No creo que sea exagerado afirmar que la catástrofe climática que ha afectado al sector oriental y sudoriental de España - la más grave y trágica inundación de las sufridas en el siglo XXI -ha convertido a nuestro país en escenario representativo de uno de los principales riesgos que derivan del calentamiento global de la Tierra. España puede convertirse, sino lo es ya, en un espacio paradigmático a escala planetaria de los riesgos climáticos que se avecinan.
Detenerse en la magnitud de los datos - naturales, sociales, económicos - que así lo revelan pone de manifiesto no sólo la extrema gravedad de la tragedia ocurrida a finales del mes de octubre de 2024, sino la amenaza que de forma letal se cierne sobre ese territorio, si se tiene en cuenta que los episodios asociados a las perturbaciones de la dinámica atmosférica no son circunstanciales o esporádicos sino fenómenos naturales que pueden volver a suceder si, como consecuencia del calentamiento del Mediterráneo y las distorsiones de la corriente en chorro, de la que derivan las gotas frías, intensifican su frecuencia e intensidad en el tiempo.
España aparece así, a mi juicio, como una referencia ejemplificadora de los impactos que ya se señalaron con detenimiento en la Cumbre del Clima de París (2015), y ratificados por la COP 28 (2023), lo que determina la necesidad de adoptar posiciones estratégicas de gran envergadura, tanto a escala nacional como internacional.
¿En qué han de consistir? Implica actuaciones ambiciosas y costosas de política pública e iniciativa privada, que han de ser abordadas de inmediato y con visión a largo plazo sobre la base de las advertencias y lecciones recibidas.
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