28 de septiembre de 2010

La prueba de la honradez: ¿cuántos podrán tirar la primera piedra?



Angel Luna, portavoz socialista en las Cortes Valencianas y contundente fustigador de la actitud de Francisco Camps, que, imputado por cohecho, sigue presidiendo de manera obscena, rayana siempre en el ridículo y vergonzosa, el Gobierno valenciano, ha arrojado una piedra en la sala de plenos del Parlamento autonómico para demostrar que la corrupción no va con él. Respondía así a la frase provocativa del presidente de la Diputación de Alicante, un dirigente del Partido Popular apellidado Ripoll, cuando retó a que "quien estuviera libre de corrupción tirase la primera piedra". Luna ha aceptado el reto. Lo ha hecho simplemente con un pequeño guijarro, que ha simbolizado la sutil línea de separación que separa la corrupción de la honradez. La ética del escándalo. Muchos españoles le acompañarían en este gesto. Sin duda.
Hay mucha gente honesta en nuestro país, personas trabajadoras, silenciosas, respetuosas, que no braman ni insultan en las televisiones, que se acuestan pronto y se levantan temprano, que luchan por su futuro mientras miran con preocupación el de sus hijos, cuyo horizonte es más que sombrío, pues nada saben de recomendaciones, de componendas y de monedas de cambio. Son españoles de a pie, que salen de casa con el alba y no saben muchas veces si su empleo será duradero, si conseguirán liquidar la hipoteca que les quita el sueño, si llegarán a fin de mes.
Son gentes cuya única riqueza consiste en demostrar que tienen una piedra en la mano presta a ser lanzada, dispuestos a arrojarla con timidez para demostrar que la miseria moral de la corrupción, amparada en la terrible percepción de que "todos son iguales", no es una lacra que les afecte. Algún día acabarán por tirar la piedra, que quedará al descubierto. Es su único recurso. La prueba de su credibilidad. Y se amparan en ella mientras contemplan, preocupados, la posibilidad de que, con artimañas y dilaciones, los comportamientos corruptos y las inconcebibles trapisondas desveladas en conversaciones escandalosas queden, al fin, impunes.
Muchos arrojarán la piedra, pero qué será de los que no podrán hacerlo, ¿son más o son menos? That's the question.

24 de septiembre de 2010

La Historia como compromiso social: Josep Fontana analiza la vida y la obra de Jaume Vicens Vives




Nunca se sentará en los sillones del viejo e imponente caserón que en la calle madrileña del León alberga la Real Academia de la Historia pero difícilmente podría entenderse el desarrollo de las historiografías española y europea sin la obra de Josep Fontana, profesor emérito en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Sorprenden su vitalidad y lucidez cuando está a punto de cumplir ochenta años, llama la atención su brillantez expositiva, su argumentación coherente y bien articulada, su reflexión ajena al tópico, al prejuicio o a la banalidad tendenciosa. Aunque no soy historiador, he seguido buena parte de su trayectoria personal y científica así como la impresionante tarea desplegada como editor al frente de la Editorial Crítica, donde el lector podrá encontrar algunas de las referencias bibliográficas más relevantes de cuantas se han publicado en el mundo en los últimos veinte años.



De ninguna manera podía perderme su conferencia sobre Jaume Vicens Vives, organizada por el Instituto de Historia Simancas de la Universidad de Valladolid. La presencia de Fontana para hablar de Vicens Vives, en el año en que se conmemora el centenario de su nacimiento, está por encima de cualquier otro compromiso cuando se tiene muy claro lo mucho que ha significado el historiador nacido en Girona en 1910 y prematuramente fallecido a los cincuenta años, en la modernización tanto de la historia como de la cultura españolas.

