27 de marzo de 2017

De cuando "Patria", la novela de Fernando Aramburu se hacía necesaria





Faltaban aún dos años para que ETA anunciara el cese de su historia de muerte, destrucción y extorsiones. Pero ya asomaban en los espacios públicos donostiarras los reclamos a favor de la desaparición de esa banda criminal. Al cruzar por la plaza de Alderdi Eder de San Sebastián pude leer entonces y tomar nota de esa reclamación expuesta en la fachada del Ayuntamiento. A unos pasos, permanecía ya cerrado definitivamente el espacio ocupado por la Libreria Lagun, que atendió durante años con exquisito cuidado María Teresa Castells, esposa de José Ramón Recalde, contra quien atentó ETA, en la falda del monte Igueldo, en septiembre de 2000. No le mató, pero perdió la voz. Cuántas conversaciones mantuve con ellos en aquellas temporadas de mediados de los setenta en las que me instalé en San Sebastián mientras realizaba la Tesis Doctoral.

Con motivo de aquellos encuentros, José Ramón me comentó en alguna ocasión hasta qué punto se necesitaba una novela que describiera el trauma sistémico provocado en la sociedad vasca por los crímenes del nacionalismo arropado por los curas trabucaires que en capillas y sacristías ungían con sus manos y su indecente verborrea en los pueblos y desde el obispado las acciones de los matones sin alma. Así se lo comenté hace unos días (24 de marzo) a Fernando Aramburu cuando presentó su novela "Patria" en Valladolid. Esa novela - le dije - era una necesidad, algo que debía llevarse a cabo para poner al descubierto el clima de desolación, fractura y miseria moral en que se ha desenvuelto durante décadas la sociedad vasca. Lástima que Recalde no viviera para verlo, leerlo y comentarlo. Hoy, Lagun sobrevive en la calle Urdaneta de San Sebastián. Me he prometido a mí mismo regresar a esa librería heroica para conmemorar el hecho de que, al fin, alguien haya puesto negro sobre blanco la magnitud de aquella tragedia.

Los muros de la globalización

He comenzado esta tarde a estudiar este tema, dada su importancia geográfica y la gravedad de su significado. Y es que, como podemos comprobar día a día, la organización y el funcionamiento del espacio mundial ofrecen en nuestra época una configuración contradictoria, que no cesa de acentuarse. La globalización de la economía y la acentuación de las aproximaciones permitidas por las tecnologías de la información y la comunicación marcan un rumbo irreversible en las pautas de comportamiento que al tiempo que reducen el tamaño del planeta tejen entre las sociedades unos vínculos para los que no parecen existir restricciones infranqueables.

En la lógica imperante del capitalismo global, la distancia ha dejado de ser un condicionamiento para convertirse en un aliciente, que todos – ciudadanos, empresas, instituciones – aprovechan en la medida en que afianza su conciencia de pertenecer a un mundo en el que las fronteras parecen haber desaparecido. Y, sin embargo, las fronteras como elementos de separación y de ruptura están cobrando más importancia que nunca. Importancia y contundencia a la vez.

Son los muros que por doquier fragmentan este mundo de movilidades selectivas y discriminatorias. Pues estas barreras no están pensadas para impedir el ataque de ejércitos enemigos, sino para impedir el tránsito de personas; quieren hacer frente a fuerzas persistentes y desorganizadas más que a estrategias militares o económicas; son más transnacionales que internacionales; son una respuesta a los flujos desconectados de las soberanías estatales. ¿No les parece una flagrante contradicción?

25 de marzo de 2017

Sólo con el apoyo de la ciudadanía se mantendrá la noria de la Unión Europea. Sesenta años después




Una noria moderna trabada por una estructura compleja se superpone al edificio histórico que recuerda la existencia de un pasado presente aún en la memoria. La noria gira por inercia, pero las partes que la integran no siempre se muestran dispuestas a mantener la velocidad y el ritmo predeterminados por los mecanismos que aplican los que la dirigen. Tradición y modernidad, complejidad con pretensiones de armonización no siempre bien entendidas. Es posible que la imagen, obtenida en Ostende, en la ciudad belga que se asoma al Mar del Norte, y no lejos de donde se gobierna el proyecto comunitario europeo, simbolice esa ambiciosa construcción geopolítica y económica que hoy vio la luz hace sesenta años.


El panorama es sombrío, como la jornada en la que se tomó la fotografía. Pero ahí sigue, condicionada por la dificultad de integrar realidades estatales tan heterogéneas. ¿Alquien pensó alguna vez que cohesionar ese elenco tan dispar de naciones era tarea sencilla? No es una experiencia fracasada, en mi opinión. Hay en su evolución momentos admirables. Hoy, sin embargo, y más que nunca, es la demostración de un ingente desafío, inédito en la historia e irreproducible en otros escenarios, que pone en evidencia las enormes dificultades que encierra todo proceso de integración supraestatal y que, tras seis décadas de vida, aparece expuesto al dilema de recuperar la confianza de la ciudadanía o desaparecer. Entonces la noria quedará desmontada y el pasado pesará como una losa.
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