3 de abril de 2007

No se entiende Berlin sin la visita a la Universidad de Humboldt




Cuando se visita Berlín, y antes de emprender el camino que a través de la Unter den Linden nos lleva a la Puerta de Brandenburgo, es obligada la entrada en la Universidad de Humboldt, denominación que recibe desde 1949 la prestigiosa Universidad de Berlín, fundada en 1810 por Wilhelm von Humboldt. Referencia básica en la configuración del modelo universitario europeo, con incidencia clara en la concepción de algunas de las más relevantes Universidades norteamericanas, el palmarés de esta Institución es realmente espectacular, y así lo atestiguan las alusiones a sus maestros y a los galardones recibidos que adornan el acogedor espacio que los alberga. La estatua de Alexander von Humboldt (1769-1859), que junto a la de su hermano preside la entrada, nos evoca el impresionante legado científico que nos dejó tras una vida intensa y fructífera de quien es considerado como uno de los precursores de la Geografía moderna.

2 de abril de 2007

Avanzando en el concepto de desarrollo sostenible

Conocer al interesante grupo de investigación que en la Universidad de Brasilia da contenido y resultados a la labor realizada por el Centro de Desenvolvimento Sustentável ha sido una de las experiencias más gratificantes y alentadoras de mi vida profesional. Nunca agradeceré suficientemente a Jean François Tourrand el ofrecimiento que en su día me hizo para participar en el Proyecto ALFA-SMART y, a través de él, de asistir e intervenir en las Jornadas Transamazónicas celebradas en Marajó (Brasil), Brasilia y Puyo (Ecuador). Algún día escribiré - ya he empezado a hacerlo - mis experiencias profesionales en América Latina desde que, en 1994, visité por primera vez el continente americano en un viaje agotador con destino a la ciudad argentina de La Plata, donde se celebraba uno de los Congresos Iberoamericanos de Municipios, al que fui invitado como Ponente y a donde llegué tras una primera escala en Rio de Janeiro, cuya imagen nunca se borrará de mi memoria.

Desde entonces he volado a América 21 veces, lo que me ha permitido lograr un cúmulo de experiencias, relaciones y contactos que han marcado buena parte de mi vida personal y profesional en todos estos años. Sirva esta breve presentación para justificar el interés que me ha provocado la lectura de una obra que generosamente me ha hecho llegar Marcel Bursztyn, donde se recogen los trabajos presentados en el Curso de Estratégias de Negociação de Conflitos Socioambientais que organizó en 2000 el Centro de Brasilia al que he hecho referencia.

Se trata de la obra "
A Difícil Sustentabilidade. Política energética e conflitos ambientais", editada por Garamond Universitária. Dentro de ella he prestado especial atención a la introducción de Marcel - muy incisiva cuando señala la pertinencia de la reflexión en unos momentos en los que "accidentes y conflictos sociales en torno a causas ambientales se convierten en hechos cotidianos de la vida en un mundo industrializado y globalizado - , a la excelente sistematización que el propio coordinador de la obra realiza sobre "las políticas públicas para el desarrollo (sostenible)" y a la serie de aportaciones que profundizan, sobre la base de casos específicos, en la dimensión ambiental de los impactos asociados a la producción de energía en el territorio brasileño. Recomiendo su lectura porque las reflexiones aquí ordenadas constituyen algo más que un mero ejercicio académico. Son la expresión de una toma de conciencia de un problema mundial, sobre el nunca podrá decirse que se ha dicho la última palabra. Cuando Bursztyn visitó Valladolid invitado por mí a participar en un Curso de la Universidad, muchas de estas ideas afloraron en las interesantes conversaciones que mantuvimos durante nuestro recorrido por tierras castellanas.

También lo he hecho con Doris Sayago, pilar fundamental del proyecto auspiciado por el Programa ALFA-SMART, así como con el entrañable Roberto Bustos, siempre tan celoso con su Bahia Blanca. ¡Cómo me gustaría tener la oportunidad de compartir esta experiencia con el infatigable Jean François Tourrand, con Laura Duarte, con Eric Sabourin, con Gabriela Litre, con Pierre Valarié, con Silvina Carrizo, con Jorge Sepúlveda y con cuantos he disfrutado de ratos inolvidables en la selva amazónica.

En la imagen superior, con Marcel Bursztyn en las Casas del Tratado de Tordesillas. Abajo, a la derecha, Jean François Tourrand en una de las sesiones de trabajo en las Jornadas celebradas en Puyo (Ecuador)

13 de marzo de 2007

Nicolás Castellanos: Premio a la Solidaridad "Luis J.Pastor" 2007


Este es el discurso que escribí con motivo de la concesión en Valladolid del Premio a la Solidaridad "Luis J. Pastor" 2007 a Don Nicolás Castellanos, obispo emérito de Palencia y en la actualidad responsable de la Fundacíon Hombres Nuevos, que ejerce una impresionante labor de ayuda a los pobres y desfavorecidos en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia)

