El leer no ocupa lugar. Nada mejor que hacer cuando, en soledad, la espera es más larga de lo previsto y el sentido del tiempo se difumina. Son suficientes - y necesarios - el libro y el deseo de sumergirse en él. Una pequeña parrafada con el lector - solos estamos los dos en un espacio de trasiego vacío - atenúa por un momento esa complicidad del joven con el maravilloso arte de la lectura en letra impresa, en la que no tardará en deleitarse de nuevo cuando recupere su soledad.
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