Hace cuatro días la Unión Europea exigió a España un plan nacional contra la corrupción. Ayer, el presidente del Gobierno dio a conocer 15 medidas, quince, con ese mismo fin. La presión europea coincide con las propuestas del Gobierno. La casualidad y los escándalos vívidos han hecho que la gravedad de la corrupción sea políticamente asumida con intención correctora.
Ya era hora, al fin. Lo que sorprende es que los líderes que ayer hablaron en el Congreso invoquen con un énfasis que se echaba de menos la necesidad de poner término a una lacra que denuncian sobre la base de un historial de corruptelas que hunden sus raíces en un pasado ya remoto, utilizado como argumento sin que las medidas ahora esgrimidas hayan formado parte de las estrategias que, ante los escándalos vívidos, hubieran debido de ser adoptadas para evitar que siguiera anegando esa ristra inmensa de indecencias en el ejercicio de la política y en el entramado de relaciones espurias con una parte muy significativa del sistema empresarial.
Si en el debate los reproches mutuos remitían a las malas practicas efectuadas hace varias décadas...¿ por qué no se adoptaron entonces las medidas que hubieran podido evitarlas posteriormente? Más aún.. ¿por qué las leyes existentes de control y transparencia eran eludidas? ¿Por qué ha habido que esperar a ese despliegue anticorrupción cuando la urdimbre que sustenta el Gobierno del Estado se ha visto amenazada? ¿Cuál es entonces su componente electoral?
¿Por qué esos instrumentos que ahora suenan tan bien no se han planteado y abordado antes cuando las señales de la putrefacción eran sabidas y en ocasiones hasta sentenciadas judicialmente con toda la casuística y la carga argumental utilizada para su condena?
A buenas horas, mangas verdes, escribió el gran Cervantes. Más vale tarde que nunca, apunta el refrán popular. Bienvenidas sean esas medidas, tan contundentes en apariencia como tardías en el tiempo.... siempre que se cumplan y sean efectivas.
Habrá que verlo. De momento, y aplaudiendo lo que se pretende, no es fácil evitar una actitud de escepticismo e incluso de desconfianza a la espera de comprobar si sirven para algo y son algo más que un panel de buenos propósitos surgidos al socaire de la oportunidad u oportunismo del momento en que, por fin, los que gobiernan y legislan se han dado cuenta de la gravedad del problema de la corrupción endémica que asuela el solar patrio.
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