Las palabras nunca son inocentes porque transmiten el
pensamiento de quien las pronuncia. Pueden ser constructivas, generosas, pero
también miserables, demoledoras y crueles. Cuando se arropan con mensajes
eufemísticos para justificar medidas dolorosas o parten
del principio de que su carga destructora viene obligada por la inexorable
realidad, que incomprensiblemente quien las ejecuta dicen desconocer de antemano, como si de otro mundo proviniera, el ciudadano no puede permanecer indiferente a lo que esa maniobra de
engaño, estafa y manipulación pretende. Sobre todo cuando descubre que el lenguaje edulcorado
que encubre la decisión en perjuicio del más débil no es otro que el, como bien
afirma García Montero, se identifica con la lógica del "que se jodan"
propalada desde su incontinencia verbal, y sabiéndose impunes, por parte de los miembros que integran obscenamente la fiel infantería del partido gobernante.
Me gusta García Montero como poeta y como pensador.
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