24 de marzo de 2014

Respeto y reconocimiento a Don Adolfo Suárez González (1932-2014)

Hace más de cinco años - el 15 de agosto de 2008 y en el diario El Norte de Castilla- publiqué este texto sobre el expresidente del gobierno español que acaba de fallecer. Retomo aquellas ideas, y más allá de la distancia ideológica, en reconocimiento y homenaje a quien fue capaz en poco más de cuatro años de demoler una dictadura de cuarenta.  Se podían haber hecho más cosas, seguramente quedaron numerosos cabos sueltos,  la crítica no está ausente en el balance que quepa hacer, pero de lo que no cabe duda es de que durante su mandato se tomaron decisiones - y él las tomó con coraje y alto riesgo -  que para muchos de quienes vivimos los años finales del régimen salido de la guerra civil parecían impensables.  


Posiblemente ningún otro político español del siglo XX haya alcanzado el nivel de respeto, reconocimiento y admiración de que actualmente goza Don Adolfo Suárez González, y que por desgracia ya no puede percibir. Olvidados en el tiempo quedan los comentarios que, a raíz de su sorprendente designación por el Rey, trataban de descalificar una decisión que consideraban equivocada, bien porque no respondía a las esperanzas de promoción de quienes los formulaban bien porque la filiación franquista del elegido hacia prever que lo del “atado y bien atado” iba para largo. Pocas voces autorizadas se alzaron entonces en apoyo de un nombramiento que, como después se ha visto, no sólo estaba bien calculado sino que respondía a un conocimiento previo de las enormes dotes de adaptación a las circunstancias por parte de un personaje, cuyas cualidades permanecían  para el común de los españoles en el mayor de los arcanos.

Su mandato (1976-1981) fue breve, aunque decisivo en todos los órdenes de la vida política española. Se tomaron decisiones de enorme trascendencia, se sentaron los cimientos de una etapa identificada con los principios que regían las democracias más avanzadas del mundo, se arrumbaron con habilidad pasmosa, no exenta de riesgos impensables, las estructuras formales de un régimen de casi cuarenta años, haciendo uso de tácticas que nadie era capaz de presagiar tras la muerte del dictador. Fue una complicada y azarosa peripecia que Adolfo Suárez afrontó casi en solitario, a falta de un partido político que, con la consistencia necesaria, respaldara sin fisuras una acción de gobierno dirigida hacia un objetivo claro a partir de un complejo de decisiones en las que se mezclaban, en dosis más bien aleatorias, la improvisación, la genialidad y la audacia.

Tuvo suerte en disponer a su lado de un grupo de colaboradores leales, que en cada momento supieron apuntar en la dirección correcta, aportando los conocimientos y el prestigio necesarios que permitieran al Presidente del Gobierno, menos preparado que ellos, diseñar y llevar a término, con el coraje que le caracterizaba, sus iniciativas más relevantes. Sin nada que ver con los oportunistas y presuntuosos que dentro de su propio partido hicieron todo lo posible por desacreditarlo, formaron éstos, en cambio, el núcleo rector de los momentos más difíciles de la transición y sin dudarlo a ellos debe mucho el balance de la experiencia suarista, pues sirvieron para afrontar con fortaleza y viabilidad los tres grandes desafíos en los que vertebró su etapa de gobierno como una solución de continuidad, pues no otra cosa fue, entre la dictadura y la democracia. Me refiero, en concreto, a los logros alcanzados en la normalización constitucional del país (Fernando Abril Martorell), en la voluntad de corrección de las deficiencias funcionales de la Economía (Enrique Fuentes Quintana) y en la supeditación  del Ejército a los principios del poder civil democrático, tarea ímproba a la que tanto contribuyeron Manuel Gutiérrez Mellado y Alberto Oliart Saussols.  

Surgen estas reflexiones al hilo de la noticia de que el Ayuntamiento de Cebreros pretende construir un  Museo a la persona y a la obra de Adolfo Suárez en su pueblo natal. Dejando al margen la polémica partidista que ha aflorado cuando se ha dado a conocer públicamente el proyecto, y sin valorar la fiebre museística omnipresente en todo municipio que se precie, no me parece correcto cuestionar una idea que, en principio, no está mal pues todo lo que sea enaltecer el recuerdo del personaje debe considerarse bienvenido. Sin embargo, tampoco la aplaudo, temeroso de que, lejos de contribuir al objetivo deseado, establezca con el tiempo un contrapunto al reconocimiento de una imagen que debe estar libre de las desatenciones e indiferencias  a que a menudo se expone este tipo de muestras, como la experiencia se encarga a menudo de revelar frente a resultados pretendidamente optimistas.

