Escrito a propósito de las escenas de Torre Pacheco
¿Deberíamos seguir sorprendiéndonos por la abyecta manipulación política a la que se han sometido los temas migratorios? "Agresividad» y «migración» se han convertido en dos palabras clave de nuestro debate público que, al combinarse, conforman la mezcla predilecta de los discursos populistas, en los que cualquier preocupación por la objetividad o el humanismo ha desaparecido rotundamente. Las palabras vertidas por Rocio de Meer, de Vox, que han precedido a los sucesos ocurridos en la localidad murciana de Torre Pacheco revelan la ignorancia y la miseria moral en el que el discurso xenófobo se fundamenta. La responsabilidad a la incitación propalada por esa mujer, en un tono de bajeza insólito en Europa, otorga al grupo al que pertenece una gravedad de la que no podrá desprenderse.
Las imágenes moldean y los mensajes simplistas distorsionan deliberadamente la imaginación y pervierten los comportamientos y las actitudes. Es una política insana e indecente. Contribuyen a consolidar las representaciones espurias y de odio, especialmente cuando la misma ilustración se repite una y otra vez, sin tener en cuenta la diversidad de las realidades que pretende documentar, hasta convertirse en una imagen única, una idea predefinida que impide una buena comprensión de un fenómeno tan complejo e inherente a la realidad social, política y económica de nuestro tiempo.
En 2024, 304 millones de personas residían en un país distinto al suyo. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) contabilizó 43,7 millones de refugiados y 8 millones de solicitantes de asilo en todo el mundo.
Cabe destacar esta imagen del náufrago en apuros como ilustración exclusiva de la migración. Si bien el verdadero impacto de esta forma de identificación del migrante es difícil de captar en su totalidad, parece bastante claro que hoy influye en una forma de percepción de la inmigración que inevitablemente perjudica nuestra capacidad de pensar en políticas públicas virtuosas y eficaces, ya sea que se trate de migrantes voluntarios o de exiliados forzosos. Unas políticas que no deben ser ajenas a la dualización que el fenómeno ofrece: de un lado, muchos jóvenes entre los rechazados para el asilo, algunos calificados, otros aspirantes a serlo; de otro, una lista de empleos vacantes tan amplia como la que ofrece en las sociedades de acogida un grupo demográfico envejecido.
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