No siempre es necesario, ni posible, prever lo que va a pasar ya que, cuando menos se espera que suceda, lo imprevisto ocurre. Lo insignificante puede devenir excepcional. Y de pronto sobreviene para sorpresa incluso del más precavido. En ese momento, la fugacidad del instante deja de ser algo momentáneo e insignificante para convertirse en factor de impacto generador de efectos permanentes y con frecuencia duraderos. Así se construyen nuestros días y nuestras sensaciones en medio del sinfín de incógnitas y sorpresas que inundan el ambiente de sorpresas e incertidumbres en el que nos desenvolvemos.
¿En cuántas ocasiones lo que parecía fortuito, ocasional o inesperado llega a ser acontecimiento que marca con fuerza lo que somos o lo que queremos ser? Así lo expresa Ugo Mulas en una de las frases que ilustran la magnífica exposición de fotografía que presentó en Madrid en 2015 y que ahora recuerdo, pasados diez años. Refleja muy bien la sensación experimentada por ese gran fotógrafo de la calle que fue. Y es que la calle - un encuentro, una mirada, una ventana, un grupo, un cartel, una conversación... - es, más allá de las simplicidades aparentes, el escenario en el que todo es posible e interpretable.
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