Y es que la figura de Adolfo Suárez forma parte indisociable de la Historia de España y a la par ocupa lugar destacado en las referencias internacionales alusivas al esfuerzo de los pueblos por salir de situaciones de dictadura. Opino que, más que un Museo, la dimensión simbólica que el hijo de Cebreros tuvo en la trayectoria histórica reciente de nuestro país merece una Fundación, que sirviera de aglutinante ideológico de los empeños intelectuales centrados en el significado histórico de la transición y en la defensa de los valores que identifican la calidad democrática, tan necesarios en momentos en que dichos valores se ven con frecuencia preteridos o amenazados.


Mas me temo que eso no es ni será nunca posible. Y no sólo porque las fronteras políticas son hoy tan rígidas que impiden confluencias interpartidarias en esta dirección, sino también porque Adolfo Suárez no ha tenido albaceas ni herederos, que preservaran su legado tal y como él, y quienes le acompañaron, lo concibieron. Tuvo el mérito de  desempeñar con éxito su papel en un momento excepcional, único, e improrrogable, de la vida política española, pero ese momento hace tiempo que pasó y los procesos que de él derivaron se corresponden con otros patrones y estilos, que son simplemente distintos. Quizá no lo supo entender, lo que explicaría su desconcierto y decepción ante el hecho de que, sintiéndose admirado y reconocido, sus intentos de regresar a la política, bajo la marca del Centro Democrático y Social, culminasen en el fracaso. Varias veces lo señaló con más amargura que consolación, víctima, al fin, de su propia paradoja: la que le llevó a la contradicción de comprobar de que la estima de que era objeto no se correspondía con el débil respaldo merecido en un contexto político encauzado por derroteros que definitivamente ya no eran los suyos ni podía controlar.

18 de marzo de 2014

Al fin, un recuerdo merecido. Que se sepan sus nombres, que no se olviden

Cuántos años transcurridos en medio de un silencio clamoroso. Cuántas miradas de perfil eludiendo los hechos que traumatizaron la vida y los sueños de tantas personas mientras la educación quedaba sumida en el cenagal de la mediocridad, el fanatismo y el espíritu de revancha. Por fin. Ya era hora. Tarde, pero bienvenida sea la iniciativa que ha hecho posible el rescate del pozo del olvido y de la indiferencia de los nombres de los profesores asesinados y represaliados en Valladolid cuando estalló la rebelión militar y en los atroces años del franquismo. La cultura, la ciencia y la dignidad fueron arrasadas por las hordas falangistas, espoleadas y secundadas por los sectores más reaccionarios de una sociedad que veía en el pensamiento crítico y en la renovación educativa implacables enemigos que batir. Y lo cierto es que fueron arrumbados sin piedad.  Sus referencias desaparecieron durante décadas de los ámbitos profesionales compartidos. Sus rostros y su legado han estado ausentes de los espacios que evocan su presencia en las instituciones. Silencios apenas matizados en los refugios controlados de la privacidad. 




Ha habido que esperar al 18 de marzo de 2014 para que, en un acto concebido ex profeso en el Paraninfo de la Universidad,  sus nombres salieran a la luz y fuesen conocidos, porque sólo así, con nombres y apellidos a la luz del día, es posible alcanzar y ofrecerles la mínima reparación que merecen. No ocultaré la emoción que personalmente me produjo el descubrimiento por el profesor Alberto Lesarri de lo sucedido con el Dr. Arturo Pérez Martín, decano que fue de la Facultad de Ciencias y al que se rindió un justo reconocimiento - la primera vez que se hacía - en noviembre de 2013. Hoy su nombre ya no figura en solitario como ocurrió entonces. Forma parte de una lista inmensa, que incluyo aquí para que se conozca y se valore en su justa dimensión. El dibujo y el poema de Manuel Sierra y la magnífica conferencia de Josep Fontana, recordando lo que fue el esfuerzo educativo desplegado en España en la primera mitad de los años treinta, contribuyeron a fortalecer esta voluntad de reconocimiento y respeto. Nunca hasta entonces en el Paraninfo resonaron frases como esas. 