"Hacer del principio de solidaridad una opción de vida ante las desigualdades flagrantes y crecientes que aquejan a nuestro mundo, entender que sólo desde la comprensión de los problemas de los otros, pero que nos son propios y cercanos a la vez, es posible contribuir a su conocimiento y solución, sentir que, frente al individualismo, la indiferencia o la resignación, la calidad de la persona se valora en función de la sensibilidad que muestre hacia los demás......éstas son las cualidades que han de adornar a las personas merecedoras del Premio a la Solidaridad Luis J. Pastor, cuya primera edición se concede este año.
Dos han sido los objetivos que se han querido resaltar especialmente con esta iniciativa: de un lado, el de asociar su imagen a la de un proyecto creativo que entiende el arte y la cultura como la expresión de la sensibilidad hacia los problemas y las necesidades de nuestro tiempo, abriendo la imaginación del artista y sus empeños culturales al descubrimiento de una realidad que en modo alguno nos es ajena; y, de otro, el de ejemplificar el significado del premio en la figura de Luis Jesús Pastor Antolín que, desde la Universidad y desde los múltiples foros en los que dejó presencia imperecedera de su pensamiento y de su buen hacer, no cesó nunca en su empeño a favor de la causa de los más desfavorecidos.
Lejos de ser un anacronismo, todos estos valores cobran en nuestro tiempo una dimensión renovada en la medida en que suponen una puesta en entredicho de posturas excluyentes a las que tan proclives son las sociedades contemporáneas, tan frecuentemente motivadas por el egoísmo o el menosprecio hacia los diferentes. La recuperación de la dignidad humana es indisociable del reconocimiento que debemos otorgar a todas aquellas actitudes que marcan, por su coherencia y honestidad, un estilo de vida y un comportamiento impregnados por los patrones éticos de la solidaridad en escenarios difíciles, lo que muchas veces lleva a la renuncia de privilegios en aras de una voluntad de servicio y entrega que lleva consigo un estilo de vida con numerosas privaciones e incomodidades.
No son hechos frecuentes pero tampoco excepcionales. Hombres y mujeres en todo el mundo despliegan lo mejor de sus esfuerzos, y durante la mayor parte de su vida, empeñados en mejorar las condiciones de vida de la gente con carencia de recursos y aquejada de dificultades que incluso llegan a limitar cuando no a entorpecer el disfrute de lo que la comunidad internacional asume y entiende como derechos humanos. Una conquista de la humanidad irrenunciable, por más que nos parezca una utopía. Mas el mundo también se construye con utopías, que pierden su carácter ilusorio cuando de realizaciones posibles se trata, y por las que hay necesariamente que luchar. En su discurso de despedida como secretario general de la ONU, Koffi Annan señalaba que “mientras haya una sola persona en el mundo carente de los derechos humanos más elementales, debemos entender que todavía queda mucho camino que recorrer en la erradicación de la injusticia”. Y es que este es el gran reto al que siempre ha de estar enfrentada nuestra sociedad del desarrollo, del bienestar y del confort: el de procurar que las injusticias se resuelvan en un marco de cooperación y de toma de conciencia en el que todos y todas debemos estar necesariamente implicados. De ello depende sin duda nuestra dignificación como sociedad desarrollada, el valor de nuestra identidad como personas residentes en Europa y a la par conscientes de que pertenecemos a un mundo interdependiente.
Estos son los fundamentos sobre los que se sustenta el Premio que hoy concede la Fundación AndrésCoello en la Universidad de Valladolid, con cuya colaboración ha contado para que este acto y este encuentro sean posibles. Y lo hace por vez primera en la persona de Don Nicolás Castellanos, en la que ha creído encontrar la personificación de los valores, de las actitudes y de la coherencia que más expresivamente se concilian en torno al concepto de solidaridad. De prestigio avalado por una trayectoria muy dilatada, sus contribuciones a esta idea son de sobra conocidas pero es muy probable que nunca lleguen a ser suficientemente valoradas.
Quien brillantemente ejerció como obispo de Palencia, hoy desempeña un magisterio de amplísimo alcance en el municipio boliviano de Santa Cruz de la Sierra. La labor allí realizada testifica la envergadura de los esfuerzos realizados en materia de vivienda, de asistencia sanitaria y, ante todo, de educación. Impulsor del Movimiento “Ningún niño sin escuela en Santa Cruz y en Bolivia”, ha hecho de la educación la espina dorsal de su proyecto de vida y de trabajo en uno de los países que se identifican como lo más profundo y crítico de la América Latina. De ese continente tan allegado a nosotros, que Luis tanto admiró y al que dedicó algunos de sus mejores afanes intelectuales, y que hoy recuperamos, siquiera sea por unos momentos, en la persona de Nicolás Castellanos, Premio a la Solidaridad Luis Pastor 2006, como símbolo inequívoco de los vínculos que nos unen con el mundo del subdesarrollo y que nuestro homenajeado representa con una dignidad y unos merecimientos universalmente reconocidos".
Fotografía: Entrega del Premio en el Aula Triste de la Universidad de Valladolid. De izquierda a derecha: Nicolás Castellanos, Fernando Manero y Félix Zarzuelo