“¿Cómo consiguió nuestra generación sobrevivir a la educación que recibió?” Con estas elocuentes palabras inició Fontana su intervención para describir el contexto de dificultades, opresión y miseria intelectual que regía en España en los años cincuenta y que no era sino la expresión del retroceso cultural impuesto por la dictadura franquista, responsable del “atroz desmoche” provocado sobre la intelectualidad, vigorosa y brillante, que pretendió dar nuevo rumbo a las artes, las letras y la ciencia en los años que precedieron a la guerra civil.

En ese contexto, remarcó Fontana, “Vicens era otra cosa”. Era un hombre representativo de la burguesía catalana, sensible a la realidad de su época y con la conciencia muy clara de la necesidad de modificar el modo de hacer historia para de ese modo transformar culturalmente el país y asumir el papel que los hechos históricos, cuando se investigan con rigor y se transmiten con honestidad y solvencia intelectual, desempeñan en la mejora formativa de la sociedad, apoyada en el conocimiento serio del pasado. Y es que si la percepción del valor de la historia nos hace más conscientes de nuestros propios errores y contradicciones, y por ello nos permite superarlos, el historiador sólo puede considerarse como tal cuando entiende la utilidad social de su oficio y llega al convencimiento de que “se puede servir al país a través de la ciencia histórica”.
“Lo que hacemos carece de sentido si no tiene una utilidad social”, escribía Vicens a Fontana en una carta a mediados de los cincuenta, al tiempo que le revelaba la necesidad de abrirse a las corrientes europeas, a las grandes revistas de referencia (como la famosa Annales francesa), al estudio de los siglos XIX y XX, deliberadamente postergados, al conocimiento de la Historia de la Economía, refugio al que se acogieron los historiadores que quedaban excluidos de la historiografía oficial y del control académico ejercido desde el poder, al fortalecimiento de los vínculos con los enfoques territoriales de la Geografía (de ahí la importancia de la Geohistoria), o a la racionalización de los métodos de enseñanza, ("enseñar a la gente a pensar por su cuenta", afirmaba en otra de sus cartas) mediante la publicación de manuales “que enseñaran a pensar”.

Cabe imaginar lo que supondría para Vicens aplicar estos principios en una época en la que la manipulación de la historia al servicio de un ideario de falseamiento y distorsión de los hechos, para la justificación de objetivos espurios, constituía la nota dominante, y con el que se trataba de impregnar las aulas, los manuales, las cátedras universitarias y la labor en general de los enseñantes, forzados a la defensa de lo ética y profesionalmente indefendible.
Luchar contra ese ambiente no fue tarea fácil. De ahí el valor de los intelectuales que trataron de dignificar la Historia que se hacia en España y sobre España en la que sobresalieron muy pocos, aunque de un gran vigor intelectual. Jaume Vicens Vives sería uno de ellos. Y Josep Fontana, que nunca será académico de la Historia, uno de sus discípulos más destacados.

21 de septiembre de 2010

¿Objetivos del Milenio? La esperanza se desvanece en un mundo cada vez más insolidario



Por más que se pretenda evocar el espíritu de lo que supuso hace diez años la Cumbre auspiciada por Naciones Unidas que dio a conocer los encomiables Objetivos del Milenio, sería lamentable que la que ahora se reúne en Nueva York lo haga con el mismo sentimiento de complacencia y confianza expresado entonces. Lejos, muy lejos, están de cumplirse aquellos fines que nos han tenido expectantes y esperanzados a lo largo de una década. Con la mirada puesta en 2015, fecha de referencia para su cumplimiento, son muy pocos, si es que los hay, los que abrigan la ilusión de que al fin será posible un mundo más justo, en el que los esfuerzos realizados para vencer el hambre, la pobreza extrema, las enfermedades endémicas o las gravísimas agresiones sobre el medio ambiente se van a situar en niveles que nos lleven a considerar que, en efecto, nos encaminamos hacia un planeta más cohesionado, en el que la globalización sea planteada en su dimensión más sensible.

