26 de marzo de 2010

Algo falla cuando el insulto y la agresión prevalecen sobre el diálogo



Carlos Berzosa Alonso-Martínez es un economista prestigioso, que ha realizado a lo largo de su vida profesional interesantísimas aportaciones sobre la Economía internacional, entre ellas un excelente estudio sobre el subdesarrollo en colaboración con ese ejemplo de honestidad personal e intelectual que es José Luis Sampedro, maestro de lo mejorcito de la economía internacional investigada en España, novelista de éxito y provecto personaje que suscita tanta admiración como reconocimiento.

Berzosa consiguió, al fin, tras un segundo intento, ser elegido Rector de la Universidad Complutense de Madrid, la de mayor tamaño en profesores, alumnos y presupuesto de España, poniendo término a una etapa sombría de la Complutense que bajo el mandato del inepto Gustavo Villapalos y quien le sucedió se caracterizó por la mala gestión, el sectarismo y la mediocridad. No es, desde luego, una Universidad cómoda pero no cabe duda que Berzosa ha hecho ingentes esfuerzos por recuperar su prestigio, acreditarla en el mundo, sanearla financieramente y desarrollar en ella un ambiente de diálogo, de comunicación y de transparencia que resulta admirable o, por lo menos, digno de consideración.

La grave afrenta sufrida el dia 24 de Marzo de 2010 no puede ser minimizada.

¿Qué ha pasado para que a un hombre así se le insulte, se le zarandee, se le escupa en uno de los actos de vandalismo universitario más lamentables de cuantos han sucedido en España en los últimos años? ¿qué reflexiones, qué argumentos pueden aflorar en la mente de unos jóvenes aparentemente bien formados, pretendidamente cultos, en su mayoría quizá inteligentes para que de pronto se lancen en tromba, como una feroz marabunta contra el Rector elegido, un hombre ya sexagenario, y le humillen hasta el extremo de tener que refugiarse como si de un delincuente se tratara?

Jamás podrá haber excusas para que ese tipo de salvajadas sucedan. Parece ser que el motivo es el intento de evitar la segregación por sexos en los Colegios Mayores de la Complutense, haciéndolos mixtos, sintonizando así con una tendencia mayoritaria en ese tipo de Centros y que además responde al cumplimiento de los principios de igualdad de género tan preconizados en nuestra sociedad y en las leyes. Más allá de la relevancia mayor o menor de la causa, el mero hecho de que ocurra una cosa así pone en evidencia que algo grave está ocurriendo en la realidad social y cultural española.

Me resisto a hacer diagnósticos o a presumir motivaciones que sólo un riguroso análisis sociológico podría desentrañar. Pero la simple percepción de que este tipo de agresiones puedan suceder en un entorno donde existen numerosos espacios para el diálogo, el debate, la confrontación de ideas y la búsqueda de consensos lleva a la conclusión de que algo se está haciendo mal para que, ante la simple presencia de la persona que representa una idea o defiende una postura sin agredir a nadie (y no me refiero solo a Berzosa sino a los políticos que, invitados a intervenir en la Universidad, son abucheados hasta impedirles hablar), el ambiente donde debiera prevalecer el respeto a la diferencia se convierta en una turbamulta enfurecida, que sólo sabe del insulto, la amenaza o la embestida más miserable.


16 de marzo de 2010

¿Hay que votar la Constitución cada treinta años?


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Acabo de conocer un argumento político que me ha sorprendido. Lo plantea un periodista llamado Manuel Rico en la edición de Público del domingo 14 de marzo de 2010, en su página 4. Lo titula "Ya somos 30.956.113", es decir, el número de españoles que no han votado la Constitución que se aprobó en referéndum en 1978, bien porque no habían nacido o no tenían aún los 18 años que les permitían acudir a los urnas. Son mayoría numérica en la población española por una razón tan obvia e inexorable como es el simple paso del tiempo. Desde entonces España, como la mayor parte de los paises del mundo, ha cambiado y nosotros con ella.

