Si las estimaciones electorales asignan a este movimiento un repunte significativo, no cabe duda de que la Comunidad Autónoma de Castilla y León tiene ante sí un desafío que no puede ser orillado. Sentirse leonés y no castellano es perfectamente coexistente con quien se pueda sentir castellano, como es mi caso, y no leonés.
Por eso, tal vez carezca se sentido preocuparse por la debilidad o ausencia de la identidad castellano-leonesa. No va por ahí el debate, pues eso de las identidades admite observaciones que no siempre son complacientes con el concepto (¿Qué es eso de la identidad? ¿Cuántos desatinos se han cometido al socaire de las identidades como argumentos proclives a la exclusión del diferente?). La cuestión estriba en saber gestionar los recursos y prestar la atención debida a los problemas y las sensibilidades para que cuantos vivimos en esta maravillosa tierra no nos sintamos preteridos o discriminados.
La cuestión es importante y León se merece, por supuesto, lo mejor.
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