Existen muchos motivos que alientan, por desgracia, en contra de esta tendencia. Si en momentos de bonanza económica, los logros han sido muy limitados (tan sólo se han conseguido ligeros avances en la lucha contra la mortalidad infantil y las enfermedades infecciosas, mientras los alcanzados en enseñanza primaria son nulos y la pobreza y el hambre mantienen sus umbrales de catástrofe), no cunde el optimismo cuando esta campaña se afronta en momentos de crisis y de debilitamiento de la voluntad de cooperación a nivel mundial. La ayuda oficial al desarrollo ha descendido sensiblemente – España la ha reducido en 800 millones de euros - como consecuencia de las politicas restrictivas frente a la deuda por parte de los paises desarrollados, mientras la conquista del 0,7 % del PIB se ha postpuesto por aquellos que presumían de avanzar sin reservas en esa dirección. No son frecuentes las voces de los dirigentes decantadas en este sentido.


Con todo, en mi opinión, no es eso lo más grave. Las expectativas se complican y oscurecen en un contexto internacional donde los causantes de la crisis han acabado siendo, a la postre, los beneficiarios de ella. La posición firmemente asumida por la ONU en todo este proceso - la sustitución de Koffi Annam lo ha revelado con creces - declina al compás del fortalecimiento de foros, grupos y acuerdos que soslayan por completo la legislación internacional amparada en el respaldo de la Asamblea General o de la Organización Mundial del Comercio, donde están todos. Pero en los G-8, en los G-20, en Davos y en encuentros del mismo jaez no están todos, ni muchísimos menos. Sólo un grupo de paises y de líderes se concitan para hablar de todo menos de solidaridad. No hay nada que regule estos organismos, pero actúan como si fueran depositarios de la mayor de las garantías jurídicas.
Que se sepa, de ninguno de ellos, carentes de la legitimidad de la ONU, han salido declaraciones sensibles con el compromiso contraido hace diez años, e incluso algunos de sus buenos propósitos han quedado simplemente en papel mojado. Se habló de refundar el capitalismo, de poner coto a los paraísos fiscales, de fiscalizar las transacciones especulativas, de demostrar, en fin, que se había aprendido la lección que llevó al desastre en el verano de 2007. ¿En qué han quedado tales intenciones? ¿Alguien ha oido hablar de nuevo de disciplina y supervisión? Todo parece indicar que la voz cantante no está ya en manos de los Estados soberanos, representados en Naciones Unidas, sino en la capacidad de maniobra de quienes, por paradójico que parezca, propiciaron el desaguisado que nos ha llevado donde estamos.

Sorprendido, leo que el Sr. Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España, y tras mostrarse solícito con el soberano marroquí, va a protagonizar “una ofensiva económica” en Nueva York. No lo hará sólo en la Asamblea General, como procede, sino en una reunión con lo más granado de las finanzas mundiales. Nada menos que un encuentro con los trece bancos y fondos de inversión que integran los más importantes del mundo por el volumen de fondos que manejan. He visto la relación y no está convocado nadie del mundo empresarial con vocación productiva, creadora de riqueza y de empleo, sino representantes conspicuos del capitalismo financiero puro y duro. De eso que eufemísticamente se conoce como "los mercados". "Intermediarios de inversiones", para ser más precisos, se les llama también. Allí estarán, entre otros, los consejeros delegados de Citigroup, Prudencial, Blackrock, Paulson & Co., Bridgewater Associates, Goldman Sachs, Metlife, el presidente de Soros y el director de mercados de deuda pública de TIIA Cref. Vean las páginas web de esas instituciones y sabrán lo que es bueno.
Llegarán ustedes quizá a la misma conclusión que yo: recabando su atención, los gobiernos rinden pleitesía a quienes no ha mucho se consideraba responsables del crack que nos afecta, mientras hoy, en cambio, aparecen como referencias victoriosas a los que consultar. Es tremendo: que, aprovechando la Cumbre que debiera reflexionar autocríticamente sobre lo que se ha hecho en estos diez años con los Objetivos incumplidos, se polarice la atención en torno a lo que hacen o pretendan hacer los principales artífices de los problemas que aquejan al mundo, no deja de ser una visión dolorosa y muy decepcionante de lo que está ocurriendo. Pues dudo de que haya advertencias severas o recriminaciones que reorienten sobre los comportamientos ya conocidos.
Es simplemente, me atrevo a aventurar, una manifestación más de hasta qué punto en estos tiempos de rechazo al diferente y de emergencia de la xenofobia, a la par que de concentración escandalosa de la riqueza y de puesta en revisión de lo público, los que mandan en el mundo con el apoyo de sus pueblos ceden soberanía a los que entienden que la injusticia y la desigualdad en el mundo son inevitables.