Ese es el argumento que utiliza el periodista para afirmar que, puesto que actualmente son mayoría los ciudadanos que no aprobaron la Constitución - que, por cierto es la más duradera de cuantas han existido en la Historia de España y la que mayor estabilidad ha procurado a un pais de pasado político tan convulso – procede someterla de nuevo a referéndum, ya que es razonable que ese número de ciudadanos no se sientan identificados o simplemente a gusto con el modelo de convivencia y organización política que aquella Constitución estableció. ¿Cómo, se pregunta, esos españoles pueden apoyar a la monarquía si no la votaron? o, abundando más en la idea, insiste: ¿alguien en su sano juicio piensa de verdad que una monarquía de pensionistas (sic) mantendrá un atisbo de legitimidad? ¡ Pobres pensionistas, encima esto! Si es que no ganan para disgustos y recriminaciones.

Se puede estar de acuerdo o no con la monarquia, considerar que adolece de falta de transparencia o de defectos reprochables; también es respetable la disconformidad con los derechos u otras cuestiones procedimentales reconocidos en el Texto o con su controvertido Titulo VIII, que estructura el modelo autonómico, pero lo que resulta sorprendente es el argumento de fondo, que cualquier historiador, constitucionalista o simple ciudadano con sentido común consideraría un disparate. ¿Alguien se imagina que en Estados Unidos, cuya Constitución data de 1787, o en Francia, que se ordena por la de 1958, se considerara ilegítima la forma del Estado porque los que hoy viven en esos países no la hayan votado? ¿Qué estabilidad podría tener un Estado si su ordenamiento jurídico básico dependiera de la evolución generacional? Plantear así las cosas en España no es tanto una temeridad como un absurdo y un error producto de la ignorancia histórica.
La Constitución española prevé mecanismos de modificación y reforma, que dependen de la voluntad política del Gobierno y, en última instancia del Parlamento. Es un sistema organizado y que, con todos sus defectos, funciona y ha hecho posible, como dije antes, el periodo de mayor estabilidad que España ha tenido en los dos últimos siglos. Tomar como pretexto la impopularidad de la monarquía para desautorizar la legitimidad del texto constitucional es, en mi opinión, una “boutade” peligrosamente demagógica. De todos modos, someto el tema a su consideración.

(No he conseguido el enlace con el artículo de marras. Pueden leerlo en la edición en pdf de dicho diario http://www.publico.es)

14 de marzo de 2010

Atención y desatención hacia el discurso político



A la hora de la verdad, sus palabras no suscitan la atención que debieran o que ellos desearían merecer. Son importantes, tienen poder, sus decisiones cuentan, pero, cuando hablan o escriben, las gentes miran para otro lado o pasan página. Me refiero a la voz y a la letra de los políticos, a sus mensajes, artículos y entrevistas. O, al menos, de una parte muy significativa. Los que hacen la prensa y manejan los medios se desviven por tenerlos entre sus conquistas. Cualquier primicia, cualquier comentario que salga de su voz cotiza caro y no hay tiempo que sobre cuando de recogerlos y transmitirlos se trata. Son las estrellas de las ruedas de prensa.

Cuántas veces - lo he vivido personalmente - en mesas redondas o debates varios compartidos con políticos alzados en la misma tarima, el ninguneo de que éramos víctimas los que estábamos allí sin más representación que la nuestra contrastaba con la preferencia y el sesgo privilegiado de que gozaban los que se batían el cobre bajo las siglas de un partido y sobre todo cuando alguna cuota de poder ostentaban. No importa el rango: concejal, alcalde, consejero autonómico, director general…. lo que fuera. Bastaba el pedigrí que da el poder para polarizar miradas, atención, micrófonos, libreta, grabadora, cámara…. El mundo mediático a sus pies.

Y, sin embargo, comprobaciones demoscópicas, registros de audiencia en radio y televisión, referencias de consulta en las ediciones digitales y comentarios en la prensa ponen en evidencia que el discurso de quienes ejercen la política es atendido de forma parcial, a ratos, cuando no se sume en la más absoluta indiferencia. Pocas veces las reflexiones de un político en los medios dan lugar a cartas al director, argumentos complementarios o puntualizaciones con sentido crítico. Cuando el texto va firmado por el dirigente de un partido, los registros de consulta en Internet son excepcionales. Da la impresión de que nada de lo que digan va a merecer la pena. Carlos Boyero escribía ayer que cuando oye hablar a Esperanza Aguirre o José Blanco siente un malestar especial e interrumpe de inmediato la audiencia. Sólo cuando las declaraciones están deliberadamente adobadas con sal gruesa o son provocativas – “habilidad” en la que José María Aznar ha decidido ser experto – la réplica está asegurada, aunque el interés sea flor de un día y pronto se sustituya, hasta la próxima, por el olvido, pues la incidencia de ese tipo de mensajes dura lo que el agua en una cesta. Una vez oí decir a Francisco Urmbral que las palabras de los políticos son como los anuncios de las carreteras: los ves, no te enteras muy bien de lo que dicen, los ignoras y ya no te vuelves a acordar de ellos.

