Ignoro si los asesores de Donald Trump le han advertido de los riesgos que corre manteniendo su connivencia total con el Holocausto, la Nakba, de Palestina. A medida que se agravan las manifestaciones derivadas de la limpieza étnica que el régimen criminal de Israel lleva a cabo sobre la sociedad y el territorio palestinos, se afianza la idea de que ese genocidio sería imposible sin el respaldo, apoyo y obscena sumisión de la presidencia norteamericana. Es en ella donde hay que centrar la atención para poner en el lugar que corresponde al exterminio y el expolio llevados a cabo impunemente y de forma inhumana por Israel.
La complicidad internacional de que goza la estrategia del criminal y corrupto Netanyahu queda sin duda supeditada a la implicación decidida que en esa catástrofe ha asumido el ocupante actual de la Casa Blanca. Si la historia de la colaboración de Estados Unidos con Israel es inherente a la impunidad de que siempre ha disfrutado, frente a toda norma de Derecho y Justicia, el gobierno de Tel Aviv, nunca como en estos momentos esa mancuerna ha alcanzado los niveles de corresponsabilidad en acciones de genocidio y expolio tan atroces.
El norteamericano parece obsesionado con su reconocimiento con el Premio Nobel de la Paz, respaldado hasta ahora por algunos de los regímenes y dirigentes más indecentes de la Tierra. No es buen asidero el sostén de tamaña gentuza. Y sin duda, las expectativas de alcanzar ese objetivo habrán de quedar para siempre anegadas, si el Comité del Nobel de Oslo deseara mantener la dignidad y prestigio del galardón, mientras ese Trump no ponga fin a su decisiva implicación en la aniquilación de Palestina, a sabiendas de que, a la postre, habría de ser su máximo y principal responsable. Responsabilidad de la que la Historia dejará constancia de manera fidedigna e inequívoca, hasta el punto, opino, de que será el más importante y denigrante testimonio de su funesto legado para el mundo y para su propio país.
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