19 de septiembre de 2010

Hasta siempre, José Antonio Labordeta

Hace una semana recordaba aqui la figura de José Antonio Labordeta. Nada más tengo que añadir a lo que dije entonces. Ha fallecido en Zaragoza el domingo 19 de septiembre de 2010. Mis condolencias más sentidas al pueblo aragonés al tiempo que me sumo a la pena de los españoles que le admirábamos. Lo siento mucho. Echaremos de menos su voz y su mirada, sus palabras de ánimo y esperanza, su imagen de dignidad, coherencia y bonhomía. Su Canto a la Libertad nos acompañará siempre. Siempre.





Se le ha concedido, a título póstumo, la Medalla de Aragón. La pregunta surge de inmediato: ¿no había hecho méritos suficientes para recibirla en vida? Labordeta siempre pasó de medallas, pero sin duda ésta le hubiera complacido. No la cogerá en sus manos, no captará su significado. Ay, esa política, esos políticos que desconocen la oportunidad del tiempo.

18 de septiembre de 2010

¿Estamos ante una Generación Perdida?



Cuando se estigmatiza negativamente a una generación entera, quien lo hace debe asumir el riesgo y, sobre todo, la responsabilidad que corre. Seguramente no le pasará nada si se trata de personalidad relevante, con poderosa proyección mediática y amplias audiencias que, en el poder y sus aledaños, siguen fielmente sus presumiblemente bien ponderadas reflexiones. Rara vez le discuten. Los oráculos de los que forma parte atenderán con ojos y oídos bien abiertos cuanto proclama, pues reconocida es su autoridad en todas las materias que bajo su égida funcionan. Diriase que es el único que goza del don de la infalibilidad, ahora que el Papa de Roma ha perdido buena parte del caudal de confianza que antaño tuvo.

Dominique Strauss-Kahn es un político francés, de adscripción socialdemócrata, que ostenta la presidencia del Fondo Monetario Internacional. No es un hombre público cualquiera sino el rostro y la voz autorizadas de uno de los organismos más importantes del mundo, el garante de la ortodoxia capitalista en su versión más drástica y selectiva. Los gobiernos del mundo, y especialmente los latinoamericanos, saben bien de qué estoy hablando. Bastaría comentar con un argentino serio su opinión sobre el FMI para tener idea de cómo se las gasta el Fondo cuando tiene a su merced administraciones – como la de aquel fantoche y corrompido Carlos Menem - que le rinden pleitesía hasta el ridículo.