20 de enero de 2007

Paisajes maltratados

De una u otra manera, con mayor o menor acierto, todos hemos sido educados en la percepción de los paisajes. Nuestras vivencias aparecen siempre asociadas a un modo de entender, interpretar y valorar la realidad espacial que nos rodea. No hay experiencia sin paisaje imbricado en ella, ni reflexión que no sea efectuada a partir de la referencia geográfica que la motiva. Tanto es así que parece imposible recordar los hechos que nos sucedieron en un determinado momento sin tener presentes al tiempo las características del ámbito en el que tuvieron lugar, y que en medida nada desdeñable ayudan a entenderlos y a conservarlos en la memoria.
Somos, pues, tributarios directos de lo que sucede en nuestro entorno, de suerte que nuestra cultura territorial se enriquece a medida que sabemos entender las otras culturas, expresivas de realidades que nos alertan sobre el significado de la diferencia, la magnitud de los contrastes, la utilidad creativa de la experiencia comparada. Nos enseña a relativizar los conocimientos, que precisamente se fortalecen cuando los asumimos como partes integrantes de un todo complejo, bien estructurado e incluyente. Esenciales, por tanto, en la maduración de la personalidad, la imagen que tengamos de cada uno de ellos constituye un elemento primordial de nuestra propia sensibilidad, que precisamente se fragua a medida que asimilamos los valores que los distinguen. De ahí la necesidad de subrayar hasta qué punto de la calidad de los paisajes depende también la de nuestra propia cultura, que no es sino la manifestación de los comportamientos que nos permiten enriquecernos con el entorno tanto individual como colectivamente.
Sin embargo, rotundamente debemos advertir que en el territorio español los valores que encierra la noción de paisaje, clave a la hora de definir la fortaleza de un proceso educativo que obliga a la beligerancia a favor de los aspectos que en mayor medida lo cualifican, no gozan en los momentos actuales de buena salud. Peor aún, se encuentran violentados en mayor medida que en cualquier otro país de la Unión Europea. No en vano al toparnos con la realidad circundante y analizar con espíritu crítico cuanto se hace a nuestro alrededor la imagen cualitativamente pretendida se desvanece para abrir paso a un panorama en el que las diferentes modalidades de agresión derivan en deterioros tan graves como generalizados. Asistimos al apogeo de acciones simplificadoras y banales, que, concibiendo el cambio de uso del espacio como algo ajeno a cualquier tipo de restricción, tienden ostensiblemente a prevalecer frente a las que, en cambio, preconizan la defensa y salvaguarda de los valores paisajísticos o a las que lo entienden como un conjunto integral, formado por componentes indisociables.
A poco que en nuestro país se profundice en el seguimiento de la cuestión, no es difícil sorprenderse y asustarse ante la magnitud de las barbaridades que se están cometiendo en nombre de no sé sabe muy bien qué progreso o desarrollo. Por doquier, y con excepciones contadísimas, asistimos desde hace unos años a la proliferación errática de intervenciones sobre el territorio marcadas por un denominador común: la ocupación y consumo desenfrenados del espacio a través de promociones inmobiliarias ante las que no se establecen otros límites que los determinados por la voracidad de los intereses y criterios sobre los que se sustentan. Si los datos numéricos registrados al respecto son más que elocuentes, pues sitúan a España, y con asombrosa diferencia, en la cabeza de los países europeos por el volumen de edificación llevada a cabo, el problema no estriba tanto en la dimensión cuantitativa del fenómeno como en las gravísimas implicaciones que desde el punto de vista estratégico, cultural y medioambiental traducen una peculiar forma de entender las relaciones entre sociedad, desarrollo y territorio marcadas por tres tendencias francamente preocupantes y entre las que se impone una lógica muy bien definida.
La primera tiene mucho que ver con la ausencia absoluta de cultura y de sensibilidad territorial con la que se acometen la mayor parte de las actuaciones, producto de una deliberada desatención por el alcance de los efectos provocados. Aparecen como la manifestación fehaciente de una total falta de respeto y de consideración por el entorno en el que se llevan a cabo. La ausencia de evaluaciones de impacto ambiental, con clara desestimación de los niveles de riesgo o de la repercusión que han de tener sobre los recursos naturales (he ahí la gravedad reiterada del problema del agua), resulta con frecuencia tan grave como el incumplimiento de las que se realizan, que o bien son cuestionadas por restrictivas de la liberalidad edificatoria o se acomodan en sus indicaciones a los fines de quienes las demandan, evitando así cualquier obstáculo que entorpezca o mediatice el objetivo deseado.
En segundo lugar, es evidente que en el modo de concebir la decisión prima casi siempre la perspectiva a corto plazo, la inmediatez de los resultados, con independencia de sus implicaciones hacia el futuro. Y no sorprende que esto ocurra por la sencilla razón de que esta visión cortoplacista que rige la ocupación desbordada y congestiva del espacio viene impuesta por la circunstancia, realmente grave, de que el poder de decisión, la capacidad de iniciativa real, ha cambiado de manos. Los promotores inmobiliarios se han adueñado del territorio y han ido cercenando, a la par que mediatizando en función de sus intereses, al poder municipal, que se pliega ante hechos de los que se sólo percibe su rentabilidad inmediata. La experiencia de nuestro país sobreabunda en irregularidades de este tipo y de hecho son muy pocos los municipios, tanto urbanos como rurales, que resisten a la constatación de esta tendencia generalizada. Y, por lo que se ve, las diferencias políticas parecen diluirse en aras de una tendencia a la homogeneización de estrategias que, si en parte encuentra uno de sus fundamentos primordiales en los problemas de suficiencia financiera a que se enfrentan de las administraciones locales, no es menos cierto que a la par acaba siendo asumido como algo meritorio y digno de reconocimiento, asociándolo demagógicamente a un presunto “desarrollo” mediante campañas de manipulación informativa y de marketing grandilocuente, en las que la opacidad de las intenciones marcha en paralelo con la propia consolidación del entramado de intereses e influencias que a la postre acaban configurando el modelo de ciudad que se pretende por parte de unos pocos frente a los intereses y las preocupaciones de la mayoría.
Hay que recurrir a estos argumentos para comprender el tercero de los pilares en los que se apoya esta situación. Me refiero a la visión fragmentaria y reduccionista con que se abordan la gestión del patrimonio y de los recursos territoriales, y, por ende, las propias políticas urbanas. En pocas palabras, puede decirse que se ha procedido a la sustitución del paisaje, en su dimensión más noble e integradora, por la intervención puntual, comúnmente asociada a la monumentalidad de las iniciativas (esas arquitecturas de la retórica de las que habla Jacques Herzog) o a la preservación más o menos cuidada de las áreas emblemáticas, tal y como se expresa en las políticas de rehabilitación de los centros históricos, aunque aquí tampoco sea oro todo lo que reluce, por mor de las frecuentes agresiones arquitectónicas que los distorsionan hasta desnaturalizarlos.
Aun así, conservar y atender lo que atrae turísticamente o recurrir a la escenografía que depara la espectacularidad puntual de un edificio determinado, más allá de su funcionalidad, de su coste y de la eficacia de su uso, suponen tal vez un alivio frente a la mala conciencia que pudiera provocar el tratamiento especulativo sobre el suelo público o el hacinamiento y el deterioro estético a que brutalmente se ven sometidas las periferias, donde el concepto de ordenación del territorio y de sostenibilidad, tal y como está concebido en la Estrategia Territorial Europea, sufre hoy en España de las mayores aberraciones.
Ante una situación como la que nos ocupa, inequívocamente marcada por el encarecimiento brutal de la vivienda, por el desencadenamiento de escandalosos procesos especulativos, por la destrucción irreversible de espacios de gran valor ambiental o por la hipertrofia de un mercado hipotecario que en los últimos años ha crecido exponencialmente, cabe lamentar que los ciudadanos, inermes, masivamente endeudados, y por más que de manera individual manifiesten una actitud crítica, han acabado adoptando colectivamente un resignado silencio, convencidos de que frente a tales atropellos muy poco o casi nada se puede ya hacer.

