Fue un placer asistir a ese concierto de piano en el Círculo de Recreo, ese espacio de encuentro cultural de gran calidad, gestionado con sensibilidad y buen gusto por Manuel Conde del Río. Una magnífica oportunidad para descubrir a la juventud implicada en el reconocimiento y difusión del valor de los clásicos. Gonzalo Villarruel y Carolina Hernández, muy jóvenes y excelentes intérpretes, empeñados e ilusionados por dar a conocer, mediante la magia inmensa del piano, las enormes posibilidades que la buena música encierra.
Mientras interpretaban de consuno, me detuve a observar sus rostros. Aportaban una sensación perceptiva impresionante, avivada por el ambiente que crea la complementariedad del manejo del teclado transmitido a cuatro manos. La mirada, la indagación, la concentración, la complicidad, el desafío de responder fielmente a lo que representa el cumplimiento sin error de ese empeño ilusionante compartido. Deduje, al verles, que en eso consistía el buen trabajo en equipo.
Y, además, el placer de oírles y verles interpretar a mi admirado Carlos Guastavino y su música argentina. En ese momento daban a conocer su Romance del Plata, concretamente en el "andante cantabile sereno", que conduce a ese horizonte del paisaje relajante e indómito a la vez que forma, a su paso por Buenos Aires, el Río de la Plata.
Por un momento, y observando su imagen, tuve la impresión de que Gonzalo Villarruel era la viva estampa de un jovencísimo Carlos Gardel. Así se lo comenté a Manolo Conde.
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