y condición, a descubrir la luz de la cultura y las satisfacciones que depara el sentirse auténtico ciudadano. La sociedad debe estar agradecida por la labor realizada y la consistencia de sus cimientos. En cuanto a mí, sólo se me ocurre hacer mío el verso de una canción que en cierta ocasión oí entonar en una espléndida calle habanera y que decía aquello de que "cuando sientas tu herida sangrar, cuando sientas tu voz sollozar, cuenta conmigo”.
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