Lo que acaba de afirmar Straush-Kanh no puede ser pasado por alto. Sin ambages ni medias tintas - Forges lo recoge bien en su viñeta - ha dicho que estamos, o estamos a punto de hacerlo, ante una Generación Perdida. Se refiere a la juventud que en estos momentos, y en los que se avecinan, pugna por hacerse un hueco, un pequeño hueco a ser posible, en el mundo organizado de la producción y del trabajo. Nunca se habia utilizado este término con tal rotundidad. Hablábamos de mileuristas, de JASP (Jovenes Aunque Sobradamente Preparados) mal pagados, de contratos basura, de explotación de la inteligencia. Pero el concepto de “pérdida” es algo que cuesta muchísimo asumir. Cuesta entender que de pronto se intente justificar la relegación del sector más dinámico de la sociedad, aquel que se esfuerza por salir adelante, aquél en función del cual se ha diseñado un sistema educativo precisamente orientado a facilitar su inserción, con todas las garantías y solvencia necesarias, en el mercado de trabajo. Cuesta también entender qué papel ocupamos en este escenario los que asumimos responsabilidades a la hora de transmitir la formación que capacite para el ejercicio de actividades profesionales sumidas en la incertidumbre. ¿En qué se están convirtiendo los Centros de Enseñanza? ¿En qué las Universidades?

Triste sino el de un modelo de crecimiento y organización social que confina a la juventud al limbo de la desesperanza, al terreno indefinido del “sálvese quien pueda” con la conciencia de que el espacio disponible es mínimo y resignado a aceptar que su decidida adecuación a la lógica de la competitividad, que rara vez cuestiona, facilita el que sea reconocido como algo indispensable para la propia solidez del sistema. Por el contrario, el sistema prescinde de él ante la indiferencia o la resignación de quienes, desde los poderes públicos, se muestran silenciosos y con la mirada perdida gesticulan para no decir nada o callar aceptando que la pérdida es inexorable. Que yo sepa, y procuro seguir el tema, ninguno de los líderes del G20 o de los grupos que se reunen con más parafernalia que resultados (lamentable el último sarao del Consejo Europeo con el tema de los gitanos rumanos expulsados por el gobierno francés), ha dicho nada respecto a la aseveración rotunda del Sr. Strauss-Kahn.

Sólo de cuando en cuando los jóvenes claman por su futuro. Con brillantez y fuerza lo ha hecho Diana Díaz Jiménez, desde Cáceres. Su Carta al Director ejemplifica el alcance social y la hondura personal de la tragedia. Creo que es una excelente reflexión, un testimonio de primera mano que conviene conocer.

16 de septiembre de 2010

Mensajes en la calle (29): Simplemente la barbarie



Las imágenes lo dicen todo. Sobran las palabras. La mirada se detiene, sobrecogida, ante el “espectáculo” y enseguida comprende que no da más de sí. Es inútil encontrar una justificación racional a tamaña aberración. Por mucho que se intente, nada de valioso e interesante transmiten los testimonios de un suceso que hace tiempo ocupa las páginas más sombrías de la España sórdida y violenta, que muchos quisiéramos que desaparecieran para siempre. Demasiada violencia hemos vivido en nuestra historia para soportar que la saña despiadada continué vigente en la pupila de cuantos sienten que el país sería mejor sin torturas, sin alaridos, sin mensajes que sólo transmiten la satisfacción que les aporta la muerte ensangrentada de un ser indefenso.

Conozco Tordesillas como la palma de la mano y en cierto modo se ha convertido, de origen urbano como soy, en el pueblo que nunca tuve. Debo abstraerme de los muchos tordesillanos que conozco cuando los veo bramar camino de la vega del Duero para disfrutar de lo más absurdo y agresivo que imaginarse pueda. Los que en ese hermoso pueblo, que los hay, abominan de tal salvajada, salen de estampida de la villa o se refugian en sus casas, con las ventanas cerradas, a la espera de que pase el frenesí irracional que se apodera de la Ciudad del Tratado en el segundo martes de septiembre, cuando son muy pocos los que se detienen a pensar en lo que hacen.

