1 de septiembre de 2014

En defensa del saber socialmente integrador

Apenas se debate sobre esta cuestión en nuestras Universidades o en otros foros de interés común dentro del espacio público, pese a la indiscutible relevancia que posee. Hablamos de conocimiento, de generación del saber, de desarrollo científico, pero la verdad es que todo ello se resuelve en un panorama donde prima el trabajo individual o el que se lleva a cabo en equipos cerrados, que pugnan, en uno y otro caso, por adaptarse a los cánones que seleccionan la labor realizada en función de criterios a menudo mal avenidos con la versatilidad propia del trabajo científico y con el nivel de compromiso que el intelectual ha de tener respecto a la realidad - compleja y en situación de cambio permanente - en la que inscribe su responsabilidad. 

Debatir sobre el valor del saber ayuda a comprender críticamente hasta qué punto se ha producido un distanciamiento entre la riqueza intrínseca del conocimiento y la tendencia sesgada con la que tiende a valorarse, con total menosprecio al que no se atiene a los cánones rentabilistas, que justifican un respaldo selectivo, más allá de su utilidad social, entendida en la pluralidad de perspectivas con las que ha de entenderse esta función. El saber concebido como materia prima, como recurso de utilización inmediata, como opción intelectual banalizada en función de su uso cortoplacista, como capital, como bien dominado por el pragmatismo: he ahí el enfoque que conviene someter a fuerte revisión, si queremos que el saber no pierda esa dimensión integradora, plural, socialmente enriquecedora y susceptible de controversia que refuerza su valor intrínseco sin caer en la supeditación obsesiva a la lógica del "ciclo" obediente a las exigencias del mercado en la que actualmente aparece sumido.  




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