Fue un gran hallazgo, decisivo en la historia de la Paleontología y en el conocimiento y valorización del Patrimonio Cultural. Sin embargo, y ya lo he publicado en varias ocasiones, me parece inconcebible que ese elemento clave no fuese denominado y conocido desde el primer momento como el "Hombre de Atapuerca", siguiendo el criterio geográfico utilizado, como es bien sabido, en descubrimientos de esta relevancia. Llamarlo Miguelón, en reconocimiento al ciclista navarro, es una simpleza, una muestra de banalidad y oportunismo, y, sobre todo, un menosprecio a la toponimia del lugar donde se realizó el hallazgo. La localización como principio identificativo es esencial. Y obvio.
Hace años planteé una iniciativa en este sentido, que no mereció la atención que esperaba. No me resigno a que esa identificación sea reconocida e interpretada en analogía con lo que sucede en las aportaciones científicas sobre esa materia. No olvidemos que Atapuerca es el complejo arqueopaleontológico más importante del mundo.
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