Desde entonces muchos de mi generación nos vimos Imbuidos de una francofilia ferviente, cimentada en los descubrimientos tan intensos que la cultura francesa proporcionaba. Es verdad que con el tiempo se ha ido diluyendo, entre otras razones porque Francia ya no aporta tanto a la cultura como antes y también porque hay otras referencias, como muchos aspectos de la española, que resultan gratificantes y satisfactorios. Culturalmente ya no hay nada que envidiar allende las fronteras.
Aquella francofilia de que hablo debe mucho a Jean Luc Godard, que se ha ido para siempre dejando una huella sempiterna. En el panorama cutre y sombrío de la dictadura, la "nouvelle vague" que Godard lideró, consciente de lo que hacía, supuso un cambio enorme en la forma de entender la sensibilidad y las relaciones humanas a través del cine, esa forma de creación cultural tan increíble como necesaria. Junto a Truffaut, Erich Romer, Louis Malle y otros abrió espacios al debate cultural que hasta entonces brillaban por su ausencia. Recuerdo sesiones memorables en algunos Colegios Mayores (Santa Cruz, San Juan) que sirvieron de maravillosos puntos de encuentro en libertad, que dieron orígen a amistades que aún perduran.
El cine de Godard sirvió de catalizador de la libertad y de la rebeldía para una juventud que necesitaba liberarse de la mediocridad de la época. Otros acontecimientos políticos coadyuvaron a favor de esa transformación y modernización de los modos de entender la vida. Mientras mirábamos a Francia como espacio de enriquecimiento cultural y político, en privado nos deleitabamos con los diálogos y las miradas provocativas, con un punto de lascivia, de Jean Seberg y Jean Paul Belmondo en "Al final de la escapada". Y qué decir de las insinuaciones de Anna Karina en Pierrot el Loco?
Recordando ahora a Godard muchos nos sentimos más jóvenes, a la par que reconnaissants.
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