No creo que eso sea bueno, pero ocurre. ¿Y porqué ocurre? ¿Por la desafección hacia los políticos de la que tanto se habla? ¿Por el desengaño? ¿Porque no se considera un discurso autónomo, que permita vislumbrar que hay algo más allá de lo que ya se sabe de antemano? ¿Porque los rostros están ya demasiado vistos y se reproducen en exceso? Quién lo sabe, mas lo cierto es que, cuando el ciudadano vuelve la espalda a la política y a las reflexiones de quienes la ejercen, el concepto de ciudadanía y de responsabilidad pública se debilita sobremanera. Aunque la culpa no creo que sea del ciudadano.

13 de marzo de 2010

En el dia de la despedida a Miguel Delibes


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In Memoriam

A Germán, a Elisa, a sus familias. Con un fuerte abrazo


Valladolid no ha dormido,
ha permanecido en duelo.
Es que Miguel ya se ha ido,
ha emprendido ya su vuelo.
No se dará por vencido,
rechazará el desconsuelo.
Le bastará ver el nido
donde anidan sus anhelos.
La muerte quita la vida,
provoca una gran herida
que nos lleva a la tristeza.
Mas la fuerza y el talento
son las pruebas de grandeza
que jamás se lleva el viento.

12 de marzo de 2010

Los campos de Castilla se visten de luto

MIGUEL DELIBES SETIÉN (1920-2010)

Nunca volveremos a ver su figura erguida, inconfundible, con la mirada siempre alerta, con la sonrisa complaciente y la afabilidad en el rostro, paseando a buen ritmo por las calles de Valladolid. Plaza Mayor, Santiago, Acera de Recoletos, Campo Grande, calle de Gamazo…el rito de todos los dias, hiciese frio o calor. Tampoco le oiremos hablar del Moñigo, del Sr. Cayo, del Bajo, de Mario, de Azarías, de Quirce, de las heladas tardías que sofocan los trigos de esta tierra tan dura como acogedora.

Los campos de Castilla se sentirán huérfanos e incluso las perdices, ahora que empiezan a despuntar, le echarán de menos porque sólo él sabía hablarlas como es debido. En los Montes de Torozos, en los cañones del Rudrón, en las hoces del Ebro, en los páramos de Masa, en los altos de Sedano, que tanto quería, las encinas y las retamas entonarán, al arrullo del viento, esa canción de primavera tan entrañable, aunque pronto en estos lugares se hará el silencio respetuoso que impone una añoranza imperecedera, la sensación de la ausencia incomprendida. Era tranquilo, cordial, pitillo hecho a mano, cuidadoso al extremo con las palabras, muy educado, con esa fina y sutil ironía que aportan la cultura, la sensibilidad y el sentido del humor. Como yo le conocí por primera vez, hace muchos años, paseando junto al lago del Campo Grande vallisoletano. Nada le resultaba indiferente, salvo la vanidad y la intransigencia.

Era de Castilla, de la Castilla que brinda sus colores, sus sonidos, sus mensajes a un mundo que a veces se le escapa. Siempre quiso permanecer leal a Valladolid, aunque los señuelos de fuera querían atraerle a entornos ruidosos que jamás hubiera entendido. No era hombre de pompa y circunstancia. Se sentía a gusto en los talleres de El Norte de Castilla, leyendo el diario, recorriendo las calles sin bullicio, aprendiendo de los demás, a los que enseñó sin parar. Era maestro del lenguaje y vigilante preciso de cuanto a su alrededor sucedía. Defendió la libertad y durante toda la vida fue fiel a sí mismo.



Miguel Delibes Setién, el hombre de los amplios horizontes, el cronista de los personajes humildes, el cantor del paisaje omnipresente, ha fallecido en Valladolid cuando marzo terciaba. Pronto vendrá la primavera, momento mágico que aprovecharán los surcos de Castilla para ofrecerle al unísono el homenaje que tan bien sabrán orquestar los árboles, el cereal y la amapola.