Seguramente faltan más nombres, lo que justifica la necesidad de proseguir en las investigaciones que permitan calibrar en su justa medida la magnitud de la tragedia. Pero el paso dado en la tarde de hoy no ha sido baladí. Hay que agradecer al Dr. Marcos Sacristán Represa, rector de la Universidad de Valladolid, el que esta puerta, tapiada hasta ahora, se abriera para que la luz despeje la sordidez de las tinieblas asociadas a la crueldad y a la injusticia que derivan de la desmemoria.








15 de marzo de 2014

De cómo era la mejor España hace un siglo







Haz entender que la patria no es un dios ni un rey, ni un culto, ni una clase o corporación sino,  como yo la pienso, una cultura

Manuel Azaña, 1912


Mientras, a pesar de los progresos culturales, no se vea en un tranvía a una mujer con un periódico o un libro en la mano será inútil soñar con que desaparezcan  de nuestras mujeres  los sentimientos impuestos 

Margarita Nelken, 1921 

Estas son algunas de las frases que, destacadas en los paneles, definen los contenidos que ilustran y justifican los propósitos de la Exposición que en la Biblioteca Nacional evoca lo que significó para España la "Generación del 14". Es una cita obligada para quienes se interesen por conocer aspectos esenciales del pensamiento español hace un siglo, cuando el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial suscita tantas evocaciones que obligan a despertar la memoria adormecida. No solo apetece descubrir de cuando en cuando los testimonios de los momentos en los que la sociedad española ofreció lo mejor de sí misma para avanzar en el difícil camino que conduce al desarrollo cultural y científico, a la expresión libre del pensamiento, a la proyección sin restricciones de la creatividad cultural, a la denuncia de las servidumbres en las que estaban sumidos sus sectores más desfavorecidos, al reconocimiento del papel desempeñado por la mujer y de su dignidad postergada. 

Bien es cierto que a comienzos del siglo XX muchas eran las manifestaciones de retraso, depauperación, miseria y fanatismo de que adolecía un país que había permanecido al margen de las grandes transformaciones vividas por los países europeos donde la libertad y la industrialización contribuyeron a sentar las bases de estructuras sociales y comportamientos culturales más modernos y evolucionados. 

Sin embargo, no fueron pocos los síntomas que pusieron en evidencia a lo largo de las dos primeras décadas del siglo XX una voluntad decidida a favor de la configuración de un país más moderno, abierto a los vientos de la renovación  intelectual que soplaban en Europa. Se alude, como uno de los motivos inductores del proceso, a la conferencia impartida por José Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia de Madrid sobre el tema "Vieja y nueva política", con el que presentó su Liga de Acción Política.  Fue quizá un episodio importante, pero la muestra revela que aquella etapa supuso muchísimo más que la figura del pensador madrileño. 


Particularmente, y a medida que la mirada del visitante - al menos es la experiencia que tuve ayer al recorrerla sin tiempo tasado - se detiene, ante todo, en las referencias bibliográficas, en los instrumentos de uso científico, en los textos y diseños alusivos a los descubrimientos técnicos, en las expresiones artísticas, en la emergencia cultural de Cataluña, el País Vasco y Galicia, en los retratos de los personajes que dignificaron la imagen de España en el mundo, uno tiene la impresión de que hay gran desconocimiento de lo que personas ilustres aportaron tanto en beneficio del país como en el mundo difícil, y a menudo incomprensivo o refractario, que les tocó vivir.  

Asombro y gratitud es lo que se siente, en efecto, al conocer en detalle la contribución a la ciencia y a la tecnología de Santiago Ramón y Cajal, de Leonardo Torres Quevedo, de Blas Cabrera o de Pío del Rio-Hortega. Se reaviva el sentimiento de admiración ante la obra de Antonio Machado, de Juan Ramón Jimenez, de Ramón Pérez de Ayala, de Gregorio Marañón. Y, por supuesto, no cabe otra que la actitud de respeto y admiración también cuando se comprueba la ingente labor de las mujeres que en la España sórdida y cerrada de la época hicieron oír su voz, con la intención de que quedase viva para siempre. Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita Nelken son, entre otras más, las que demostraron que en España comenzaba a brillar una luz que se prolongaría, más allá de las intermitencias provocadas por la política, hasta que quedó extinta con la catástrofe que supuso la rebelión facciosa y criminal de julio de 1936. Por eso, alumbrarla de nuevo, siquiera sea en el recuerdo, es una iniciativa bienvenida o, más aún, una necesidad. 