4 de septiembre de 2006

Jesús García Fernández (1928-2006): Un ejemplo permanente de coherencia e integridad



Imbatible ante el desánimo durante toda su fecunda trayectoria vital, luchador infatigable en momentos difíciles de su vida familiar y profesional, entusiasta emprendedor de iniciativas singulares, alejado siempre de cualquier actitud de oportunismo o de vanidad, hombre animoso frente a las adversidades y entrañable compañero para quienes siempre le sentimos de cerca, Jesús García Fernández no ha podido vencer al único contratiempo frente al que, finalmente, se ha rendido. La muerte le ha sobrevenido tras una larga y denodada lucha contra la enfermedad, que supo afrontar con su entereza de siempre, empeñado hasta el último momento en dar salida a las inquietudes intelectuales que marcaron una de las trayectorias más fecundas y meritorias de la Geografía española y europea.
Recordar su figura en estos momentos no representa sólo la voluntad de dar testimonio de la tristeza que personalmente su desaparición pudiera ocasionar a cuantos, como en mi caso, tuvimos una estrecha relación con su persona y con su magisterio. Supone ante todo el deseo de evocar la personalidad y la obra de quien, como Catedrático de Geografía de la Universidad de Valladolid desde el año 1959, marcó con su esfuerzo y dedicación ininterrumpidos una etapa encomiable en el desarrollo del conocimiento sobre los cambios que han ido modelando la realidad espacial en todos aquellos ámbitos hacia los que se decantaba una curiosidad insaciable, y donde todos los temas de interés geográfico tenían cabida cuando de analizar sus aspectos principales se trataba.
Heredero del pensamiento liberal aplicado a la Geografía por su maestro Manuel de Terán, sus trabajos sobre la España Atlántica permitieron una interpretación global de lo que hasta entonces había sido entendido de manera fragmentaria. Logró también descubrir la importancia de la emigración española al extranjero, al tiempo que supo captar el sentido de las transformaciones ocurridas en los espacios rurales españoles y transmitir con lucidez el alcance de los dinamismos urbanos, logrando en ambos casos conclusiones anticipatorias de las tendencias que posteriormente la propia comprobación de los hechos se ha encargado de ratificar. En muchos aspectos del análisis territorial moderno fue sin duda un reconocido precursor, respaldado por las dos herramientas intelectuales que siempre le acompañaron: una sólida reflexión empírica apoyada en la información e interpretada a partir de una visión crítica frente a las simplificaciones y prejuicios habituales, y el recurso sistemático al trabajo de campo, convencido de que la toma de contacto con la realidad era la mejor garantía de solvencia científica. “¿Cómo entender lo que sucede si no lo examinamos en directo?”, solía decir a menudo.
Si todo ello le llevó a hacer de la Geografía un saber operativo, sensible y decidido a dar respuesta a los numerosos interrogantes que se planteaban en un mundo de intensas transformaciones, hay dos hechos que considero importante subrayar. De un lado, su servicio al reconocimiento de esta disciplina con la fortaleza que merece en la sociedad española e internacional. Impulsor de memorables encuentros de Geografía en la Fundación Juan March, fue el fundador y primer presidente de la Asociación de Geógrafos Españoles, experiencia que tuve el honor de compartir con él en su primera Junta Directiva a finales de los ya lejanos años setenta. Su nombre quedará indisolublemente asociado a una Institución que ha cobrado gran prestigio internacional y que opera como órgano vertebrador de los intereses y estrategias de los geógrafos en el complejo mundo de la actividad científica y profesional.
Y, de otro, especial relevancia merecen sus aportaciones sobre Castilla y León, posiblemente la principal preocupación intelectual a lo largo de su vida. Cuando nuestra Comunidad apenas insinuaba lo que habría de ser en el futuro y casi nadie la entendía como tal, García Fernández emprendió la tarea de dar a conocer las características y los problemas de un territorio del que muy pocos tenían la visión integrada que el proceso autonómico finalmente le ha concedido. Desde el año 1968 puso en práctica una de las iniciativas con mayor resonancia en la formación de los geógrafos y en el conocimiento de la realidad regional. Fueron los famosos Trabajos de Campo que anualmente, y sin ninguna ayuda institucional, se llevaban a cabo (sucesivamente en Villarcayo, en Aguilar de Campoo, en Villadiego, en Salas de los Infantes y en San Leonardo) con la finalidad de estudiar la morfología estructural de las montañas que rodean la región, y que habrían de ser el soporte de una sensibilización hacia los paisajes naturales de la Montaña Cantábrica y de la Cordillera Ibérica, en la que se formaron varias generaciones de geógrafos españoles y de otras áreas del saber.

Trabajo de campo en Villadiego. 1979. El profesor Garcia Fernandez es el segundo, a la izquierda, de la última fila
De esta riquísima experiencia, que se prolongaría durante treinta y dos años, derivó la creación de una prestigiosa escuela de Geomorfología Estructural, con resonancias marcadas en varias Universidades del país, y que con el tiempo se tradujo en el reconocimiento que la de Alicante le hizo como Doctor “honoris causa”, donde su huella se hace hoy patente con especial notoriedad. Asimismo, y con carácter pionero, a él se debe el Congreso de Geografía, celebrado en Burgos en 1982, y considerado como el primer encuentro científico celebrado sobre la región antes de su reconocimiento como Comunidad Autónoma.
Y qué decir, evocando su dilatada trayectoria intelectual, el valor de sus análisis sobre la crisis demográfica de Castilla y León, sobre la percepción que del hecho regional se ha tenido a través del tiempo, sobre la calidad de sus espacios naturales y de los riesgos que la amenazaban, o sobre la configuración urbana de Valladolid, que también se afanó por analizar e Interpretar antes que nadie; y, cuando nos remitimos, a su labor académica no es posible omitir su condición de artífice del Departamento de Geografía de la Universidad de Valladolid, cuyo prestigio a gran escala tanto le debe, y a su responsabilidad como Director del Colegio Mayor Santa Cruz, ejercida durante diecisiete años. Cuidadoso defensor de su independencia y de un espíritu crítico a toda prueba, Don Jesús, como le hemos llamado siempre sus discípulos y alumnos, llevó a cabo su excelente tarea en solitario, a lo sumo aliviada por el esfuerzo de los equipos que le acompañaron en todas sus experiencias. Fue hombre de Universidad y perspicaz vigilante de su tiempo, tenaz en sus empeños y firme en los objetivos que ocupaban sus largas horas en el despacho universitario. Pero mucho me temo que no ha recibido de nuestra sociedad y de quienes la gobiernan el reconocimiento de que hubiera debido ser objeto. Alejado de los ditirambos del y hacia el poder, refractario a cualquier tipo de elación, no se ha cernido sobre él el relumbrón de la notoriedad y la vanagloria, quizá porque tampoco lo buscó. O porque no le interesara, ya que, en esencia, una de las principales razones de su vida no fue otra que la de luchar con coherencia e integridad por lo que creía sin esperar más recompensa que la que procura la satisfacción por la calidad del resultado conseguido.

