No lo puedo evitar. La curiosidad se apodera de mi cuando deambulo por las calles. Es un incesante observatorio. La calle - escribió Chaves Nogales- es una síntesis del mundo. En ella se desenvuelve la vida cotidiana mientras se tejen y destejen relaciones que configuran una sociedad y un espacio en permanente metamorfosis.
La escena es tan sencilla como elocuente. Una larguísima fila se forma en la trasera del Ayuntamiento, integrada por personas, mayoritariamente mujeres y extranjeras, afanadas en regularizar su situación. Debemos asumirlo si no lo hemos asumido ya: el foráneo, el nacido fuera de nuestras fronteras, constituye una realidad humana indisolublemente asociada a nuestros espacios y hábitos de convivencia.
La mirada del paseante se detiene en una escena que considera tan expresiva como entrañable. La forman dos mujeres: una anciana y otra joven, seguramente ocupada en la atención de aquélla. Entre ambas ha surgido una relación de mutua interdependencia, fraguada en la cotidianeidad, que lo más probable es que haya cristalizado en confianza y en afecto. La joven acaba de salir de las oficinas municipales, a donde ha ido acompañada por su compañera de más edad, y lleva en la mano unos papeles que hacen referencia a su situación. Se los enseña, los leen a la par, los comentan, los discuten, hasta ponerse de acuerdo y sellarlo con una sonrisa. Una suerte de complicidad positiva embarga la escena.
Una escena que representa una voluntad compartida por vencer la soledad.
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