Estará abierta en la Biblioteca Nacional de España hasta el 28 de Mayo de 2014



9 de marzo de 2014

Las reflexiones pertinentes y necesarias de Tarso Genro

El empobrecimiento del debate político hace que la ciudadanía se muestre renuente a interesarse por él. Los discursos que, querámoslo o no, nos invaden a diario provocan una sensación de hartazgo, que induce a la desafección por la política y al menosprecio de quienes la practican. Por esa razón, son tan de agradecer las reflexiones que rompen con este panorama de mediocridad, de pensamiento único, de lanzaderas verbales repletas de lugares comunes, de respuestas gubernamentales enlatadas, de frases hechas, propensas a las animosidades personales y a la imputación al otro de las deficiencias propias. Razón de ser todo ello de una crisis institucional pavorosa. Profundizar, por el contrario, en la realidad que nos afecta, desentrañar la causa de los problemas que aquejan a las sociedades, poner al descubierto y denunciar las implicaciones de modelos socialmente depredadores -  que se asumen acríticamente casi como si de tratase de una opción inevitable, a la que no hay más remedio que resignarse - no solo constituye una necesidad intelectual sino una terapia psicológicamente positiva. La sociedad necesita horizontes esperanzadores. 

De ahí que cuando un discurso recupera enfoques que son excepcionales en el panorama de la simplificación dominante, uno se se siente reconfortado al observar que hay quienes piensan y razonan de manera diferente, lanzando a los cuatro vientos ideas y reflexiones que incitan a la esperanza y a la confianza en la política sensible con los problemas de la sociedad. Quienes cuestionan los planteamientos alternativos dicen que son antiguallas, algo trasnochado, cuando lo cierto es que lo realmente obsoleto y caduco no son otra cosa que esas proclamas archisabidas y fracasadas que se amparan en la lógica del engaño, del sesgo informativo, de la especulación financiera, del enriquecimiento ilícito y del "sálvese quien pueda" que tantas humillaciones, fracasos y desigualdades ha aportado a la mayoría de la sociedad. 


Bienvenidas sean, pues, las reflexiones aportadas por Tarso Genro en la intervención efectuada en el Seminario Internacional sobre Cooperación Iberoamericana y Desarrollo, organizado recientemente en Madrid por la Fundación Alternativas y al que he tenido la satisfacción de asistir. Aconsejo seguir la trayectoria política de Genro, porque lo convierte en uno de los personajes - de pensamiento y acción - más interesantes de nuestra época. Fue alcalde de la ciudad brasileña de Porto Alegre, donde promovió una política local innovadora, basada en el principio de la justicia distributiva y en la consideración de la participación ciudadana como uno de sus ejes esenciales de actuación. Su participación en el gobierno de Lula da Silva como Ministro de Educación se saldó con realizaciones destacadas en el campo la dotación educativa para las poblaciones marginales, la promoción de las Escuelas Técnicas Federales y la puesta en marcha de relevantes proyectos en el ámbito de las Universidades públicas. 

Las ideas vertidas en el Seminario de Madrid merecen ser tenidas en cuenta. En esencia se centraron en una idea principal: "la recuperación de la función pública del Estado" frente a las tendencias que, en el contexto de la crisis, intensifican el agravamiento de las desigualdades, infrautilizan la capacidad formativa de las personas y relegan a muchas de ellas a la marginalidad y a la pobreza. Reivindicar la defensa de los principios éticos como algo inherente al ejercicio de la política, apoyar los mecanismos de participación de la ciudadanía como uno de los pilares de la toma de decisiones, luchar contra los movimientos especulativos y entender que la solidaridad forma parte indisociable de la política de desarrollo son algunas de las directrices en las que ha de sustentarse la dignificación de la política, sumida actualmente en el lodazal del descrédito a que la conducen las prácticas que, arropadas en la banalidad programática y en el discurso de la resignación, la encaminan precisamente en el sentido contrario, con todo lo que ello implica en la degradación de la democracia y el auge de los movimientos excluyentes y atrozmente reaccionarios. 
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