21 de abril de 2006

Reflexión y debate sobre el espacio latinoamericano

En Valladolid y Tordesillas tuvo lugar el VI Congreso de Geografía de América Latina, que coordinamos Luis Pastor y yo. Fue una ocasión magnífica para el encuentro, la reflexión y el debate sobre la situación del continente en los albores del siglo XXI.

Ese fue precisamente nuestro propósito: el de aprovechar esta oportunidad para someter a revisión muchos de los tópicos que se cernían sobre la Región y perfilar las ideas básicas sobre sus problemas, potencialidades y perspectivas. A la vista de lo ocurrido muchas de las consideraciones recogidas en esta obra - que editó la Universidad de Valladolid en colaboración con la Organización Iberoamericana de Cooperación Intermunicipal y la AECI - no tardarían en plasmarse en tendencias que hoy son reconocidas e interpretadas.

27 de febrero de 2006

Un recuerdo y un símbolo de libertad

Sucedió en Valladolid hace ya tres décadas, y, a pesar del tiempo transcurrido, permanece todavía lúcida en la memoria de quienes la compartimos la experiencia vivida cuando José Ramón Recalde pronunció una conferencia sobre “ Derechos Humanos y Sociedad Democrática” en la Facultad de Derecho. No hace mucho tuve ocasión de comprobarlo cuando, a comienzos de este año, salió a relucir la evocación y el significado de aquel acto en una agradable conversación mantenida con uno de sus hijos, con motivo de su presencia en nuestra Universidad como profesor invitado en uno de los Cursos del Centro Buendía.
Según me dijo, habían sido muchos los testimonios recibidos sobre el alcance que las palabras pronunciadas por su padre habían tenido en el recinto vallisoletano a finales de los sesenta, cuando la intervención del entonces joven jurista constituyó un soplo de libertad y una prueba de rigor intelectual de los que tan necesitado se encontraba el mediocre ambiente universitario de la época. No fue, en principio, un acto sencillo ni cómodo para sus organizadores. La tozuda resistencia del rector de entonces, habituado a reprobar con su conocida petulancia cualquier atisbo de crítica a la dictadura declinante, supuso un obstáculo que dilató en varias semanas la celebración de la iniciativa, finalmente posible merced a la firme actitud del Decano de Derecho, profesor Rubio Sacristán, que una vez más hizo gala de su honestidad intelectual y de su inequívoca libertad de pensamiento.
En realidad, se limitó, lo que no era poco en aquella situación, a autorizar la iniciativa propuesta por un activo grupo de alumnos universitarios del que, entre otros y como preludio de los prestigiosos profesionales que habrían de ser al cabo de los años, formaban parte destacada Gaudencio Esteban, Juan José Solozábal, Jorge Letamendía, Luis Arroyo y, cómo no, el inolvidable José Luis Barrigón.
Habituado a tomar notas de cuanto considero merece la pena, aún conservo fidedigno el testimonio de algunas de las opiniones y de los argumentos expresados por Recalde aquella tarde a lo largo de una intervención que se prolongó durante cerca de dos horas y media. Que yo recuerde era la primera vez que en la Universidad de Valladolid se aludía a ese tipo de cuestiones. Particularmente me viene a la memoria el impacto que, en un aula a rebosar, tuvieron sobre el auditorio dos reflexiones que, por infrecuentes en los foros académicos convencionales, resultaban tan novedosas como incitadoras del debate que comenzaba tímidamente a insinuarse en la vida política española.
Tras hacer alusión a lo que podría suponer en España la necesidad de garantizar con ciertas posibilidades de éxito el tránsito a la democracia, más allá de las confrontaciones sociales, sobre los fundamentos de una Constitución apoyada en el consenso y en la reconciliación, insistió con fuerza en la convicción de que el afianzamiento de un régimen de libertades era inseparable de una solución decidida del problema vasco, consciente de que, de no ser así, el proceso desembocaría en una situación de inestabilidad y de riesgo para la supervivencia de un sistema democrático fuertemente condicionado en sus orígenes por la dilatada duración del régimen franquista. Evocadas ahora, ambas aparecen como ideas premonitorias de una realidad que, en líneas generales, ha ido evolucionando por los derroteros presagiados por Recalde, lo que no era si no la demostración de una gran perspicacia política y de una profunda sensibilidad por cuanto afectaba a la compleja realidad del País Vasco, que por entonces emergía como un problema del que muy pocos como él eran tan conscientes ni se mostraban tan alertados de sus implicaciones futuras.
Traigo a colación estos recuerdos y vivencias, conmocionado por el intento de asesinato de José Ramón Recalde y movido también por el deseo de situar aquel lejano acontecimiento ocurrido en Valladolid en la doble perspectiva que me lleva a valorarlo ahora no sólo como un homenaje a un demócrata ejemplar, sino como la expresión de la vertiente simbólica que encierra su figura en el panorama de extorsión y barbarie que está quebrantando el funcionamiento de la sociedad vasca y perturbando sin cesar la vida política española. Quien conozca lo que significa el matrimonio Recalde-Castells en Euskadi, y sobre todo en San Sebastián, podrá entender bien la idea que deseo subrayar.
Si la trayectoria de José Ramón ejemplifica sin paliativos el sentido de la coherencia marcada siempre por una voluntad de lucha insobornable a favor de la libertad y de la tolerancia, en las mismas premisas se desenvuelven los esfuerzos llevados a cabo por María Teresa Castells como artífice de un proyecto cultural progresista (la librería “Lagun”, situada en la Plaza de la Constitución donostiarra), frente al que se han cebado, con la maldad propia de los intelectualmente miserables, quienes, desde la ultraderecha ayer o desde el nacionalismo fascista en nuestros días, consideran a la libre expresión de las ideas como la diana hacia la que proyectar su fanatismo y brutalidad. Por eso, atentar contra lo que esta pareja significa supone el más alto grado de perversidad hacia el que podía orientarse el terrorismo, precisamente porque en el centro de sus acciones de muerte ha situado a los símbolos más representativos de la democracia y de la libertad, imponiendo así una escala de terror que desborda con creces los atroces perfiles de la agresión individualizada.
La intención de matar a Recalde se inscribe, efectivamente, en esa estrategia que desde el vil asesinato de Gregorio Ordóñez no ha tenido otro objetivo que la aniquilación de figuras altamente representativas de la democracia municipal, de la intelectualidad progresista y del empresariado: en suma, de lo mejor y más creativo de la sociedad vasca, de lo que en mayor medida la prestigia y avala en España y el mundo, nombres emblemáticos cuya relación se suma a la de cuantos, con idénticas cualidades y connotaciones, han sido víctimas de la violencia mortífera en innumerables puntos del país. Cuando se observa tamaña vesania, y su persistente reiteración, no es fácil resistirse a la sensación de abatimiento, miedo e incertidumbre, por más que a veces quede contrarrestada por las manifestaciones de repulsa y condena promovidas por la ciudadanía con la intermitencia que ocasionan los atentados. Es el reflejo de un sentir popular que progresiva e irreversiblemente ha ido ganando la calle para mostrar que, con el solo poder de la palabra o con la fuerza elocuente del silencio, somos siempre muchos más.
No es fácil hacer previsiones ni anticipar el rumbo de los acontecimientos, pero de lo que tampoco cabe duda es de que, cuando son tantos los pilares amenazados del edificio social, político y económico vasco, cuando un sector del nacionalismo democrático se rebela contra la destrucción implacable de sus elementos más valiosos y considera como suyos a todos los perseguidos por la vileza terrorista, y cuando incluso, de seguir así, el Partido Nacionalista Vasco corre el riesgo de romperse de nuevo, algo, más pronto que tarde, tendrá que moverse en la dirección adecuada. Y lo hará necesariamente de la mano de todas las opciones democráticas responsables (incluido un PNV renovado), de la inquebrantable movilización ciudadana y de cuantos, como Recalde, sigan enarbolando la bandera de la paz, de la tolerancia, de la libertad y del desarrollo frente a la desolación, la muerte, la tribu y la ruina.
(Publicado en El Norte de Castilla, 20.Septiembre. 2000)

