25 de septiembre de 2021

La obligación de opinar con fundamento

Opinar resulta cada vez más difícil y arriesgado, a la par que exigente. No es correcto opinar recurriendo al tópico o a la descalificación, como tantas veces se hace. Cuando eso ocurre el debate se debilita y los argumentos se empobrecen hasta perder su utilidad como idea susceptible de contribuir a la formación y al enriquecimiento intelectual de los destinatarios a los que se dirige.

Con actitudes de este tipo las pretendidas aportaciones pierden relevancia y quedan en nada, desvaídas en la memoria y en la inutilidad de lo efímero. De ahí que solo tenga sentido y capacidad de sobrevivir a la erosión del tiempo la opinión basada en la información, en el dato, en el argumento contrastado y defendible en virtud de su consistencia. "Ni dato sin idea ni idea sin dato", nos advertía con reiteración mi maestro, el inolvidable geógrafo Jesús García Fernández (1928-2006).
Tal es el fundamento en el que deben descansar las reflexiones suscitadas desde la perspectiva ideológica o política que cada cual pueda honestamente tener. Es entonces cuando se reafirma el valor positivo de la controversia y el sedimento de calidad que, a la postre, acaban dejando las ideas en la sociedad interesada por lo que sucede en el tiempo y en el espacio en los que la ha tocado vivir.

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