6 de marzo de 2010

El concepto de Bien de Interés Cultural es algo muy serio para utilizarlo indebida y provocativamente

La Alhambra de Granada, esto sí es un Bien de Interés Cultural y Patrimonio de la Humanidad

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Cuando en 1985 se aprobó la Ley del Patrimonio Histórico Español (BOE de 29 de junio de 1985) parecían estar claros los límites, características y requisitos de lo que debe entenderse como tal. Eran tiempos de racionalidad en la interpretación de las leyes y de consenso a la hora de asumir compromisos que otorgaran a las decisiones la seguridad jurídica necesaria.

Según ese texto aparecía bien delimitada la identificación de Patrimonio Histórico, en el que quedaban comprendidos “los inmuebles y objetos muebles de interés artístico, histórico, paleontológico, arqueológico, etnográfico, científico o técnico. También forman parte del mismo - se decía también- el patrimonio documental y bibliográfico, los yacimientos y zonas arqueológicas, así como los sitios naturales, jardines y parques que tengan valor artístico, histórico o antropológico”.

Sólo esas categorías y elementos pueden ser declarados Bienes de Interés Cultural (BIC), de acuerdo con el procedimiento previsto, tanto por parte de la Administración central como de las Comunidades Autónomas, en virtud de sus competencias. Todos los Bienes son materiales, tangibles, ya sean muebles o inmuebles, sujetos a inventario. No corresponde, por tanto, utilizar este concepto para la categoría denominada como “Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI)”, cuya identificación como tal corresponde a la UNESCO, de acuerdo con la tipología y los criterios establecidos al efecto.

Si es bien cierto que entre ellos se contempla la protección de elementos culturales asociados a tradiciones susceptibles de merecer un reconocimiento universal, resulta improcedente hacer uso de ella para respaldar con este rango determinadas tradiciones locales, festividades esporádicas, más o menos solemnes, amén de los jolgorios y juergas de toda laya o las genialidades que se difunden como grandes logros y que no lo son tanto. Para esas situaciones o experiencias, que abundan por doquier y que se arrogan de la tradición más enraizada, existe otro tipo de marchamos y calificaciones (fiesta de interés turístico, por ejemplo, muy utilizadas en España, como ocurre, entre otros casos, con las Fallas de Valencia, los Sanfermines de Pamplona o la Semana Santa de Zamora, reconocidas con el rango de Fiestas de Interés Turístico Nacional, aunque jamás a nadie se le haya ocurrido considerarlas un BIC).

Y es que no está de más un poco de sentido común. Tratar de meter en el mismo saco la Alhambra de Granada, el Acueducto de Segovia o las Catedrales de Burgos y Toledo con las corridas de toros, la tomatina de Buñol, el Toro de la Vega de Tordesillas, el "colacho" de Castrillo de Murcia, el sokamuturra de Bergara o los "carrebous" del sur de Catalunya, por citar algunas actividades que se me ocurren sobre la marcha, pues las hay a cientos, es sencillamente un disparate, una provocación y un insulto al concepto de patrimonio histórico-artístico y cultural, utilizado con fines espurios. Esas manifestaciones, populares o populacheras, son meras festividades, son otra cosa que no entraré a valorar, pero no algo patrimonializable culturalmente por una comunidad seria, exigente y en términos homologados con lo que existe en el mundo. En el colmo del desvarío, los que promueven que la lidia taurina sea Bien de Interés Cultural lo hacen también con la mirada puesta en que sea asumida como algo a proteger por la UNESCO.

Conviene saber que en el mundo están reconocidos hasta la fecha 257  elementos culturales como Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO. Diez de ellos en España: El Misterio de Elche (2008), la Patum de Berga (2008), el silbo gomero (2009), los Tribunales de Regantes del Mediterráneo (2009), el canto de la Sibila de Mallorca, el flamenco, los castells de Tarragona, la dieta mediterránea (2010), la Fiesta de la Virgen de la Salud de Algemesí (Valencia) (2011) y los patios cordobeses (2013). En ningún país figuran como PCI espectáculos con animales, y menos aún maltratados. Sería una aberración.  

