Las primeras horas del día se enriquecen con el sonido de la música, que el paseante se encuentra de improviso, de pronto, sin esperarlo. Cuando el silencio se rompe de esa manera, nuevas sensaciones impregnan la soledad de la calle al tiempo que la perspectiva que se tiene delante, al fondo del callejón, invita a la concentración de la mirada para complementar mejor la curiosidad del oído.
Y la verdad es que detenerse un rato, antes de mostrar a esos dos jóvenes el reconocimiento del hecho, reconforta cuando no de ruido sino de buena música se trata. Ahí es nada: violín y violonchelo dando testimonio del talento de Juan Sebastián Bach. El saludo se impone, aunque fugaz para no interrumpir lo mucho que complace la buena música en la calle a la que dignifica y engrandece.
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