7 de febrero de 2006

Valladolid y la industria del automóvil: una simbiosis sometida a prueba

Tres han sido, a mi juicio, los principales pilares que, engarzando el pasado con el presente, han logrado cimentar la personalidad y la proyección a gran escala de la ciudad de Valladolid. Sin menoscabar otros valores igualmente distintivos de su prestigio, es evidente que la Universidad, el ferrocarril y la industria del automóvil constituyen los emblemas más consistentes y vigorosos de la fortaleza y de la imagen vallisoletanas, sus símbolos más conspicuos. No hay que buscar entre ellos prelación alguna, pues cada cual, producto de su época y de las circunstancias que los impulsaron, obedece a momentos históricos diferentes, con lógicas específicas que han justificado su respectiva razón de ser y las particularidades de su trayectoria y de sus impactos tanto en el tiempo como en el espacio. Mas en los tres casos no es difícil percibir un rasgo que expresivamente los unifica y que permite entender la dimensión global de su propio significado, explicativo de la dependencia que se tiene de ellos. Es el que subraya su profunda imbricación en la dinámica integral de la ciudad, con la que han llegado a trabar una verdadera relación simbiótica hasta el punto de que resulta imposible concebir lo que habrá de ser Valladolid en el futuro al margen de lo que cada una de estas realidades pueda dar de sí.
En la primera década del siglo XXI estos tres baluartes del potencial vallisoletano se encuentran inmersos en una etapa decisiva de su historia, coincidente en todos ellos con la apertura de nuevos horizontes que van a suponer transformaciones cruciales con la consiguiente readaptación del peso que les corresponde en la trayectoria de la ciudad. Por lo que respecta a la Universidad, son numerosas las circunstancias que abundan a favor de la necesidad de adoptar estrategias innovadoras, acordes no sólo con los requerimientos a que obliga el acoplamiento al llamado Espacio Europeo de Educación Superior, que de hecho va a suponer una auténtica reconversión del sistema, sino también con las nuevas pautas inducidas por las exigencias de la sociedad y de las dinámicas a que dan lugar las actuales tendencias del desarrollo económico, social, cultural y territorial, con las que la Universidad asume un compromiso ineludible. Por otro lado, y de forma casi sincrónica, la relevancia de Valladolid como enclave ferroviario tenderá a reafirmarse al compás de la entrada en funcionamiento del ferrocarril de alta velocidad, que, aparte de las repercusiones urbanísticas a que pudiera dar lugar, contribuirá a afianzar aún más la centralidad geográfica de la ciudad, inevitablemente asociada a su progresiva consolidación como plataforma logística de primer nivel en el sistema circulatorio europeo. No en vano, las economías de escala de transporte así generadas van a traer consigo efectos multiplicadores con resonancia en el conjunto de la región y que habrá que valorar desde la perspectiva del reequilibrio territorial con que deben ser tratadas sus implicaciones.
Ahora bien, especial atención merece lo que haya de ocurrir con la poderosa dotación técnica y laboral vinculada a la fabricación automovilística. Planteado hace tiempo el debate sobre las amenazas que se ciernen sobre el sector, es evidente que la reciente tensión ocasionada en Valladolid por los ajustes llevados a cabo en la regulación del trabajo, como consecuencia de la situación crítica de mercado a que se ha enfrentado el modelo producido en la factoría de Renault España, ha sido un catalizador de las inquietudes que en todas las esferas (trabajadores, directivos, poderes públicos) no han dejado de poner al descubierto la enorme sensibilidad que suscita cuanto ocurre en la principal instalación industrial de la región y una de las más relevantes en España. Y si es cierto que esto ha sucedido siempre en todos los momentos en que, por una razón u otra, los síntomas de crisis hacían mella en el complejo fabril del que en este año se conmemora el primer medio siglo de existencia, a nadie se le oculta que la situación actual conecta con tendencias que no tienen ya tanto que ver con problemas coyunturales o de éxito comercial de un determinado modelo como con los procesos desencadenados en el contexto de la economía globalizada, especialmente incisiva en el comportamiento espacial de la actividad que nos ocupa.
Varios factores convergen, en efecto, para entender que no se trata de una crisis pasajera en “la industria de las industrias” como expresivamente la definió Paul Drucker. Nos encontramos en un momento en que al creciente atractivo de los países recién incorporados a la UE como espacios preferidos para la implantación automovilística transnacional, en la que algunos de ellos (Polonia, República Checa y Hungría) están tendiendo aceleradamente a centrar el aumento de sus posibilidades exportadoras y sus estrategias de internacionalización productiva, se suma los problemas inherentes a un sector donde el exceso de capacidad instalada deriva en una acentuación de la competencia provocada por la presión de aquellas firmas que en el mercado globalizado prefieren operar en un entorno de fabricación con mayores ventajas competitivas. Identificada, pues, como la actividad más propensa a la deslocalización, la situación se agrava en España por el hecho de que el país no ha logrado consolidar una industria automovilística propia, acentuando así la dimensión de las dificultades en momentos críticos como los señalados en el último informe de la ANFAC (Asociación Nacional de Fabricantes de Automóviles), con la alta dosis de vulnerabilidad que se crea cuando la estrategia depende de centros de decisión alejados de nuestro ámbito de responsabilidad. Y por más que éste sea un tema necesitado aún de muchas clarificaciones, hay que reconocer que el problema de la deslocalización se ha visto agravado en España por mor de una administración central que en los últimos diez años ha hecho dejación manifiesta de lo que debe ser una política industrial capaz, entre otros objetivos, de neutralizar los previsibles riesgos consecuentes a esta situación de dependencia foránea en un sector que representa nada menos que el 8 % del PIB y da trabajo a la décima parte de la población activa industrial. A falta, por tanto, de una estrategia industrializadora estatal de carácter preventivo e innovador frente a la deslocalización los esfuerzos desplegados por las Comunidades Autónomas han logrado en parte contrarrestar esta carencia pero en modo alguno podrán sustituir a lo que ante todo ha de significar una política de Estado, precisamente porque es a esta escala, con todas las estrategias de cooperación internas que se quieran, como de hecho se está abordando la cuestión en los grandes países europeos ante la posibilidad de verse afectados por la tendencia. Y es precisamente en el contexto de una política de industrialización efectiva donde cobra especial trascendencia de nuevo el valor de la interacción entre los tres factores – Universidad, accesibilidad y capacidad tecnológica - que permitirán mantener a Valladolid como esa potente ciudad industrial que nunca debe dejar de ser.