Mejor que se callen los que tratan de justificar lo injustificable. Piden respeto para las tradiciones, como ellos dicen respetar a los que rechazan el ejercicio macabro y siniestro en que se ha convertido el Toro de la Vega. “No nos entienden”, afirma el bravío mozo que se ha hecho con el trofeo, dando satisfacción al “mayor deseo” de su vida. “Que se jodan”, ratifica la muchachada que se agolpa en El Foraño cuando la vorágine de polvo y sangre ha terminado. Actitudes de indiferencia y desprecio hacia el que cuestiona la cosa, que a los pocos dias se olvidan o matizan porque son numerosos los que en su fuero interno, y yo lo sé, piensan que matar al toro de esa forma sólo es sinónimo de brutalidad.
No siempre ha sido así, pues a mediados de los sesenta se trataba de un mero encierro. La llamada "tradición" se rescató porque se reclamaba violenta. Y es que nada de “romance de valentía”, como cantaba la copla, hay en la hazaña de ensartar reiteradamente a un toro hasta la muerte con una lanza cuya longitud, rematada por un acero que asusta, pone a salvo cualquier percance para quien la esgrime con el deseo de hacer daño mortal, clavando varias veces hasta que el animal se desvanece para ser apuntillado. ¿Dónde está el mérito? ¿Dónde la bravura del individuo? No hay valentía, en efecto, sino crueldad, ensañamiento e incultura.


Menudo panorama el mío. Mi vida transcurre entre Valladolid y Tordesillas. La primera ha sido declarada “Ciudad Taurina” no por consulta ciudadana sino por votación mayoritaria del grupo político gobernante en el Ayuntamiento. Por cachavas. Y no cuando el Parlamento canario prohibió las corridas de toros en 1991, sino cuando lo ha hecho el catalán. La segunda ha acabado simbolizada en el mundo no por la figura de Juana de Castilla y el Tratado que dividió las tierras descubiertas al otro lado del Atlántico en 1504 sino por la tragedia del toro destrozado sin piedad con lanzas agudas a la orilla del Duero. ¿Qué hacer en estas circunstancias? Nada distinto a lo que hago. Disfrutar de lo bueno que ambas ciudades tienen, haciendo por completo caso omiso a cualquier referencia o experiencia que las asocie a la tortura y muerte de animales tan bellos.

Las fotografías proceden del reportaje publicado por "El Norte de Castilla" en su edición del 15 de septiembre de 2010

12 de septiembre de 2010

Admirable José Antonio Labordeta


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Hace unos días, y tras algún tiempo de silencio sobre su persona, apareció en los medios la imagen de José Antonio Labordeta con motivo de la entrega en su domicilio de una condecoración – la Cruz de Alfonso X el Sabio – otorgada por el Gobierno en función de sus aportaciones a la cultura, a la educación y al entendimiento entre los pueblos. Sin embargo, su figura no era ya aquella a la que nos ha tenido acostumbrados a lo largo de muchos años. Se le veía gravemente enfermo, con dificultades para moverse, casi inexpresivo, con la voz entrecortada y apenas balbuciente cuando se limitó a agradecer el reconocimiento ante el ministro de Educación, responsable de la entrega de los símbolos que acreditan el galardón recibido, y el presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Aragón que le acompañaba.

