Una excelente y magistral lección. El tiempo no pasa - o pasa menos - para quienes, ya provectos, siguen manteniendo ilusión, energía y empeño en lo que hacen. Superadas las ocho décadas de vida, y atendiendo lo que Eduardo Martínez de Pisón ha vivido, visto y estudiado, uno tiene la sensación, conociéndole desde hace muchos años, de que mantener vivas las inquietudes intelectuales permite, con la memoria y el valor de la experiencia acumulada, preservar esa lozanía que nunca se fue.
Ahí es nada plantear un recorrido, riguroso e ilustrado, por las altas montañas de la Tierra. Desde los Alpes y los Pirineos al Himalaya, desde el Ártico a la Antártida pasando por los volcanes centroamericanos y los Andes. Tampoco han quedado al margen las manifestaciones, espectaculares, del vulcanismo canario. Paisajes fascinantes, estructurados por la tectónica y modelados por el hielo y la nieve, simbólicos de las huellas dejadas por las furias incesantes de la Tierra y por la acción humana. Son paisajes que atraen, deslumbran y preocupan a la vez. Acusan también las improntas más traumáticas del calentamiento global y se ven gravemente amenazados por un horizonte de amenazas, incertidumbres y temores justificados, en los que la acción humana desempeña una constatada responsabilidad.
De ahí la necesidad de prestar atención a estas lecciones que, lejos del academicismo convencional, nos ponen al descubierto una de las manifestaciones más bellas de la naturaleza y a la par uno de los problemas ecológicos más graves y preocupantes de nuestro tiempo.
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