6 de febrero de 2006

Un soñador para un pueblo

Publicado en El Norte de Castilla el 21 de Febrero de 1998

Confío en que Antonio Buero Vallejo no ponga objeciones a la utilización del título de una de sus obras más celebradas para encabezar la reflexión sobre el homenaje (6 de Febrero de 1998) que la Universidad de Valladolid acaba de ofrecer a Millán Santos Ballesteros, una de las figuras más relevantes del Valladolid contemporáneo, aunque su impronta haya rebasado con creces el horizonte de nuestra ciudad. Con el acto celebrado en su marco más emblemático, el Paraninfo, la institución universitaria ha sabido poner de manifiesto la sinceridad de sus vínculos con la realidad social que la rodea. Ha reconocido también hasta qué punto las iniciativas que tienen que ver con la formación y la cultura no se limitan sólo a las celebradas dentro de los límites de su propio recinto sino que a la par cobran en él dimensión y fuerza las que de forma aislada o en grupo surgen de la sociedad y se proyectan en el entorno, lo vivifican, lo enriquecen y lo dan ese valor añadido que sólo puede provenir de una labor hecha a conciencia, con la sensibilidad y con el tesón de quienes, con la mirada puesta en unas metas tenazmente defendidas, saben sobreponerse a los sinsabores y desalientos que una labor así realizada, a menudo en la soledad del corredor de fondo, suele llevar consigo.
Millán Santos personifica todas esas cualidades y sin lugar a dudas simboliza como pocos lo que toda una vida de dedicación puede dar de sí cuando se es consciente del mundo en el que se vive y de la alta dosis de entrega que es preciso aportar para la consecución de un proyecto o un ideal en el que se cree por encima de todas las cosas. De ahí que haya sido muy acertada esta coincidencia, y no casualidad, que los organizadores del acto, profesores de la Facultad de Educación, han querido establecer entre la evocación científica de la obra de Paulo Freire y el reconocimiento a la trayectoria de un hombre que ha sabido aplicar, con frecuencia en solitario y luchando denodadamente contra el tiempo o en medio de la indiferencia, muchos de los valores que, fieles a la enseñanzas del ilustre pedagogo brasileño, acreditan la trascendencia de esa mezcla de arte, sacrificio y honestidad intelectual que, en palabras de Francisco Ayala, confluyen en el admirable ejercicio de la enseñanza. Pero cuando se trata de enjuiciar lo que realmente supone hoy el balance aportado por Millán, la valoración desborda con amplitud el marco de un acto meramente académico, para abrirse a los tres horizontes hacia los que, a mi juicio, se ha encaminado una tarea de tantos y tantos años.

