11 de enero de 2014

La difícil situación del patrimonio artístico en España: el silencio ante el expolio

La crisis ha acabado por anular muchos de los debates relacionados con aspectos esenciales de la vida del país. Cuando los servicios básicos, de los que depende la calidad de vida de los ciudadanos, se deterioran de manera que a muchos se antoja irreversible, cuando las situaciones de desempleo se agravan hasta derivar en los estigmas de la pobreza y de la indefensión  ante el riesgo, cuando los esfuerzos han de ser encauzados en pos de la supervivencia... ¿qué lugar ocupa entre las prioridades ciudadanas los momentos difíciles por los que atraviesa la preservación del patrimonio cultural?  


Sería interesante conocer la postura que desde la opinión pública e institucional se adopta ante lo que se ha venido en llamar la existencia de una evasión incontrolada de bienes culturales de excepcional valor, pues no en vano estamos asistiendo a la pérdida o desposesión de elementos significativos de la riqueza artística que sufren las consecuencias de una insensibilidad clamorosa hacia los comportamientos, acciones u operaciones que proceden a su liquidación a través de la tupida red de intereses construidos en torno al mercado del arte, frente a los cuales los poderes públicos, lejos de intervenir, adoptan la posición del que nada tiene que ver con el control de los procedimientos utilizados. Lamentablemente esa ha sido una constante en la historia del patrimonio artístico español, en la que han estado omnipresentes la mano y el bolsillo de conspicuos historiadores del arte y de políticos "muy orgullosos" de su país. 

Se ha hablado de la necesidad de poner en vigor una normativa que evite la fuga de obras de arte, en vez de mantener una permisividad que constituye un óptimo caldo de cultivo para las maniobras de la mercantilización especulativa. Procuro hacer memoria y no recuerdo ninguna intervención en este sentido de los responsables culturales de las diferentes administraciones españolas. Confortados con el oropel que ocasionalmente procuran los eventos periódicamente organizados a mayor gloria de determinados bienes patrimoniales, muy custodiados ahora por sus titulares,  que se utilizan como reclamo turístico y altamente celebrado por el gremio de las mesas y los manteles, sería cínico admitir que con esa basta cuando el día nos ofrece manifestaciones escandalosas del "expolio silencioso".  

5 de enero de 2014

Están libres, sí, pero siempre serán los rostros de la muerte



La justicia ha hecho justicia y la ley ha prevalecido como debe ser en un Estado de Derecho. Han salido de prisión antes de lo que se preveía, precisamente porque la aplicación de las penas no admitía la retroactividad de una sentencia promulgada después de que fuesen condenados en función de la ley vigente cuando eso ocurrió. Están en la calle, sus edades les sitúan en el tramo provecto de la vida, seguramente su bienestar estará condicionada por las dificultades para insertarse en el mercado laboral, lo que les ubicará en la marginalidad o, en todo caso, les convertirá en beneficiarios de la complicidad solidaria de quienes les mantengan sin dar palo al agua, entre otras razones porque, amén de la crisis que tanta mella hace en  el empleo, sus competencias profesionales dejarán mucho que desear. Poco importa su futuro pero sí importa volver a contemplar sus rostros. 

Muchos han protestado por el acto celebrado en la villa vizcaina de Durango, cuando se han reunido para leer unos comunicados unidireccionales, que no han admitido réplica sobre lo que piensan de la situación actual de la banda, de sus expectativas y de lo que van a hacer en el futuro. Incapaces de pedir perdón, su discurso ha puesto en evidencia, sin embargo, el reconocimiento de su derrota, al reconocer explícitamente el dolor causado y la legalidad penitenciaria. Ha primado el Estado de Derecho frente a la barbarie y la irracionalidad. 

Cuando veía sus rostros adustos, expresando una pretendida gravedad que no hace si no demostrar la erosión implacable del tiempo, recordaba a la vez las caras de Francisco Tomás y Valiente, de Gregorio Ordóñez, de Ernest Lluch, de Manuel Broseta, de Miguel Angel Blanco, de Isaías Carrasco y de tantas y tantas otras personas -  militares, policías y civiles hasta aproximarse al millar - cuyas imágenes solo perviven en la memoria, que también nos sirve para evocar con pesar las de aquellos que quedaron gravemente lesionados de por vida. Que no se olviden los rostros ni de los unos ni de los otros. La imagen de la dignidad de los que perdieron la vida o fueron heridos a manos de criminales sin escrúpulos marca el contrapunto de los que ahora han vuelto a ocupar las calles y las plazas de Euskadi sin haber conseguido ninguno de sus propósitos. Algunos les jalearán sin duda, pero a medida que el tiempo pase, se convertirán en seres incómodos e irrelevantes. Tanta muerte para nada, tanto dolor sin reparación posible. Qué bien lo explicaba José María Calleja, que tan bien los conoce y tanto los ha sufrido. Han vuelto a sus casas, sí, ya son libres, pero nunca dejarán de ser los rostros de la muerte sin sentido. 
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