Son cuestiones que interesan:
¿Qué pasará con los actos culturales que hoy dan vida y proyección a los espacios de encuentro cuando la generación provecta que acude a ellos ya no esté?
¿Qué pasará con esas entrañables salas mágicas donde aún se disfruta del cine y del teatro?
¿Qué pasará con la comunicación verbal a distancia si, según datos contrastados, el 90 por 100 de los jóvenes no utilizan el teléfono (como soporte esencial de la palabra hablada) y todo queda circunscrito al soliloquio y al laconismo de la comunicación en redes?
¿Cómo se percibirá la vida en el espacio habitado cuando la imagen de los recorridos efectuados por él esté dominada por los locales cerrados y en situación de deterioro imparable?
¿Cómo afectarán estos cambio de comportamientos, claves para una convivencia gratificante, en la vida humana y en las relaciones sociales?
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