La consideración del llamado ranking de Shanghai como el baremo determinante, exclusivo y excluyente, de la relevancia ostentada por las Universidades a nivel mundial, suscita tanta fascinación como cuestionamiento. Adoptado como factor de diferenciación de un conjunto tan heterogéneo y lleno de condicionantes territoriales como es el universitario, se fundamenta en una metodología discriminatoria que prima selectivamente los criterios impuestos por la Graduate School of Education of Shanghai Jiao Tong University, es decir, acomodados y congruentes con los que singularizan las directrices de los centros superiores identificados con las prioridades del modelo de crecimiento de la República China.
Ello explica la posición hegemónica ostentada en la serie por Universidades de dicho país - muy cuestionable en tantos aspectos- y algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo anglosajón norteamericano. Al primar sobremanera las publicaciones en revistas de renombre científico (Science, Nature) y el hecho de contar con Premios Nobel en esos campos específicos del saber, provoca la exclusión o relega a un plano secundario a Universidades representativas de Europa o dignificadas por la tradición humanística europea.
Por supuesto, nadie resta importancia y mérito a las Universidades situadas en el top del ranking de Shanghai, pero conviene entenderlo e interpretarlo como lo que es: una tipología muy selectiva, cimentada en los saberes eminentemente aplicados con fines industriales y asociados al crecimiento económico, en menoscabo de la pluralidad de elementos que, más allá de su rentabilidad, configuran un bagaje intelectual, artístico, juridico, sociológico, humanístico y creativo que dicha lista subestima ostensiblemente.
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