La escena me retrajo la memoria a años atrás cuando descubrí las canciones de Labordeta, que he disfrutado siempre y que me han acompañado y estimulado en multitud de ocasiones. Particularmente en mis viajes. La primera vez que le oi fue descendiendo por carretera, en un inestable y renqueante Seat 127, las arriesgadas cuestas de Ragudo, con su antiguo trazado, en el trayecto que va de Teruel al Mediterráneo. Había comprado poco antes una cassete de audio en una tienda de Albarracín, donde me recomendaron la escucha del personaje. Corría, lo recuerdo bien, el año 1979. Era verano y nuestro destino, las playas de Alcocéber (así se llamaba entonces esa villa castellonense). Nunca he entendido mis recorridos por Aragón, desde el Pirineo hasta el Maestrazgo, desde el Moncayo a Fraga, sin la voz potente y rotunda de José Antonio Labordeta. Poco a poco me he ido haciendo con su discografía y, casi sin darme cuenta, he aprendido gran parte de sus canciones que me sé de memoria y tarareo cuando me apetece.
Y alguna experiencia he tenido de ello. En el verano de 1999, en el dia del eclipse ocurrido a comienzos de agosto, mi mujer y yo recorriamos, con la calma y la curiosidad debidas, las tierras de la vega del río Matarraña en la provincia turolense, para llegar al atardecer a Valderrobres, pueblo espectacular cuya visita recomiendo encarecidamente. Mientras paseábamos por la antigua villa episcopal, de un bar salían, nítidos y elocuentes, los sones de una canción de Labordeta, que la parroquia entonaba con especial pasión. Se trataba de “Cantes de la Tierra Adentro”, de aquella que dice “Somos de la tierra adentro / somos de la piedra y cal/ somos de la ontina rota/ del viento y la soledad/ somos gentes que no piden/ y que tampoco le dan”. Animados y conocedores de la letra (aunque con algunos paréntesis), nos incorporamos de inmediato al coro de paisanos que entonaban, con mayor seriedad que regocijo, esa melodía, que rezuma rabia, reivindicación y una enorme dosis de sensibilidad.
Fue una experiencia muy grata y memorable, que traigo hoy aquí en homenaje al artista que se va, al profesor respetado y convincente, al político que se ha retirado con dignidad y con el aplauso de sus compañeros aunque con un cierto desencanto de la política, al viajero incansable y animoso, al baturro irreductible y socarrón, al hombre que cantó a Aragón con la mirada puesta en España y en el mundo y, sobre todo, al intelectual honesto, sencillo, coherente y comprometido con su tiempo y con su espacio. Pocas personas me suscitan en la España actual tanta admiración como José Antonio Labordeta. Le deseo, sinceramente y con todo afecto, ahora que sufre, lo mejor. Se lo deseo a ese representante de los “árboles indómitos” a los que con tanto acierto cantó, como lo testimonia este video. Estoy seguro que Luis Antonio, de sólidas raices turolenses e interesante compañero de la blogosfera, comparte tales ideas.



6 de septiembre de 2010

De visita en Iria Flavia: soledad, silencio y ausencias en torno a Camilo José Cela

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He vuelto, después de muchos años, a la villa coruñesa de Padrón. Y lo he hecho, en principio, para evocar aquella tarde de abril de mediados de los setenta cuando en compañía de mi maestro, Jesús García Fernández, y de algunos compañeros de fatigas nos detuvimos en ella para resguardarnos de un día muy desapacible, de fuerte lluvia y rabiosa ventolera, encontrándonos de pronto frente a la estatua que se yergue al fondo de un bello paseo junto al Sar, que llaman del Espolón, erigida a la excelente poeta Rosalía de Castro (“A nosa Rosalia”) por los “padroneses do Uruguay”. Aquella imagen me quedó grabada para siempre tanto como la conversación que, a propósito de la dedicatoria, mantuvimos esa tarde sobre la importancia de la emigración de los gallegos a América, mientras procurábamos vencer el frío en torno a una placentera infusión en una cafetería que todavía existe.


Padrón ha cambiado mucho, pero aún conserva ese encanto especial de las ciudades gallegas que han permanecido fieles, al menos en sus centros históricos, a las edificaciones y a las plazas que han marcado su personalidad (¿cómo no recordar el paseo por la Pontevedra histórica?) Sin embargo, en esta ocasión no se ha tratado de un viaje profesional, sino de una visita orientada- en ese afán que mantengo para conocer de vez en cuando cómo han ido evolucionando los pueblos y los paisajes de España - al llamado “turismo literario”, que tanta profusión ha adquirido, aunque no siempre ofrezca la calidad deseable. Por eso, y al estar a tiro de piedra de la villa, Maria Antonia y yo decidimos conocer in situ el lugar donde radica la Fundación creada para perpetuar la memoria de Camilo José Cela Trulock, natural de Padrón y Premio Nobel de Literatura 1989.

