25 de marzo de 2017

Sólo con el apoyo de la ciudadanía se mantendrá la noria de la Unión Europea. Sesenta años después




Una noria moderna trabada por una estructura compleja se superpone al edificio histórico que recuerda la existencia de un pasado presente aún en la memoria. La noria gira por inercia, pero las partes que la integran no siempre se muestran dispuestas a mantener la velocidad y el ritmo predeterminados por los mecanismos que aplican los que la dirigen. Tradición y modernidad, complejidad con pretensiones de armonización no siempre bien entendidas. Es posible que la imagen, obtenida en Ostende, en la ciudad belga que se asoma al Mar del Norte, y no lejos de donde se gobierna el proyecto comunitario europeo, simbolice esa ambiciosa construcción geopolítica y económica que hoy vio la luz hace sesenta años.


El panorama es sombrío, como la jornada en la que se tomó la fotografía. Pero ahí sigue, condicionada por la dificultad de integrar realidades estatales tan heterogéneas. ¿Alquien pensó alguna vez que cohesionar ese elenco tan dispar de naciones era tarea sencilla? No es una experiencia fracasada, en mi opinión. Hay en su evolución momentos admirables. Hoy, sin embargo, y más que nunca, es la demostración de un ingente desafío, inédito en la historia e irreproducible en otros escenarios, que pone en evidencia las enormes dificultades que encierra todo proceso de integración supraestatal y que, tras seis décadas de vida, aparece expuesto al dilema de recuperar la confianza de la ciudadanía o desaparecer. Entonces la noria quedará desmontada y el pasado pesará como una losa.

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