Y, por cierto, hablando de todo un poco, aprovechando que el Arlanzón pasa por Pampliega y el Carrión por Palencia, y a sabiendas de que la cuestión da para mucho o para poco (según se mire), uno se pregunta por el alcance, el significado y la trascendencia que pudiera tener la identificación de España como "país de países", enfatizado como algo innovador por un miembro relevante del Gobierno de coalición en funciones, que, al propio tiempo, habla de " ganar derechos para las distintas identidades que tenemos'. Tal cual.
Afloran de nuevo, como paradigma de pretendida modernidad y progreso, las proclamas que insisten en la "plurinacionalidad" de España, enfatizando el concepto de "nación" sin precisar con claridad los argumentos en que se sustenta, pues, a mi juicio, no parece convincente la observación de que una lengua específica justifique, más allá de un rasgo cultural digno de ser preservado, la globalidad, con visos de tratamiento diferenciado, que la propia idea de "nación" encierra. Y desde luego, conviene precisarlo para evitar las connotaciones cuestionables que pudiera suponer un enfoque étnico del concepto, con el que amparar y justificar un trato discriminatorio, preferencial y selectivo entre territorios, incurriendo en la dimensión reaccionaría e insolidaria que ello representa. Que se digan de izquierda quienes esto defienden no deja de ser un sarcasmo.
Es imposible no estar de acuerdo con la diversidad del Estado español. De hecho, a partir de un tamaño significativo, todos los Estados son complejos desde el punto de vista socio-económico y cultural, pero también es cierto que en su seno, y a lo largo del tiempo, se producen movimientos de población que, entremezclando a personas de procedencias diversas, llevan a compartir las singularidades e incluso a matizarlas sin menoscabo de aquellos elementos que distinguen a los diferentes territorios, como factores enriquecedores del conjunto. En este contexto no estaría de más reivindicar el valor que entraña la "sangre jacobina" de la que se enorgullecía Antonio Machado.
A uno le llama la atención ese empeño por redefinir a España como algo pendiente de resolver cuando siempre había considerado que la Constitución de 1978 había abordado con claridad un modelo que ha cristalizado en el Estado más descentralizado de Europa, incluso con distribución de competencias y niveles de autogobierno que rebasan las estructuras federales que algunos reivindican como la panacea de todos los "males de la Patria', que diría Lucas Mallada.
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