Es un espacio singular, que impresiona por su magnitud y por su espectacularidad. Mucho dinero ha sido invertido, en efecto, en la compra y rehabilitación de las casas “de los canónigos” que en una sucesión de edificaciones a lo largo de la carretera configuran un recinto diseñado para enaltecer la figura de Cela a partir del ingente caudal de testimonios acumulados, en función de su obra, a lo largo de la vida. Frente al cementerio donde el escritor reposa, bajo un bello olivo, en una tumba sin flores (que, en cambio, sí embellecen las de alrededor) se abre, franqueada la carretera, el conjunto de instalaciones acondicionadas con ese fin.



La afabilidad de los anfitriones (un amable conserje y una guía tan culta como solícita) invita al recorrido por las diferentes estancias, organizadas de manera secuencial y temática. El inventario de los elementos allí recogidos debe ser inmenso: ediciones de sus obras (impresionante el número de las realizadas sobre La familia de Pascual Duarte), honores recibidos, diplomas de todo tipo, referencias de prensa… y un impresionante epistolario, en el que se clasifican más de 90.000 cartas, cuidadosamente ordenadas por orden alfabético para que quien lo desee pueda investigar aprovechando tan copioso y valioso bagaje documental.



No obstante, tanta densidad de bienes y recursos no se ve correspondida por la atención y el interés de la gente. Sólo cuatro personas en hora punta de una tarde de agosto formamos la expedición de que constó la visita guiada. Una vez asumida la magnificencia y megalomanía del conjunto, impera de inmediato la sensación de soledad, de vacío humano, de silencio….seguramente motivados por el desinterés que suscita. Incomoda la falta de vida en ese entorno concebido a mayor gloria de quien presumía de desaforado vitalismo. Todo ese acondicionamiento, costoso y abrumador, debe servir de poco cuando se observa la llamativa infrautilización de las instalaciones, totalmente desmesuradas para el uso que parecen tener. No hay alusiones a un programa de actividades que justifique el enorme salón de actos, que haría las delicias de muchos lugares y centros culturales en España; tampoco se destacan las referencias sobre los patronos que integran la Fundación, y a quienes se destina en teoría una sala de reuniones de gran empaque que rezuma, empero, soledad y muy poca frecuentación.

¿Y qué decir de las ausencias? No hay alusión alguna a quien durante años fue la esposa de Cela, Rosario Conde, que tanto le ayudó cuando empezó a darse a conocer, y a su hijo, de nombre Camilo y prestigioso profesor de Literatura en la Universidad de las Islas Baleares. Ni tampoco a su nieta. Como si no hubieran existido en una vida cuajada de experiencias y relaciones personales sin cuento, de las que se informa selectivamente como dando la impresión de que, a su muerte, la imagen de Cela queda mediatizada por la discriminación impuesta entre afines y desafectos. Al final del recorrido, que se reconoce con el obsequio de un libro, uno tiene la sensación de que, parafraseando aquella novela de García Márquez, Don Camilo José Cela no tiene quien le visite. Alguien, en cuya forma de gestionar las cosas confluyen el resentimiento con la mediocridad, se ha debido encargar de que, al final, tan impresionante legado haya quedado, al fin, sumido en la indiferencia.


La situación crítica por la que atraviesa la Fundación ha llevado a solicitar ayuda a la Xunta de Galicia, dispuesta a ofrecerla a cambio de llevar parte de los fondos a Santiago de Compostela. La sociedad padronesa no está de acuerdo, por lo que se ve, con que eso ocurra.

Ya que lo que sucede no es por desconocimiento de su figura, sino simplemente por desdén, máxime cuando en la misma ciudad la casa donde vivió Rosalía de Castro es objeto de significativa atención. Ese mismo día, una hora más tarde, la modesta vivienda donde “A nosa Rosalía” pasó varios años de su vida era visitada, las conté ex profeso, por 52 personas. Pero de eso ya hablaré otro día.

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