5 de marzo de 2022

El pacifismo como rendición

 


La fotografía - que hoy publica la edición de Le Monde - corresponde a la visita que el dictador sirio realizó a Vladimir Putin el 21 de octubre de 2015. La imagen, de hace siete años, es impresionante. Habla por sí sola. El criminal y genocida ruso ya había invadido Chechenia, arrasado Grozni y anexionado Crimea. La OTAN y Europa callaron ante tanta destrucción y barbarie, vulnerando la legalidad internacional. Nadie dijo nada. Por ninguna parte se apreció una toma de conciencia sobre la tragedia que se cernía sobre Europa y sobre el mundo.  Hasta hoy, cuando miserable y brutalmente se pretende destruir a Ucrania como realidad y proyecto, de pulverizar sus sueños de emancipación de la bestia. Y, si le sale como pretende, los límites pueden ser imprevisibles. Ucrania quiere ser europea, libre, no sometida al atroz modelo ruso o bielorruso. Defiende la dignidad frente a la dictadura. 

Apelar a las vías diplomáticas como única solución es peor que una ingenuidad: es, objetivamente, un acto cínico e inmoral de colaboracionismo indecente con el invasor. Quienes así plantean las cosas, con la pretensión de engañar a los que les escuchan, bien saben que se ha tratado de negociar hasta la saciedad y que la disposición a la negociación diplomática del nazi del Kremlin es absolutamente nula. Equivale a exigir al Estado y al pueblo de Ucrania que capitulen, abandonen la resistencia armada y, llegado el caso, imploren, sumisos y derrotados algún de clemencia o conmiseración. Supone además renegar de la reacción, por una vez rápida y vigorosa, de la Unión Europea. No contiene un llamamiento a la paz, sino a la rendición. Es el pacifismo al servicio del invasor.
El objetivo inmediato no debe ser la paz, sino la derrota de Putin, lograr que el coste de la invasión le resulte insoportable y disuasorio para aventuras ulteriores de ese mismo signo. El camino de la paz pasa obligatoriamente por redoblar la resistencia —sí, la resistencia armada—, aislar y asfixiar internacionalmente al Estado agresor y convencer a su ambiguo colega chino de que no le conviene seguir respaldando este disparate y al asesino que lo capitanea. Ucrania tiene que convertirse en un calvario político, económico y militar para Putin. Y, a ser posible, en su sarcófago. Renunciar a ello no es apostar por la paz, sino avalar esta masacre e invertir en futuras guerras de ocupación y devastación.


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