- En primer lugar, los perfiles de su obra se identifican con la defensa permanente, casi obsesiva, de algo tan en crisis en hoy, pero tan encomiable siempre, como es la dedicación a la enseñanza, al esfuerzo que implica la educación concebida al servicio del desarrollo integral del conocimiento y de la dignidad del ser humano. Luchando contra la corriente que prima la inmediatez, o los resultados a corto plazo y a toda costa, el mérito de Millán ha consistido en demostrar que pocos cometidos son tan meritorios como los que se relacionan con el afán de efectuar honestamente la transmisión organizada y coherente del saber, con ese interés que enaltece al buen profesional de la docencia y le aproxima al alumno a través de un proceso de comunicación mutua del que, a la postre, derivan tantas complacencias y satisfacciones.
Pero, lejos de ser una tarea mecanicista, sujeta a estereotipos o a meras fraseologías banales que tratan de enmascarar la inconsistencia del fondo mediante la estéril simplificación del método, la tarea del educador, sea del nivel que sea, desde la Escuela hasta la Universidad, se fundamenta en dos pilares que deben estar sólidamente asentados: de un lado en la propia solidez formativa de quien desempeña esta responsabilidad, apoyada en la reflexión serena y rigurosa de cuanto le concierne para saberlo transmitir con claridad y eficacia; y, de otro, en la firme convicción de que, educando, se fortalece el espíritu crítico del individuo, se le capacita para enfrentarse a la realidad, se le involucra en una sociedad con todas sus posibilidades, virtudes y contradicciones, se le prepara, en fin, para hacer de él un ciudadano testigo de la época que le ha tocado vivir y sensible al entorno social y cultural en que se inserta.
- en segundo lugar, y en perfecto encaje con este planteamiento, la obra de Millán sintoniza con la de quienes atribuyen a la educación la capacidad para hacer frente a los riesgos de la exclusión y la marginalidad. Son muchas, en efecto, las voces que tanto en el mundo de la opulencia como en el del subdesarrollo se alzan a favor de estas posturas, convencidos de que, parafraseando a Celaya, la formación Aes un arma cargada de futuro@. Un futuro contrario a la mayor miseria de todas, que es la de la ignorancia, la de la alienación, la del embrutecimiento, la de la ineptitud para la crítica consciente, la de la imposibilidad de acceder a algo tan gratificante como son las fuentes, plurales y siempre enriquecedoras, del conocimiento. Cuestionar las diferencias que el camino hacia el disfrute del saber impone a nuestras sociedades desde la cuna se convierte así en el testimonio más lúcido de las demandas a favor de la igualdad, pues es imposible que las sociedades evolucionen si no lo hacen en un contexto de educación para todos, y sobre todo de una buena educación para todos sin excepciones de ningún tipo. En un mundo lleno de conquistas y de avances científico-técnicos de toda naturaleza ésta sigue siendo todavía una reivindicación insatisfecha, una ilusión que algunas califican de utópica, otros de imposible, los más de costosa o ajena a los paradigmas de la rentabilidad. )Qué hacer en estas circunstan­cias?, )cómo oponerse a lo inexorable?. Millán, teniendo muy claro desde el principio lo que hacía, supo dar hace muchos años la respuesta correcta. Si, citando de nuevo a Machado, sólo se labra el camino cuando se anda o el ojo existe porque nos ve, la opción asumida no podía ser otra que la que le llevó con, decisión y firmeza, a afrontar el desafío, ligero de equipaje como el poeta pero, eso sí, con la mochila henchida de proyectos, de ideas, de ilusión y de entusiasmo, a sabiendas de la incomprensión y menosprecio al que se enfrentaba, pero también previsor de que, atento a la empresa o atraído hacia ella, no tardaría en contar con el respaldo de un pueblo que comenzaba a percibir la esencia de su realidad y las contradicciones en que podía quedar sumido su destino.

- ese era el pueblo que habitaba en el barrio de Delicias, en el profundo sureste de la ciudad de Valladolid, de la tremenda ciudad de Valladolid, de los años sesenta. Y aquí llegamos, para terminar, al tercero de los aspectos que otorgan significado a la obra de Millán. ¿Cómo entenderla al margen del tiempo en que se produjo y del espacio hacia el que se proyectó?. Nada hay de vago, de evanescente o de artificial en la labor comentada. Hijo de una época, será también vigía permanente y sin fisuras de su territorio. Tareas, desde luego, nada fáciles ni en la una ni en el otro. Valladolid sigue siendo hoy una ciudad compleja, bastante heteróclita en su estructura, no exenta de insuficiencias en la organización de algunos de sus elementos constitutivos. Mas nadie ignora la intensidad de su metamorfosis y el esfuerzo gigantesco de quienes desde 1979 la han gobernado y la gobiernan para hacer de ella un ámbito de convivencia, de calidad y de bienestar en provecho de una sociedad integrada y consciente de vivir en un espacio donde nadie deba sentirse forastero. Casi ninguno de estos rasgos definían a Valladolid cuando Millán decidió acometer la regeneración cultural en un barrio con raiz histórica pero inequívocamente marginal, como lo eran sin excepción todas las piezas urbanas que emergen por entonces en los bordes de la ciudad tradicional, marcando con ella una ruptura prácticamente absoluta. Tanto es así que la única posibilidad de integración pasaba necesariamente por la búsqueda de alternativas endógenas, sustentadas en la propia creatividad, capaces de sortear el abismo existente entre la ciudad y sus barrios, y sembrando la semilla que habría de germinar en una de las experiencias de educación de adultos más acreditadas de España. Lo sucedido me recuerda la frase de aquella estrofa de Zitarrosa cuando dice "el valor todo lo puede, hay que tener confianza, y lo que el valor no puede lo ha de poder la esperanza".
Pero lo cierto es que tampoco resultaba sencillo semejante empeño, pues la realidad social que comenzaba a emerger adolecería de falta de cohesión y de sentimiento de pertenencia a un espacio compartido. Era una sociedad atomizada, fragmentaria, atraída laboralmente por el señuelo de la gran ciudad y afanada en la búsqueda prioritaria de la vivienda. Con estos mimbres y en un contexto así, Millán, y con él quienes secundaron su iniciativa, emprendieron con tanta voluntad como falta de medios el proceso de dignificación del barrio de las Delicias, que no tardando mucho se convertiría en la iniciativa experimental que emularon otros espacios periféricos, hasta liderar un proceso de recuperación que en buena medida ha contribuido a cimentar las bases del Valladolid moderno, propiciado ya por el margen de expectativas que abre a finales de los setenta la democratización del Ayuntamiento y la serie de ventajas y sensibilidades que ello traerá consigo.

Sería largo analizar todo el proceso y seguramente muchos detalles quedarían en el olvido o tal vez minimizados. Pero de lo que no cabe duda alguna es de que la historia del barrio de Delicias, que es como decir la historia del Valladolid contemporáneo, no puede escribirse sin conceder un epígrafe destacado a la figura de Millán Santos y a cuantos como él supieron vencer las tinieblas y ayudar a muchas gentes, de todas las procedencias, edades y condición, a descubrir la luz de la cultura y las satisfacciones que depara el sentirse auténtico ciudadano. La sociedad debe estar agradecida por la labor realizada y la consistencia de sus cimientos. En cuanto a mí, sólo se me ocurre hacer mío el verso de una canción que en cierta ocasión oí entonar en una espléndida calle habanera y que decía aquello de que "cuando sientas tu herida sangrar, cuando sientas tu voz sollozar, cuenta conmigo”.
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