22 de septiembre de 2022

Contra la desaparición de esos kioscos que enriquecen el espacio urbano

Me sumo al clamor de lamento por los kioscos que desaparecen. Seguramente ese lamento es participado por muchos en estos tiempos que corren. Mientras subsistan me mantendré fiel a ellos, por la sencilla razón de que los necesito, aunque la ciudadanía ya no los necesite tanto.

Desde siempre he acudido a su vistoso y atrayente reclamo. Salvo que esté de viaje en lugares a los que no llega la prensa o por alguna circunstancia puntual, todos los días del año, todos- menos los tres en que no hay prensa en papel- me acerco a ellos al encuentro del periódico nuestro de cada día. Es un hábito muy placentero, que precede o culmina el paseo cotidiano o previo a la cita concertada. Un saludo y una pequeña parrafada con el kiosquero ilumina la mañana y la hace más completa.

Nunca dejarán de asombrarme esos espacios singulares, únicos, apetecibles. En apenas tres o cuatro metros cuadrados concentran un inmenso universo de información, cultura y disfrute, renovado de continuo. Representan la quintaesencia de hasta qué punto lo small is beautiful. Tras retirar lo que busco y a lo que ávidamente me adhiero, a veces me detengo en la observación detallada de lo que ofrecen a la mirada, no tan curiosa como sería deseable, del paseante. No son muchos los que se detienen ante ellos. La mayoría de la gente pasa de largo y ni siquiera matiza su indiferencia con una mirada fugaz. De cuánto se enterarían si prestasen atención a esa gama infinita de letras, colores y provocaciones visuales.
Los kioscos, los quioscos de la vida urbana. Los oasis donde se refugia uno de los productos más admirables del esfuerzo intelectual: los periódicos que tan gratamente acompañan los despertares mediante el tacto y la lectura de la letra recién impresa.


Publicado en El Pais (Madrid) el 26 de septiembre de 2022

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