28 de abril de 2024

Las incógnitas de una postura sorprendente

 No se entiende una pausa de cinco largos días con sus noches para llegar a una conclusión seguramente decidida y asumida de antemano. Si los elementos de juicio disponibles estaban claros desde hace tiempo, el discurso aleccionador de Pedro Sánchez, finalmente planteado, podría haberse esgrimido desde hace tiempo y posiblemente con mayor contundencia sin la erosión del estado de incertidumbre provocado. Todo se ha traducido, tras una pausa innecesaria, en una lección de ética genérica cimentada en una posición en la que no se ha percibido ningún atisbo de autocrítica. Nadie es perfecto y nadie debe estar ajeno a una reflexión en ese sentido.

Costaba pensar, en medio del escenario electoral existente y dadas las autocomplacencias que depara el haber llegado a lo más alto que se puede llegar en política, que la opción adoptada fuese la renuncia de un cargo en el que se siente holgadamente respaldado. El término dimitir no forma parte del vocabulario de los políticos españoles. Únicamente Adolfo Suárez lo practicó el 29 de enero de 1981.
Lecciones de la ética preconizada aún por concretar, y aunque Sánchez se haya arrogado de manera personal una superioridad moral tan acrisolada como pretendidamente incuestionable, mucho me temo que, a la postre, ha primado un enfoque electoralista, concebido en función del decisivo momento electoral en que nos encontramos, con el horizonte catalán y europeo por despejar. Me planteo si esos retos no estuvieran presentes en el ambiente a plazo inmediato, lo vivido hubiera tenido lugar.
Y es que uno, con la experiencia vivida, llega a la conclusión de que los comportamientos, actitudes y posturas adoptados por quienes ejercen la política obedecen en su parte más significativa a un cálculo de carácter meramente electoral.

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