La planificación territorial resulta incómoda para el poder. Su condición de metodología evaluadora, limitativa de actuaciones indebidas, controladora de impactos y defensora de visión a largo plazo casa mal con objetivos refractarios a cualquier tipo de supervisión y control. Es algo que conozco bien y que he visto, a lo largo de la vida profesional, acentuarse sin pudor ni asomo de autocrítica. Frente al Plan, el proyecto; frente a la evaluación previa, la decisión sin reservas y a menudo acelerada y sin control.
El modelo autonómico ha sido en este sentido letal para España. La mediocridad impera, quizá con alguna salvedad, en los gobiernos y los Parlamentos regionales. Basta con echar un vistazo al panorama territorial de España sin ir demasiado lejos. Aunque también me temo que en países como Francia, donde este concepto ha tenido un gran arraigo institucional, este tipo de actuación atraviesa una crisis profunda.
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