Cincuenta años han transcurrido ya. Marcó un momento histórico que resultó traumático en la historia del mundo, demostró hasta qué punto las experiencias de cambio social en la América del Sur resultaban inaceptables para los que la consideraban su patio trasero y se oponían al ejercicio de su libertad con todas las armas de que eran capaces. La imagen del palacio de La Moneda bombardeado ocupó durante mucho tiempo las retinas de quienes pensaban que otra sociedad era posible.
La figura de Salvador Allende emergió con fuerza hasta simbolizar la experiencia chilena que pretendía romper con el pasado. Fracasó porque fue bloqueada sin piedad hasta su destrucción aquella mañana del 11 de Septiembre de 1973. El tiempo se encargó de difuminar aquel suceso trágico y es probable que ya diga poco a las generaciones que no lo vivieron. Hace unos años me acerqué al mausoleo, en el Cementerio General de Santiago de Chile, donde yace Salvador Allende con un clavel en la mano.
He ahí la experiencia de una vida segada por la barbarie, que no hay que olvidar mientras, como cantaba Pablo Milanés, nos detengamos "en una plaza liberada a llorar por los ausentes"
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