La Europa recortada. Dibujo de José María Nieto González en Diario ABC, de Madrid. España. 3.marzo.2025
Es bueno invocar la Historia y la Geografía para sustentar razonamientos sólidos y convincentes cuando se trata de defender la idea de que Rusia forma parte de Europa y abogan, en función de esos criterios, por una voluntad de cooperación. Pero también es pertinente traer a colación la política, que a menudo contradice o somete a revisión los argumentos aportados por ambas disciplinas.
Hago uso para fundamentar esta entrada, que varios amigos me han reclamado, de las notas tomadas en el Instituto de Estudios Europeos en 2015 sobre el tema sometido a debate y que tuve el honor de coordinar.
En ese encuentro - dedicado a analizar las relaciones entre la UE y Rusia a raíz de la ocupación rusa de Crimea - se aludió al papel prometedor desempeñado en su momento por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), nacida en los setenta, y considerada tras la Guerra Fría como un espacio privilegiado de intercambio entre Rusia y la UE sobre cuestiones de seguridad, defensa y colaboración científico-técnica. Rusia se consideraba parte de la civilización europea y aspiraba a sumarse al proyecto europeo. Ello explica que en 2000 Vladimir Putin defendiera una “Gran Europa desde Lisboa hasta Vladivostok”.
Sin embargo, en la conferencia de seguridad de Munich de 2007, un hito en la evolución de estas relaciones, el ruso planteó una crítica furibunda al modelo unipolar de un mundo dominado por Washington, y al enfoque de los Estados Unidos que, en “el ámbito político, económico, incluso en términos de ayuda al desarrollo impone su sistema de valores al resto del mundo".
El presidente ruso atacó el carácter "unilateral" de algunas decisiones estadounidenses, ignorando la opinión de la comunidad internacional: intervención de la OTAN en Yugoslavia en 1999, retirada del Tratado sobre misiles antibalísticos (ABM), invasión de Irak en 2003... También criticó la política de defensa estadounidense, dominante en la alianza euroatlántica, denunciando la ampliación de la OTAN a pesar de las promesas de no ampliación. más allá de los cuatro Estados que se unieron a la Alianza en 1999.
En consonancia con esta crítica, la OSCE, en la que Rusia habia depositado muchas esperanzas a comienzos del siglo XXI, fue vista desde entonces como un instrumento dependiente de la OTAN y supeditado plenamente a la hegemonía y a los intereses estadounidenses. Ello condujo a Rusia a cuestionar la universalidad del orden liberal que entendía como "el lado oscuro de la globalización ilimitada" (así lo definióa), viendo a la UE y sus instituciones como el deseo de imponer este orden a toda costa y de afectar definitivamente el antiguo bloque del Este por las presiones atlánticas bajo la primacía dominante de Estados Unidos.
Las revoluciones “de color” (de las Rosas en Georgia 2003, Naranja en Ucrania 2004) son analizadas por el discurso oficial ruso como emanaciones de una política de subversión occidental, basada en la extensión militar de la OTAN y la extensión político-económica de la UE, con el objetivo de cercar a Rusia y disminuir su influencia en la antigua zona soviética. Es en este contexto crítico en el que Rusia plantea en 2009 el desarrollo de su propio proyecto de integración económica mediante la creación de la Unión Aduanera Euroasiática, que cristalizará en 2014 en la Unión Económica Euroasiática. Se trata de una réplica rotunda al modelo de la Unión Europea el mismo año en el que tiene lugar la ocupación de Crimea.
La postura del Kremlin, claramente reafirmada ya en la conferencia de Munich de 2007, quedó decantada de manera definitiva a favor de la “defensa de los intereses nacionales”, y de su soberanía nacional y de la capacidad de defensa de Rusia entendiendo que la desestabilización del espacio postsoviético podría representar una potencial y grave amenaza a su seguridad. Las tensiones en Ucrania a raíz de la crisis del Maidán aceleraron este proceso con la ocupación de la península de Crimea.
Vistas las cosas desde esta perspectiva, la alianza atlántica y la fuerte hegemonía ostentada en ella por Estados Unidos se han vuelto, al fin, en contra de Europa cuando esa relación se ha visto trastocada unilateral y drásticamente por la vinculación de la estrategia norteamericana con la posición rusa, en virtud del repliegue planteado por Trump y su obsesión por compartir con Rusia el negocio de los minerales del futuro, el objetivo prioritario del delincuente de la Casa Blanca. La UE se ha quedado así abandonada militarmente por Estados Unidos y obligada a una reconversión en todos los órdenes de cuyas repercusiones cabe esperar resultados aún imprevisibles.