4 de marzo de 2010

“Salvemos el Espolón”: cuando los centros históricos quedan abandonados a su suerte


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Cuando los lugares que en algún momento han sido claves en nuestra vida aparecen sumidos en el abandono y la indiferencia, una sensación de nostalgia y frustración se apodera de nosotros. Todos tenemos referencias espaciales que nos resultan tan entrañables, tan próximas, que nunca desaparecerán de la memoria. Por eso, cuando ocasionalmente volvemos a esos espacios, se agolpan en el recuerdo, sin poderlo evitar, experiencias, hechos y situaciones de las que nos sorprendemos que pervivan con tanta frescura y nitidez. Y, aunque las circunstancias de la vida nos hayan encaminado por otros derroteros y hacia otros escenarios, no es extraño que, cuando queremos evocar algo apetecible, el pensamiento nos remita inexorablemente a los lugares donde fraguamos etapas esenciales de la vida. Lugares de la juventud, espacios para el encuentro y el despertar de aquellas emociones que nos llevaron a despertar ante el mundo que nos rodeaba.

Hace tiempo que el Paseo del Espolón de Burgos ha dejado de ser lo que era; manifestación desoladora de un declive anunciado, casi nadie lo frecuenta, el comercio se marchó hace mucho, y no pocos de los edificios, de impresionante factura modernista, que lo flanquean, están en franca decadencia. Una decadencia que no deja de agravarse con el tiempo. Es, sin embargo, uno de los boulevares más emblemáticos de las ciudades españolas, de esos paseos arbolados, de reminiscencias urbanísticas francesas, construidos a finales del siglo XVIII para embellecer las ciudades y establecer ese necesario contrapunto de espacio de ocio adosado a la ciudad medieval. Quienes lo conozcan sabrán de qué estoy hablando.

Paseo de Marceliano Santamaría. Al fondo, el Teatro Principal

No es muy largo, pero su perspectiva, contemplada de un extremo a otro le confiere empaque, amplitud y una placidez gratificante, amparada en los árboles de amplias copas que lo delimitan, uniendo sus ramas en una bóveda tupida de ramaje que en el verano estalla de verdor y crea una de las sensaciones más satisfactorias entre los espacios públicos de esa bella ciudad castellana. Gentes de Madrid, del Pais Vasco, de Catalunya, de Andalucía, de Murcia… lo sabían bien cuando acudían a veranear a Burgos, “donde al frío lo llaman fresco” y donde, al reclamo del Espolón, lograban aliviar la canícula de la que huían para solazarse cabe el Arlanzón. Allí transcurrieron mi adolescencia y juventud, kilómetros de paseo marcaron mis andares de ida y vuelta, una y otra vez, hasta la fatiga, aunque no recuerdo haberme cansado nunca. En fin, no podría entender episodios claves de aquella época, ya lejana, sin traer a colación las conversaciones, los saludos, los flirteos, las esperanzas, todos ellos cobijados bajo la sombra de los “plataneros” del Espolón, con el templete de la música como punto de encuentro y confidente discreto de expectativas imprevisibles.





Acabo de visitar Burgos, fugazmente como suelo hacer desde hace años, y he vuelto a recorrer en solitario y despacio aquel paseo que enlaza el Arco de Santa María y el Teatro Principal, y en el que ya nadie se detiene. De pronto me he topado con una campaña ciudadana que, al grito de “Salvemos el Espolón” ha elaborado un Manifiesto “para terminar con esa imagen de abandono que crece año tras año y para que el Espolón recupere su antiguo su esplendor”. El Manifiesto se dirige a las autoridades locales “para que extremen la protección y el cuidado del Paseo”. Sinceramente deseo que lo consigan, ojalá, pero quizá esta campaña se haya planteado tarde, excesivamente tarde, cuando el olvido ha hecho mella profunda en buena parte de la ciudadanía, cuya reacción está por ver. ¿Qué percepción tiene hoy la mayoría de la sociedad burgalesa de lo que este lugar representa?
Es el sino del centro histórico de muchas ciudades, incapaces de rivalizar con el atractivo, aparente, forzado u objetivo, de otros escenarios que han orientado las preferencias de ocio y consumo de la sociedad sin darse cuenta de que, al abandonarlo, relegan también al olvido una parte sustancial de su memoria colectiva.

Notas: las fotografias fueron realizadas en el verano de 2008
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